Sobrevivir al invierno de Donald Trump

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El Partido Republicano se enfrenta a la misión imposible de intentar salvar los restos del movimiento conservador en Estados Unidos tras el triunfo de la populista OPA hostil lanzada por Donald Trump.

En la serie de HBO que todo el mundo utiliza para mezclar análisis político con fantasías medievales, el lema de la Casa Stark es: “Se acerca el invierno”. La metafórica consigna –que recuerda al “invierno de nuestro descontento” que encabeza el Ricardo III de Shakespeare– hace referencia a lo inevitable de lo más difícil, a la necesidad constante de vigilancia y a todo ese pesimismo realista que insiste en que lo malo tiende a ser recurrente y lo bueno, algo excepcional. Tras el triunfo de Donald Trump en las primarias de Indiana y la eliminación de todos sus rivales, el Partido Republicano ha empezado a enfrentarse al peor de sus inviernos para intentar salvar los restos del movimiento conservador en Estados Unidos.

La misión bastante imposible del G.O.P. implica fundamentalmente resucitar el modo de hacer política acuñado por Ronald Reagan. Un modelo con sus defectos pero basado en el optimismo, la caballerosidad y la inclusión de diferentes puntos de vista políticos bajo la big tent del Partido Republicano. Con un ideario a favor de las virtudes del libre comercio, la inmigración como valiosa fuente de capital humano, un sector público con un papel limitado frente a la iniciativa privada pero con un claro liderazgo de Estados Unidos por todo el mundo. Es decir, exactamente todo lo contrario al chirriante pero efectivo discurso populista utilizado por Donald Trump para imponerse en las primarias republicanas.

Los análisis escritos estos días sobre el invierno del movimiento conservador en Estados Unidos tienen bastante de obituario. Como el artículo “El Partido Republicano está muerto” publicado por Max Boot en Los Angeles Times. Según la autopsia de este declarado conservador del Council on Foreign Relations, el partido de Ronald Reagan “fue herido por los absolutistas del Tea Party que insistieron en puridad política y rechazaron cualquier compromiso”. Para terminar siendo rematado por un Donald Trump con toda su demagogia ignorante, racista, misógina y conspiranoica, su nostalgia proteccionista y aislacionista, y su inquietante revisionismo en política exterior donde solo parece haber guiños hacia un siniestro autócrata como Vladimir Putin.

Percibido al inicio como una grotesca broma y subestimado una y otra vez hasta ser demasiado tarde para orquestar una respuesta coordinada, la caricaturizada candidatura de Donald Trump ha terminado por desbordar por completo al Partido Republicano. Tal y como ha reconocido a la cadena ABC el presidente del Comité Nacional Republicano (RNC), Trump “ha reescrito el guion” de lo que realmente importa para competir en noviembre por la Casa Blanca. Un nuevo libreto que, entre otras cuestiones, ha supuesto la transformación de las primarias republicanas en lo más parecido a un reality show con 17 concursantes eliminados por el más freaky, estridente, incívico y famoso solamente por ser famoso. Aunque para Reince Priebus y algunos destacados republicanos, el resultado final puede ser la mejor opción posible para competir contra Hillary Clinton.

Desestimada la idea de intentar algún tipo de zancadilla durante la convención nacional republicana prevista para el próximo julio en la ciudad de Cleveland, por ahora el establishment del Partido Republicano se está limitando a no respaldar la candidatura de Donald Trump. Los dos ex presidentes republicanos vivos –Bush padre e hijo– se han distanciado del magnate, al igual que un número significativo de gobernadores y senadores con posiciones que abarcan desde la ambivalencia a la abierta oposición. Como ha explicado el New York Times, resulta excepcional en la política de Estados Unidos el cisma protagonizado en estos momentos por el Partido Republicano: “Una hendidura histórica entre la forma familiar de conservadurismo forjada en los 60 y popularizada en los 80 y un reavivado nacionalismo atávico, con raíces tan antiguas como la república que no ha brillado con tanta intensidad desde el original movimiento America First de antes de Pearl Harbor”.

A medio camino entre un victory lap y la búsqueda de un acomodaticio understanding, Donald Trump se ha presentado la semana pasada en la capital federal para terminar de vender su candidatura a un paralizado Partido Republicano. Su principal interlocutor ha sido Paul D. Ryan, el Speaker de la Cámara de Representantes. Y como decía con bastante ironía Politico, el primero trajo a la reunión gráficos y el segundo, una pose. Ante la profunda fisura planteada, un creciente grupo de republicanos ha optado por la opción del deshielo. Y algunos incluso han iniciado el proceso de aceptar a Trump como la única opción posible para que los demócratas no vuelvan a controlar la Casa Blanca durante los próximos cuatro años.

Para algunos de estos desbordados líderes republicanos, Donald Trump es algo así como un mensaje en una botella lanzado por millones de frustrados votantes a las aguas políticas de Estados Unidos. De hecho, Trump no habría hecho más que aprovechar la creciente distancia, sobre todo a nivel presidencial, entre el electorado de Estados Unidos y la élite del Partido Republicano formada por altos cargos, grandes donantes y sus insiders en Washington. Un establishment que durante años se ha dedicado a alimentar resentimientos y frustraciones sin imaginarse que, al final, el gran beneficiario sería Donald Trump.

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