El primer lunes de septiembre se celebra en Estados Unidos el denominado «Labor Day» o Día del Trabajo. En esta fiesta federal se reconoce el esfuerzo con el que los trabajadores estadounidenses contribuyen a la economía de su país. Este año, el Día del Trabajo viene con polémica ante la petición del inquilino de la Casa Blanca en sus dos últimos discursos sobre el estado de la nación de incrementar el salario mínimo profesional.
No está claro quién fue el primero en proponerlo. Algunos dicen que fue Peter J. McGuire, cofundador de la American Federation of Labor (AFL). Otros prefieren darle su paternidad a Matthew Maguire, secretario de la Central Labor Union (CLU), quien en 1882 planteó su conmemoración. En cualquier caso, el Labor Day o Día del Trabajo se viene celebrando oficialmente desde hace 121 años en Estados Unidos. Al igual que ocurre con su progenitor, la razón por la que se celebra el primer lunes de septiembre tampoco está clara. Se ha apuntado que fue el presidente Grover Cleveland quien en 1894 sugirió la fecha, temiendo que de celebrarse a principios de mayo, como más tarde se haría en otros países, sirviera para rememorar la Revuelta de Haymarket de Chicago en 1886. Por otro lado, también se han dado razones más mundanas: hay demasiado tiempo sin una festividad federal entre el 4 de julio, Día de la Independencia, y el Día de Acción de Gracias (noviembre).
Para los estadounidenses el Día del Trabajo hoy es un día de fiesta que marca el final del verano. Todavía es posible ver manifestaciones de trabajadores organizadas por los sindicatos, pero el carácter reivindicativo que tuvo en su día prácticamente se ha perdido. Encuentros deportivos, barbacoas familiares o picnics de vecindario han sustituido a las multitudinarias marchas de obreros por las calles de las grandes ciudades. En una sociedad donde las vacaciones anuales apenas llegan a las dos semanas de media, y donde ese derecho además no está regulado ni a nivel federal, estatal o local, este tipo de fiestas suponen un alivio en el largo año laboral de los estadounidenses. Otro bálsamo para los trabajadores es la petición que Barack Obama hizo el pasado mes de enero para que se incremente el salario mínimo profesional. Su intención era aumentar los 7.25$ (6,44€) la hora que actualmente rigen a nivel federal hasta los 10.10$ (8,97€). Unas cifras muy superiores, por ejemplo, a las españolas.
En nuestro país, el salario mínimo interprofesional para este 2015 es de 648,60€ (729.7$) al mes, o 2,70€ (3.03$) la hora. La española es una cifra muy baja si se compara con la de EE.UU., pero hay que reconocer que los beneficios sociales asociados a tener (o no) un puesto de trabajo en España son mucho más ventajosos que los que tienen los trabajadores de aquel lugar. Un empleado estadounidense debe negociar con la empresa su salario, horario y vacaciones. Pero, además, debe dejar muy bien atado su seguro médico y compensaciones futuras (en caso de despido o jubilación). Por eso pedía Obama al Congreso que aumentara el salario mínimo federal, para que cerca de 21 millones de trabajadores por cuenta ajena mayores de 18 años tuvieran un sueldo digno con el que sustentar a sus familias. La controversia ante la propuesta del POTUS es doble: (1) el Congreso de mayoría republicana la rechaza porque el incremento del salario mínimo haría peligrar, dicen, miles de puestos de trabajo; y (2) la amenaza que supone para las, gusten o no, arraigadas propinas en el sector de la restauración. De no conseguir Obama su objetivo, será interesante ver si quien se siente a partir de 2017 en el Despacho Oval mantendrá esas reclamaciones de aumento.