Brexit y Trump: Let’s take back control

860x520 12 Jul Brexit y Trump Let's take back control

La victoria de la salida de la UE en el referéndum británico divide las lecturas electorales en Estados Unidos. Envuelto en la bandera patriótica, Donald Trump apenas tardó unas horas en asegurar que «el Brexit es una gran cosa» y que «es bueno que los británicos recuperen el control de su país». Para el republicano Trump, el resultado del Brexit es un aval a su estrategia: refleja la fortaleza del sentimiento antiestablishment, antiglobalización y antiinmigración que lo ha impulsado como candidato. Trump ha aplaudido el resultado de la votación británica. Lo ha considerado «realmente fantástico» y una prueba de que la gente está «enfadada en todo el mundo».

Con el Brexit, hemos visto al populismo a lo Donald Trump llegar a Gran Bretaña. La campaña del Brexit utilizó la consigna «Let’s take back control» («Retomemos el control») para promover la salida de Reino Unido de la Unión Europea. No está muy alejada del lema utilizado por Donald Trump en su carrera hacia la presidencia de Estados Unidos: «Let’s make America great again» («Hagamos que Estados Unidos sea grandioso otra vez»), un lema que usaron los republicanos en la campaña de Reagan de 1980. Pero, además de una visión nacionalista, ¿qué más tienen en común la campaña de Trump y el movimiento Brexit?

En una especie de mensaje de populismo, nacionalismo y pensamiento tribal que resulta atractivo para la clase obrera castigada por la creciente desigualdad, ambas campañas han señalado a las élites políticas como las responsables de la «rabia popular» de los ciudadanos, especialmente de aquellos que conforman la clase trabajadora o que perciben menores ingresos. Como ha ocurrido en España con la «casta» denunciada por Podemos, el creciente apoyo a los políticos antiestablishment es la reacción de muchos ciudadanos a la gran recesión económica que se inició en 2008 con la estrepitosa caída de Lehman Brothers, una queja expresada en votos sobre la desigualdad de ingresos que ha existido desde entonces.

Construyendo su carrera política con un hábil manejo de los medios de comunicación y autoproclamándose como outsiders o líderes al margen de la política convencional, tanto el estadounidense Donald Trump como el británico Nigel Farage se han convertido en dos fuertes exponentes de un mensaje que ha calado profundamente tanto en lo que Marx habría denominado el lumpenproletariat como en el proletariado urbano y rural. Por eso, el discurso proteccionista de Trump y del senador Bernie Sanders, que aspiraba a la nominación demócrata, calaron profundamente en las zonas más afectadas por el declive industrial.

Farage adquirió relevancia política haciendo campaña en favor de la salida del país de la UE, como líder del partido UKIP (Partido por la Independencia de Reino Unido). Como le ocurre a Trump, Farage aparece como un antisistema de derechas, racista y xenófobo, que durante mucho tiempo estuvo marginado en la política británica por sus controvertidas posturas sobre inmigración y, al igual que Trump, que nunca ha formado parte del Congreso ni de las camarillas de Washington a las que detesta y que lo detestan, nunca llegó a formar parte de la Cámara de los Comunes. Como Trump, Farage afirma ser un representante de los excluidos, habla sin pelos en la lengua y sin mucha preocupación por guardar las formas o ser «políticamente correcto» y de esta forma uno y otro llegan a sectores del electorado que los argumentos más elaborados y más inteligentes de sus rivales no pueden alcanzar.

Partiendo de la base «recuperar la soberanía», las campañas del Brexit y de Trump han criticado la llegada de inmigrantes a sus territorios. Hace poco más de un año que Trump anunció su candidatura a la elección presidencial diciendo que levantaría un «gran muro» en la frontera entre Estados Unidos y México para evitar la llegada de más inmigrantes latinos al país. Desde entonces, el magnate estadounidense ha convertido la política anti inmigratoria en uno de los temas centrales de su imparable avance entre los votantes republicanos más rancios. Durante la campaña de la consulta británica, el neopolítico y paleoempresario estadounidense se posicionó a favor del Brexit con comentarios de tono xenófobo que llegaron incluso a incomodar a algunos partidarios de la ruptura de Londres con Bruselas. A principios de mayo, Trump subrayó en una entrevista concedida a cadena Fox News que Reino Unido estaría mejor fuera de la UE y lamentó las consecuencias que está viviendo el continente europeo a raíz de la crisis migratoria. «Creo que la inmigración ha sido una cosa horrible para Europa», enfatizó Trump. «Gran parte de esto ha venido impulsado por la Unión Europea. Me gustaría decir que [los británicos] están mejor sin ella [la UE]».

Por su parte, Farage siempre hizo de la fobia a la inmigración y de su posición antieuropea la palanca sobre la que afianzó su carrera política. Y si Trump hablaba de contener la inmigración levantando un nuevo muro de Jericó desde Tijuana al sur del río Grande, lo mismo ocurrió en la campaña por el «Leave» en el Reino Unido, que argumentaba que el país no podía controlar el número de inmigrantes si permanecía como miembro de la UE. El canal de La Mancha era para los partidarios del Brexit el muro de contención soñado por Trump, una barrera que –según Farage– serviría para «controlar la cantidad y la calidad de los inmigrantes que entran en el Reino Unido».

La pregunta que muchos se formulan ahora es si el resultado del referéndum en Reino Unido supone un preámbulo para el destino de la elección presidencial estadounidense. Aunque la respuesta está por el momento escrita en el viento y dependerá de cómo se desenvuelvan las campañas de Donald Trump (si es que es finalmente nominado por los republicanos) y de la demócrata Hillary Clinton de aquí al 8 de noviembre, cuando se celebren los comicios, el Brexit permitirá a los estadounidenses presenciar lo que producirán unas políticas parecidas a las de Trump durante los próximos cuatro meses. Lo que sí han podido anticipar instituciones como el Fondo Monetario Internacional y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos es que el Brexit provocará el estancamiento en la economía, el recorte de gastos y la subida de impuestos, un aumento del desempleo y el desplome de la libra.

Quizás eso sirva para hacer ver a los estadounidenses las consecuencias de la aplicación de políticas aislacionistas. Para la demócrata Hillary Clinton, que ha manifestado su respeto por el resultado del referéndum y lo ha usado para atacar a Trump, sin experiencia política, al esgrimir que la «incertidumbre» reafirma la importancia de un líder «tranquilo y experimentado», la salida del Reino Unido de la UE supone un aviso: evidencia el atractivo del mensaje populista y cuestiona la eficacia de sus intentos de combatirlo presentándose como una política educada, ilustrada y seria. El problema es que el electorado que sustenta a los populistas no es precisamente el mejor informado. Por eso, Hillary Clinton, mucho más inteligente y mejor preparada que el líder republicano, puede acabar perdiendo las elecciones.

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