Las revueltas acontecidas en Ferguson, Misuri, nos han hecho recordar tantos y tantos años de lucha en pos de los derechos civiles que negros y otras minorías han tenido que recorrer. ¿Son los Estados Unidos una sociedad donde el color de la piel sigue delimitando y separando? Si se contempla la relevancia que la minoría afroamericana tiene hoy en distintas áreas de la sociedad, podría decirse que, pese a todo, sí lo son.
En el preámbulo de, posiblemente, el documento político más importante de la historia de Estados Unidos, los “padres fundadores” reconocían como una verdad evidente que todos los hombres eran creados iguales. Sin embargo, este texto fundacional no hacía sino mostrar las paradojas del pensamiento jeffersoniano. Al hablar de hombres, Jefferson utilizaba el término en su sentido literal, dejando fuera de ese derecho a ser iguales a la mayor parte de la población estadounidense de la época. Hasta muchas décadas después, negros, indios, mujeres y otras minorías raciales, étnicas o de orientación sexual no fueron capaces de conquistar ese reconocimiento establecido en el siglo XVIII para solo un segmento de la población. A pesar de que las leyes sobre derechos civiles rechazan “de iure” cualquier atisbo de racismo o discriminación en la sociedad estadounidense, hechos como los acontecidos en Ferguson parecen indicarnos, “de facto”, una realidad bien distinta.
Estados Unidos cuenta con una población afroamericana –negra o en combinación con otra raza–, de algo más de 45 millones, lo que representa un 14% del total de habitantes que tiene el país. Se trata de una minoría muy joven, con una media de 32 años, y con un 47% de ellos estando por debajo de los 35. Un poco más de la mitad de esos 45 millones viven en los Estados del sur, siendo el Distrito de Columbia (51,6%) y Misisipi (38%) los lugares donde, proporcionalmente, más afroamericanos hay. Desde los años sesenta del siglo pasado, la minoría afroamericana ha entrado a formar parte de la clase media estadounidense gracias a una mayor formación educativa. A día de hoy, los negros han accedido a puestos denominados “white collar” que hasta hace poco tenían vetados, se han ido a vivir a barrios de clase media blanca, o han creado sus propios barrios negros de clase media. Su potencial económico también se ha disparado, estimándose en 1,1 billones de dólares para el año que viene. No es de extrañar que de los 14,7 millones de hogares afroamericanos, un 38,4% sean considerados clase media, con rentas que oscilan entre los 35.000 y los 100.000 dólares anuales. Una evidencia de ese creciente poder económico es que hay alrededor de 1,9 millones de empresas, operando principalmente en el sector servicios, cuyos dueños son negros.
Comparativamente, las compañías antes referidas solo comprenden el 7% del total nacional y tan solo 100.000 contaban con trabajadores asalariados. Esta cifra explicaría el alto nivel de paro que hay entre la población afroamericana, un 10,9 por ciento, frente al 5,9% nacional. La pobreza entre la población negra estadounidense, que se ha reducido de forma significativa si se comparan las cifras de finales de los años 50 y las primeras décadas de este siglo, está en un 28,1% frente al 15,9% de la media nacional. Un cuarto de la población afroamericana sigue recibiendo las denominadas “Food Stamps” y el 13,6% percibe cheques sociales. La pobreza se ha asociado a la criminalidad en la comunidad negra. Casos como el de Ferguson muestran que, si se miran las estadísticas, negros e hispanos son propensos a sufrir tres veces más registros y arrestos que los blancos. Las estadísticas también muestran que 1 de cada 10 muertes a manos de la policía es un afroamericano. La ratio de jóvenes negros menores de 25 años muertos por la policía es 4,5 veces más alta que la de otras comunidades. Una proporción solo 17 veces superior si se trata de mayores de 25. A pesar de décadas de lucha por la integración racial y de numerosos logros, solo existe una verdad evidente: no todos son iguales en Estados Unidos.