Estados Unidos, España y el nuevo orden científico mundial

Guerra Fría

El presidente norteamericano T. Woodrow Wilson (1856-1924) acuñó la expresión “nuevo orden mundial” tras la Gran Guerra para referirse a la paz que la Liga de las Naciones aspiraba a instaurar. La expresión fue recuperada tras la Segunda Guerra Mundial para referirse al nuevo sistema económico y político implantado mediante mecanismos monetarios como Bretton Woods, institucionales como el Banco Mundial y la Organización de Naciones Unidas, financieros como el Plan Marshall y militares como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el Pacto de Varsovia. La ciencia fue un elemento integral del desarrollo de ese nuevo orden durante la Guerra Fría. El peso de las ciencias en las economías políticas nacionales dependía de las relaciones internacionales y llegó a canalizarlas.

Así lo argumentamos en De la Guerra Fría al calentamiento global Estados Unidos, España y el nuevo orden científico mundial” el libro que presentamos en Madrid esta semana. Como editores nos propusimos estudiar este “nuevo orden científico mundial” con las mismas herramientas con las que se ha estudiado el nuevo orden económico y político, atendiendo a su inestabilidad y a su carácter multipolar. Para ello era fundamental analizar conjuntamente la investigación científica y las relaciones internacionales. Nos preguntamos cómo influyó la hegemonía militar y económica estadounidense en las nuevas formas de investigación científica y técnica características de la segunda mitad del siglo XX. ¿Cambiaron los modos de hacer ciencia en diferentes países con el nuevo mapa imperial? ¿Cómo influyeron las ciencias en los balances geopolíticos? ¿Qué límites se opusieron a los planes estadounidenses tanto por parte del “orden comunista” como por terceros países no alineados? ¿Cómo se configuró el nuevo poder de la ciencia en distintas regiones del mundo?

Una primera respuesta a estas preguntas debe considerar la creación de instituciones de colaboración científica de carácter transnacional, como las estudiadas por el historiador John Krige en el marco de Europa Occidental (Krige, 2006). Krige demostró que la hegemonía estadounidense era co-producida, es decir, necesitaba de la participación negociada de los países aliados. Por otro lado, los balances geopolíticos propiciaron la difusión y apropiación de modos de hacer ciencia (como la ciencia a gran escala, o Big Science) y prácticas científicas. También favorecieron el desarrollo de ciertas disciplinas y temas de investigación y no otros. Dada la enorme diversidad de intereses nacionales en juego, de tradiciones y de oportunidades, los programas de investigación de este período admitían enormes variaciones regionales y nacionales. Pero estos contextos no eran ajenos a la situación geopolítica, fuera para aprovechar contenidos desarrollados en otros lugares, para elegir nichos no cubiertos por las grandes potencias o para ajustarse a las necesidades que imponía la colaboración con países poderosos.

Junto a estas transformaciones en los modos de hacer ciencia, otro de los objetivos de este libro ha sido comprender el lugar de las ciencias y las tecnologías en la conformación de ese panorama geopolítico y de los científicos e ingenieros como participantes activos en las relaciones internacionales. Hemos descrito esta participación con el término “diplomacia científica”: mediaciones internacionales motivadas o canalizadas por investigaciones, colaboraciones y transferencias de carácter científico y tecnológico. La universalidad e internacionalismo asociado a las ciencias las convierte en vehículos diplomáticos para establecer nuevos lazos entre naciones y, paradójicamente, defender intereses nacionales. La cooperación científica internacional era una parte importante de la seguridad nacional y de la proyección cultural de los estados.

El uso del inglés como lingua franca es uno de los indicadores del grado de interés de cada país en congraciarse con el imperio o, por el contrario, de mantenerse al margen de esa hegemonía o incluso establecer un orden mundial alternativo. Otra herramienta de negociación es el intercambio de datos y tecnología. En un mundo en el que el secretismo era la norma en ramas enteras de investigación, compartir información podía ser un gesto de confianza pero también servir para perpetuar asimetrías. ¿Qué se decidía compartir, en qué situaciones y con qué objetivos?

Finalmente, aunque el libro pretende cubrir una región geográfica e intelectual amplia, una de sus aportaciones es tratar profusamente cual es el papel que jugó nuestro país en ese nuevo orden científico. Se trata, por tanto, de una aportación de gran importancia a la historiografía de la ciencia y la tecnología en nuestro país en un periodo de tiempo que, en este campo, está siendo objeto de revisión y análisis.

 

Referencias

Agar, Jon (2012): Science in the 20th Century and Beyond, Polity, Cambridge.
Krige, J. (2006): American Hegemony and the Postwar Reconstruction of Science in Europe, MIT Press, Harvard, MA.
Oreskes, Naomi y Krige, John (coords., 2014): Science and Technology in the Global Cold War, MIT Press, Harvard, MA.

 

Escrito por Xavier Roqué, profesor de Historia de la ciencia en la Universidad Autónoma de Barcelona. Extracto de “Diplomacia científica, relaciones internacionales y ayuda técnica” del libro De la Guerra Fría al calentamiento global Estados Unidos, España y el nuevo orden científico mundial Lino Camprubí, Xavier Roqué, Francisco Sáez de Adana (eds.) 

Posts Relacionados

Diálogo Atlántico
Preferencias de privacidad
Cuando usted visita nuestro sitio web, se puede almacenar información a través de su navegador de servicios específicos, generalmente en forma de cookies. Aquí puede cambiar sus preferencias de privacidad. Tenga en cuenta que bloquear algunos tipos de cookies puede afectar su experiencia en nuestro sitio web y los servicios que ofrecemos.