Una notable excepción en una democracia con un déficit de mujeres en primera fila de la política.
La política en Estados Unidos tiene un problema machirulo. En comparación con otras democracias occidentales, el número de mujeres con escaño a nivel federal es más bien reducido y no se corresponde con el acceso femenino a toda clase de puestos de responsabilidad en la sociedad americana. De forma periódica, como ocurre ante las próximas elecciones legislativas en la era del #MeToo y Trump, se especula con la posibilidad de una rectificación, pero el déficit de mujeres en la colina del Capitolio resulta más bien contumaz.
En este contexto es donde se explica la relevancia de Louise Slaughter, fallecida el pasado viernes con las botas puestas y recordada como una de las mujeres con mayor perfil político en la colina del Capitolio. Desde la izquierda del Partido Demócrata consiguió ser elegida y reelegida 16 veces consecutivas para su escaño en la Cámara de Representantes, y se convirtió en una de las legisladoras de Estados Unidos más activas y veteranas.
Desde su distrito –que comprendía la zona de Rochester, junto a la frontera de Canadá, en la parte occidental del estado de Nueva York– Slaughter terminó por ser, durante sus tres décadas de servicio en el Congreso, una voz prominente sobre todo para la causa de las mujeres y la diversidad en Estados Unidos. Luchó, además por conseguir la financiación pública de los programas federales dedicados a la cultura y las artes.
Slaughter nació hace 88 años en Kentucky, y a pesar de mudarse muy pronto con su marido Robert hasta upstate Nueva York donde tuvo tres hijas, no perdió nunca su acento sureño. Como en su juventud estudió microbiología y salud pública, Louise extendió esos intereses a su gradual carrera política hasta presentarse y ganar un escaño en Washington en 1986. En la Cámara Baja llegó a presidir el decisivo Comité de Procedimiento (House Committee on Rules), encargado de organizar la actividad legislativa. En esa posición, clave para el control de la agenda parlamentaria, se batió con sus rivales republicanos y al mismo tiempo se ganó su respeto.
El Speaker of the House republicano, Paul Ryan, al ordenar las banderas a media asta en el Capitolio, ha dicho de su colega: “Louise era una gigante en la Cámara del pueblo. Louise no necesitaba de un mazo para dejar su marca en la historia. Fue incansable en la lucha por sus ideas y la gente de su distrito”. El actual presidente del Comité de Procedimiento, el republicano Pete Sessions, ha recalcado que Slaughter era “una líder audaz” a la que consideró “una compañera”: “Siempre apreciaré su amistad, su camaradería y, por supuesto, su pastel de ruibarbo”.
Entre sus batallas parlamentarias destacan múltiples cuestiones de índole sanitaria, la seguridad de los equipos utilizados por los soldados del Pentágono, el derecho al aborto y la no discriminación genética, la lucha por estándares éticos de gobernanza, y el respaldo público a la cultura y legislación contra la violencia de género. Desde el Comité de Procedimientos de la Cámara Baja tuvo también un papel relevante en hacer realidad la reforma sanitaria de Obama (Patient Protection and Affordable Care Act) y la nueva regulación financiera inspirada por la crisis de 2007-2008 (Dodd-Frank Wall Street Reform and Consumer Protection Act). Ambas medidas entre las prioridades de la Administración Trump para su desmantelación.
Durante el impeachment contra Bill Clinton, Slaughter fue partidaria de evitar un juicio político al presidente por el escándalo sobre sus relaciones con una joven becaria de la Casa Blanca. A pesar de su voto a favor del marido de Hilary Clinton, la congresista criticó públicamente la conducta del presidente tanto con Lewinsky como con algunos de los tratos acordados con la oposición republicana. Según dijo: “No me interesa lo que le pase a Bill Clinton. Lo que me preocupa es nuestro país y la Constitución”.
En una entrevista concedida el mes pasado, Louise Slaughter explicaba a un periódico de su distrito que ella no ganaba elecciones imponiéndose a sus rivales sino en virtud de sus logros, y que la veteranía en el Congreso le permitía ser más efectiva a la hora de defender los intereses de sus representados en Washington. En otra ocasión, la congresista defendió en estos términos el sistema político de Estados Unidos: “Hay muchas gentes en Estados Unidos que sienten un odio arcaico hacia el gobierno. Los que sentimos de otra manera, tenemos el deber de convencerles que el gobierno no es su enemigo”.