Cambio climático y cambio político en Washington DC: la ciencia vuelve al Capitolio

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En cuatro artículos publicados en este mismo blog (1, 2, 3, 4) me he ocupado de la política ambiental de la Administración Trump. La última entrada se publicó el 5 de junio de 2018, Día Mundial del Medio Ambiente, cuando se cumplía un año del desastroso anuncio de la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París. Remito al lector a ellas para conocer los antecedentes y me limitaré ahora a la última salida de pata de banco suscrita por Trump y su equipo de pirómanos medioambientales.

«No me lo creo». Con un twit de cuatro palabras, Donald Trump quiso tumbar el pasado 27 de noviembre las 1.656 páginas de un informe que detalla los devastadores efectos del cambio climático en la economía, la salud y el medio ambiente de Estados Unidos. Poco o nada le importa que el estudio, titulado Evaluación Nacional del Clima (NCA), respaldado por 300 científicos de 13 agencias federales diferentes, proclame una vez más que el cambio climático ya está afectando gravemente a los Estados Unidos.

La Administración Trump estaba tan preocupada por lo que el informe revelaría, incluyendo el hecho de que el pensamiento del presidente sobre el cambio climático se resume en una negacionista política del avestruz, que decidió publicarlo el Viernes Negro esperando que nadie le prestara atención. Un miembro del equipo de Trump, Steven Milloy, fue sincero acerca de esta estrategia: «Publíquelo en un día en el que a nadie le importe y espere a que sea eliminado por las noticias del día siguiente». Afortunadamente para todos, las noticias sobre el informe continuaron durante el fin de semana y las semanas siguientes.

¿Qué quiere ocultar Trump ninguneando el informe del clima? Que los efectos del calentamiento global están aquí. Cuando los residentes de California dicen que los recientes incendios forestales son diferentes a todo lo que habían experimentado antes, hay una razón para ello. El cambio climático duplicó el área quemada por incendios forestales en el oeste entre 1984 y 2015, comparado con lo que habría quemado sin calentamiento, según el informe.

Y cuando los residentes de la costa del Golfo dicen que cada vez sufren más inundaciones, también hay una razón para ello. La subida del nivel del mar ha aumentado la frecuencia de las inundaciones de marea alta entre cinco a diez veces desde la década de 1960 en algunos lugares. Los estadounidenses (y, por supuesto, las personas de todo el mundo), se ven ahora obligados a enfrentar temperaturas peligrosamente altas, mares crecientes, incendios forestales mortales, lluvias torrenciales y huracanes devastadores. Si las emisiones de carbono continúan sin disminuir, la vida será mucho más difícil.

Aunque no ofrece recomendaciones políticas, las conclusiones del informe indican que la Administración Trump debe dejar de hacer retroceder las políticas climáticas que puso en marcha la Administración Obama, incluidas las normas que exigen que los vehículos gasten menos de un galón de gasolina cada cien kilómetros y las que limitarían las emisiones de carbono de las centrales eléctricas. El informe también hará que sea mucho más difícil para el Gobierno Trump defender la derogación de las normas en los tribunales, porque a los jueces no les gusta que los responsables políticos ignoren la evidencia científica.

Aunque Trump ha detenido el progreso de la lucha frente al cambio climático a nivel federal, no controla lo que hacen los estados, las ciudades y el sector privado. Todos han acercado posturas para llenar el vacío dejado por la Administración republicana. Por ejemplo, los estados de todo el país están llevando a cabo políticas que reducen las emisiones del calentamiento global, ya sea por preocupación por el cambio climático o porque esas políticas tienen fundamento económico.

California acaba de aprobar una ley que obliga a que en 2045 toda la electricidad del estado proceda de energías renovables. Texas, con sus vientos constantes y sus grandes espacios abiertos, ocupa el primer lugar en la generación de energía eólica en Estados Unidos y, de ser un país, sería el quinto del mundo en producción energética eólica. Los responsables estatales tuvieron la previsión de invertir más de 7.000 millones de dólares en infraestructuras de transmisión para conectar esas áreas abiertas con los núcleos de población. Y la soleada Carolina del Norte alimenta a medio millón de hogares con energía solar gracias a los incentivos estatales, las normas de incremento de las renovables, las inversiones en servicios públicos y las compras de energía solar por parte de grandes empresas implantadas en el estado como Apple o Ikea.

Las elecciones de medio mandato han sido un buen augurio para un progreso medioambiental a nivel estatal. En Nuevo México, Maine, Colorado, Illinois, Michigan y Wisconsin los candidatos a gobernador que se comprometieron a promover las energías limpias ganaron las elecciones. Incluso en Washington DC hay indicios de que el péndulo ha comenzado a retroceder desde el momento que los votantes decidieron poner fin al dominio republicano en el Congreso. El nuevo liderazgo de la Cámara de Representantes quiere celebrar audiencias sobre los esfuerzos del presidente para desmantelar las reglas climáticas y los jóvenes votantes que se han movilizado en torno a la recuperación de las políticas de lucha frente al cambio climático están presionando a los demócratas para hacer de la legislación climática una prioridad.

En esta línea, y aunque no se ha insistido en ello, el cambio de mayoría en la Cámara de Representantes significa un gran paso hacia adelante para contrarrestar la retrógrada política ambiental de Trump. Con el cambio, la ciencia vuelve a la casa porque el Comité de Ciencia, Espacio y Tecnología, en el que los demócratas tendrán la mayoría y con ella la presidencia del comité, podrá cumplir con su nombre, el cual, a pesar de su denominación, ha estado dirigida por negacionistas acientíficos republicanos desde 2011.

El ex representante republicano por Texas Ralph Hall fue presidente del Comité durante dos años antes de que Lamar Smith (otro republicano del estado de la estrella solitaria) asumiera el cargo en 2013. Hall, que fue algo así como un precalentamiento para el reinado de Smith, le dijo en 2011 al National Journal que, en materia de clima, «no creo que podamos controlar lo que Dios controla» y acusó a los científicos de manipular las pruebas. Smith llevó el poder de convocatoria de su presidencia utilizándolo contra los científicos en un intento por descubrir lo que él denominó la «agenda del extremismo climático». Utilizó las audiencias del Comité para atacar a los científicos del clima, a la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), al Acuerdo de París y a la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia.

La presidencia del Comité la ostentará ahora Eddie Bernice Johnson, una demócrata por Texas, que ya ha establecido sus prioridades para el futuro del mismo, incluyendo «defender a la iniciativa científica de ataques políticos e ideológicos, reconocer que el cambio climático es real y trabajar para comprender las formas en que podemos mitigarlo». Por último, la demócrata ha reclamado «restaurar la credibilidad del Comité como un lugar donde la ciencia es respetada y reconocida como un aporte crucial para una buena formulación de políticas».

La lección para Trump y sus partidarios es que solo puedes ignorar la ciencia durante algún tiempo, pero la verdad científica acabará por alcanzarte. Los estadounidenses se están dando cuenta de que sus vidas están ahora muy influenciadas por el clima y que los impactos sobre este empeorarán si no se actúa. La acción estatal y privada es útil, pero la acción federal es esencial. La Evaluación Nacional del Clima deja claro que el tiempo de acción, el bien más preciado de todos, se está agotando.

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