Back where it all began…

Dentro de la tradición iniciada por Franklin Delano Roosevelt para preservar el legado de los presidentes de Estados Unidos, Obama elige construir su biblioteca y museo en el South Side de Chicago.

Desde el segundo mandato de la excepcional presidencia de FDR, los inquilinos de la Casa Blanca suelen dedicar una parte de sus privilegiadas jubilaciones a financiar con donativos, construir y poner en marcha sus propios panteones políticos en forma de biblioteca-museo. Una peculiar síntesis americana de monumento con múltiples usos: archivo para una ingente cantidad de documentos oficiales, museo y almacén para miles de artefactos, atracción turística, foro para un permanente activismo, escaparate universitario e incluso residencia privada, despacho y, sin ninguna prisa, hasta un lugar para el descanso eterno.

En la actualidad, el sistema supervisado por la National Archives and Records Administration (NARA) está compuesta por un total de trece bibliotecas. En otra vida como becario Fulbright, nada más llegar a Estados Unidos en el verano de 1990, la primera de estas instituciones que pude explorar fue la de Lyndon B. Johnson (Austin, Texas). De un presidente que podía ser tan grandón como el ego texano, recuerdo la carta que un joven LBJ, maestro de escuela, envió a su madre pidiéndole que le mandase cepillos de dientes para repartir entre sus alumnos más desfavorecidos (un anticipo de su war on poverty).

Desde aquel verano en Texas, he intentado visitar todas esas bibliotecas-museo sobradas de fascinación para los adictos a la historia presidencial americana. Con diferencia, las dedicadas a Ronald Reagan y John F. Kennedy son las que más me han impresionado. Aprovechando unas primarias en New Hampshire, pude llegar hasta la biblioteca de JFK (Boston, Massachusetts) en un gélido invierno. El edificio diseñado por Ieoh Ming Pei, junto a la bahía, multiplicaba sus espectaculares ángulos con todo el sol reflejado en la nieve.

La de Reagan -literalmente situada en lo alto de una montaña en Simi Valley, a las afueras de Los Ángeles- dispone de las vistas más cinematográficas de entre todas las bibliotecas presidenciales. Allí está enterrado The Gipper, contemplando para siempre el paisaje de su querida California. Y allí hay documentos tan increíbles como la carta manuscrita del long goodbye, en la que R.R. anunciaba su última batalla contra el Alzheimer. Por supuesto, nunca falta una exacta reproducción del despacho oval, alguna limo blindada o hasta una versión antigua del Air Force One, como en el caso de la biblioteca de Reagan.

Las dos más cercanas geográficamente entre sí son las dedicadas a Harry S. Truman (Independence, Missouri) y Dwight D. Eisenhower (Abilene, Kansas). Y su visita sirve para comprender los orígenes especialmente humildes de ambos presidentes. En la de Truman, el último ocupante de la Casa Blanca sin estudios universitarios, se puede ver un croquis de rotación de cultivos del joven que intentó ganarse la vida de múltiples formas antes de llegar a la política. Abilene, en mitad de la pradera, sigue ilustrando todavía hoy en día aquel recuerdo de infancia de Ike: «Éramos pobres pero no lo sabíamos».

La biblioteca de Herbert Hoover (West Branch, Iowa) sirve como escenario a quizá el único presidente de Estados Unidos que tuvo una vida muchísimo más interesante antes de llegar a la Casa Blanca, con sus aventuras como ingeniero de minas por todo el mundo que le hicieron multimillonario. Aunque a pesar de estar en uno de los Estados más politizados de la Unión como es Iowa por razón de sus caucuses, las múltiples caravanas electorales que atraviesan la interestatal 80 no se desvían nunca para no verse ni remotamente asociados entre los maizales del Midwest con el presidente de la Gran Depresión.

La biblioteca de Carter (Atlanta, Georgia) es como un anexo bastante limitado de lo que verdaderamente le importaba al ex presidente demócrata: su Carter Center, la organización que le ha permitido tener lo más parecido a un segundo mandato. La de Nixon (Yorba Linda, California) es una especie de regalo permanente por todos los documentos que todavía siguen saliendo a la luz del presidente de Watergate. La biblioteca de Clinton (Little Rock, Arkansas) quizá sea la más festiva, además de la mejor a la hora de combinar tradición y modernidad. Y la de FDR (Hyde Park, Nueva York), es en cierta manera la más reverencial. Por el sendero que conduce a la mansión con privilegiadas vistas al río Hudson, es posible imaginarse al Roosevelt afectado por la polio haciendo ejercicios para aparentar que podía caminar por sus propios medios.

Dentro de este menú largo pero nada estrecho para el insaciable apetito que genera la mitología política americana, la próxima parada será la biblioteca-museo del presidente Obama. Tras un competitivo proceso de selección entre posibles sedes con vinculación universitaria, la Fundación Barack Obama ha optado por establecerse en el South Side de Chicago. Allí empezó la carrera política del primer presidente afroamericano y en esa zona plagada de gangs, drogas, pobreza y violencia no habrá que rebuscar mucho para encontrar algunas de las cuestiones a las que Obama quisiera dedicarse tras dejar la Casa Blanca.

La próxima biblioteca-museo se construirá en uno de los dos lugares propuestos por la Universidad de Chicago: un par de parques públicos -Washington y Jackson- cercanos al prestigioso campus. Con la aspiración de llegar a un millón de visitantes anuales para cuando abra sus puertas en 2020 o 2021, el proyecto aspira a convertirse en una gran oportunidad económica para revitalizar el South Side. Aunque la intención es no olvidarse por completo de las otras dos candidaturas rivales, la Universidad de Hawaii y la Universidad de Columbia en Nueva York.

Como ha explicado el propio Obama, al fin y al cabo en Chicago fue donde «todas las facetas de mi vida se unieron». Y allí, según el presidente, «es donde me convertí en un hombre».

 Escrito por Pedro Rodríguez, profesor asociado de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid y de Periodismo en el Centro Universitario Villanueva.
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