Desde el despacho oval hasta la televisión pasando por estadios repletos de público, este carismático predicador sobre el poder de la redención frente al pecado, ha terminado por definir el evangelismo moderno en Estados Unidos.
No es una piadosa exageración argumentar que Estados Unidos es uno de los países más religiosos del mundo pese a su ejemplaridad a la hora de no mezclar Iglesia y Estado. Sin el factor espiritual −desde el mismo momento en que unos refugiados como los Pilgrims desembarcaron en noviembre de 1620 en las costas de lo que ahora es Massachusetts con la idea de vivir en el Nuevo Mundo como los primeros cristianos− no se entiende la saga de Estados Unidos; como tampoco se puede apreciar la historia de one Nation Under God y la Primera Enmienda sin figuras como Billy Graham, el reverendo fallecido a los 99 años este pasado miércoles en su casa de Montreat, Carolina del Norte.
Si a todos los millones de creyentes en Jesucristo se les midiera en función del mandato de “id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”, entre los primeros puestos de esa hipotética clasificación se encontraría William Franklin Graham, el predicador más conocido, respetado y seguido tanto dentro como fuera de Estados Unidos. Con una voz tan inconfundible como persuasiva, este carismático pastor baptista siempre con una Biblia en la mano dedicó su vida a argumentar el esperanzador poder de la redención frente a las miserias del pecado.
En esa movilización constante, Graham recurrió a la radio, la televisión o cualquier otra tecnología de comunicación de masas; llenó estadios con multitudes; conectó con toda clase de congregaciones, incluidos afroamericanos ganándose el odio del Ku Klux Klan; tuvo acceso a doce ocupantes de la Casa Blanca más allá de afiliaciones partidistas y se convirtió en inevitable consuelo en momentos de tragedia nacional. A lo largo de ese proceso, terminó por definir el evangelismo moderno en Estados Unidos.
A los 15 años, este adolescente amante del baseball hijo de un granjero de Carolina del Norte encontró su llamada en un tent revival, una de esas expresiones del protestantismo donde lo espiritual se eleva a la categoría de espectáculo. Tras sus estudios religiosos, su primer destino fue Chicago. Siempre con la prioridad de conseguir que los protestantes evangélicos de Estados Unidos volvieran a ganar la influencia social que llegaron a tener en otros tiempos.
John Wilson, uno de sus colaboradores, explica que la clave para entender su éxito y su legado es el “maravilloso equilibrio” que Billy Graham supo mantener durante toda su trayectoria. En su opinión, “los fundamentalistas le consideraban como excesivamente liberal y los liberales le veían como demasiado literalista al hablar de pecado y salvación”.
En retrospectiva, quizá su enorme éxito y prestigio estuvo basado en todas las cosas que no hizo durante sus seis décadas de activa vocación: nunca construyó su propia mega-iglesia, no estableció una fundación filantrópica, no impulsó ningún lobby o grupo político ni aspiró a un cargo electo a pesar de su privilegiada relación con una docena de presidentes de Estados Unidos, empezando por Harry Truman.
Al asumir sus propias líneas rojas y concentrarse en su ministerio, Graham salvaguardó su genuina reputación de los escándalos de todo tipo que han desacreditado con una larga lista de líderes religiosos en Estados Unidos. Cuando se divulgaron comentarios antisemitas en conversaciones grabadas con Richard Nixon, Graham no perdió un segundo en reconocer humildemente su responsabilidad y pedir perdón. Un ejemplo que su hijo y heredero, Franklin Graham, no ha seguido al cuestionar el islam en Estados Unidos y alinearse políticamente con Trump.
Su carrera se centró en el mensaje redentor del cristianismo y compartir la alegría vinculada a la fe religiosa, sin perderse en los detalles diferenciales de cada nominación. Se estima que a sus energéticas giras desde Miami a Moscú, denominadas por él mismo como «cruzadas», habrían asistido más de 200 millones de personas. Además de plasmar su testimonio en 33 libros, el pasado diciembre apareció interpretado −como parte de la segunda temporada de la serie británica The Crown− reflexionando con Isabel II acerca de hasta dónde es posible perdonar.
Siempre patriótico y contrario a muchos de los “ismos” que han plagado el siglo XX, su actividad fue limitándose al declinar su salud hasta que en 2005 se retiró a su casa familiar en las montañas de Carolina del Norte, donde dos años más tarde fallecería su esposa Ruth Bell Graham. Aunque la vida del reverendo ha coincidido con profundos cambios en la sociedad americana, su importancia es difícilmente cuestionable a la hora de definir la vida espiritual de Estados Unidos. En sus sermones solía insistir: “Elegid este día el camino para viajar hasta la eternidad. No penséis que existen tres opciones −sí, no y esperar− porque puede que nunca tengáis otra oportunidad”.