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Más de lo mismo pero diferente

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Tras quedar confirmadas las candidaturas presidenciales para noviembre, la incertidumbre electoral de EE. UU. queda reducida a tres factores: aspirantes independientes, los juicios de Trump y la cuestión de la edad.

Hubo un tiempo en el que los dos grandes partidos políticos en Estados Unidos demostraban su fortaleza y seguridad utilizando un proceso gradual y ordenado de primarias para elegir a sus candidatos presidenciales con ayuda del voto popular. Republicanos y demócratas, por mucho que se guardaran alguna baza en sus convenciones nacionales, eran capaces de organizar un mecanismo de selección competitivo para seleccionar candidatos viables con ayuda del voto popular. Incluso llegaron a inventarse el supermartes, una especie de “muerte súbita” con votaciones simultáneas en un número significativo de Estados de la Unión para contar con un favorito para mediados de marzo, a más tardar.

Aquella época dorada de la política americana, que empezó con la primera elección de Franklin Delano Roosevelt en 1932, se acabó hace bastante tiempo. Entre todos la mataron y ella sola se murió sin poder sobreponerse a tanta gerontocracia, la devastación del nacional-populismo y el profundo agujero donde se encuentran los dos partidos políticos que han dominado la política americana. De hecho, esta crisis fundamental en las filas de los demócratas (incapaces de encontrar un reemplazo para Biden-Harris) y republicanos (eclipsados por Donald Trump) ha vuelto a quedar en evidencia el pasado supermartes sin sorpresas, tan inútil como un calendario del año pasado.

Otra vez, en menos de 225 días, las elecciones presidenciales previstas para el próximo 5 de noviembre serán un rematch entre Trump y Biden. Un gran botellón geriátrico tan aburrido que los estadounidenses están dejando de ver en televisión la cobertura electoral para desgracia de las grandes cadenas que esperaban cuadrar sus cuentas con otro lucrativo ciclo de “reality-politics”. Sin embargo, la tediosa reposición de “Biden vs. Trump” está resultando más bien desastrosa, hasta el punto de que las audiencias interesadas se han reducido a la mitad.

Solamente la justicia y la prensa son capaces de animar un poco esta soporífera apocalipsis sin trompetas. En una decisión acelerada por el calendario electoral, el Tribunal Supremo de Estados Unidos ha dictaminado por unanimidad que no se puede eliminar a nivel estatal la candidatura de Donald Trump de las papeletas de las primarias. No importa su presunta participación en una insurrección contra el gobierno federal, tal y como señala la enmienda 14 de la Constitución aprobada tras la guerra civil para inhabilitar a los líderes de la insurrección confederada.

El New York Times también ha intentado animar la “cosa” publicando una entretenida encuesta entre votantes registrados para votar en noviembre: si las elecciones presidenciales se celebrasen no dentro de ocho meses sino hoy, el expresidente Trump obtendría una ventaja del 5% sobre el presidente Biden. Lastrado por las dudas sobre su liderazgo dentro de su propio electorado y la insatisfacción general sobre la dirección de la nación, Biden cuenta con un 43% de apoyo, por detrás del 48% de Trump, de acuerdo a la comentada encuesta nacional publicada cuando de facto ha comenzado de forma anticipada la campaña general. 

Como ya viene siendo habitual en las citas electorales de la maltrecha democracia americana, el ocupante de la Casa Blanca se decidirá por unos cuantos miles de votos en media docena de Estados de la Unión, a partir de una trinidad de cuestiones compuesta por la economía, el aborto y la frontera. La única decisión que queda por conocer es quién elijará Trump como número dos entre la frikipandi de aspirantes congregada para hacer olvidar al vicepresidente Mike Pence, tan fracasado en más de un sentido.

Tras quedar confirmadas las candidaturas presidenciales, la incertidumbre electoral de Estados Unidos queda reducida a tres factores: opciones independientes, los juicios de Trump y la cuestión de la edad. Tradicionalmente en la política americana, la relevancia de terceros candidatos refleja el descontento con el statu quo, por mucho que los dos grandes partidos guarden celosamente su duopolio. Esta vez destaca Robert Kennedy junior, con su musculada mezcla de nostalgia y conspiranoia.

Una segunda incógnita es el panorama judicial de Trump, que está haciendo todo lo posible por retrasar sus múltiples procesos para entrar en la distopia de ganar las elecciones y poder auto-anmistiarse. El único caso que tiene más probabilidades de decidirse a tiempo es el más trivial: el juicio por pagar a Stormy Daniels, una estrella del porno, para que se mantuviera callada en la campaña de 2016 y disfrazarlo de gastos legales.

Y, finalmente, el tercer factor de incertidumbre es la edad de los candidatos. Biden y Trump serán los candidatos de mayor y segunda mayor edad de la historia. Como muy bien saber los actuarios de seguros, las probabilidades de que se produzca lo que educadamente se denomina un “problema de salud” son mucho mayores de lo habitual. 

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