Separados pero iguales en el siglo XXI

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El sistema educativo de un país es el reflejo de los valores sociales de la población que lo habita. Una nación educada en principios de tolerancia e igualdad es más libre y mucho más abierta. Recientemente se ha festejado la aprobación hace seis décadas de la decisión Brown contra el Consejo Escolar de Topeka. Una disposición histórica que, pese a su relevancia, continúa siendo vulnerada con la aquiescencia de los poderes políticos.

El 17 de mayo de 1954, los norteamericanos conocían una de las más importantes decisiones judiciales emitidas por el Tribunal Supremo de su país. En el caso Brown contra el Consejo Escolar de Topeka, los magistrados del alto tribunal emitían un voto unánime (9-0) por el que la segregación escolar entre blancos y negros quedaba constitucionalmente prohibida. Con este histórico veredicto comenzaba una etapa de profunda transformación social que acabaría desembocando en el Movimiento por los Derechos Civiles y las enmiendas contra la discriminación racial. El Tribunal Supremo ponía fin a décadas de racismo encubierto en la falacia del “separados pero iguales” que se había adoptado, curiosamente por esa misma magistratura, en la sentencia Plessy v. Ferguson de 1896. Hoy, 60 años después de aquel legendario fallo, la separación racial entre grupos sigue constituyendo, pese a los avances logrados, un borrón en la sociedad civil estadounidense.

Durante las últimas semanas, hemos visto publicados numerosos artículos recogiendo los éxitos y fracasos de la sentencia Brown v. Board of Education. Todos ellos coincidían en determinados elementos que podrían hacer dudar del éxito de las leyes adoptadas tras el famoso fallo. Según estas publicaciones, la segregación escolar (y económica) es a día de hoy tan grande como la que existía en 1970 –cuando se implementaron las leyes civiles,– con blancos y asiáticos asistiendo a unas escuelas y negros e hispanos a otras. Aunque es cierto que el rendimiento educativo de los afroamericanos y latinos es mayor que hace 40 años, también es verdad que el rendimiento de los blancos y los asiáticos ha aumentado, por lo que la brecha educacional no ha disminuido. Las escuelas donde negros e hispanos son una mayoría se encuentran en barrios predominantemente habitados por personas de esos dos grupos, mientras que blancos y asiáticos asisten a escuelas en barrios en los que ambas razas son mayoría. El resultado es que las escuelas segregadas acaban disponiendo de menos recursos, menos programas de atención y monitorización del estudiante, tasas más altas de abandono, y un profesorado menos preparado y peor pagado que el de las escuelas e institutos de la clase media. Se ha producido, pues, un empobrecimiento de determinadas escuelas.

La historia nos haría pensar que la mayor parte de las escuelas segregadas están en el Sur de Estados Unidos. Sin embargo, es sorprendente comprobar que no es así. Nueva York y California, dos estados demócratas, abiertos y liberales, tienen el número más elevado de escuelas segregadas. El Empire State cuenta con la tasa nacional más baja de exposición de los niños blancos a sus compañeros afroamericanos. Por su parte, en el Golden State, la mitad de los niños latinos asisten a escuelas en las que el 90 por ciento del alumnado es latino o negro y, además, pobre. Virginia Occidental, un territorio sureño, tiene, por el contrario, el honor de ser el estado más integrado de toda la Unión. Hay quien ha definido como «resegregación» al proceso que actualmente está teniendo lugar en el sistema educativo estadounidense. Con una visible multiculturalidad en todo el país, es una lástima que la sentencia que quiso hacer de Estados Unidos un lugar más justo para todos sea vulnerada a diario. La desegregación se ha convertido, sesenta años después, en otro desafío para el pueblo americano.

Diálogo Atlántico
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