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Alcatraz es una idea

Irene Sacaluga - DA

Corría el convulso 1969 cuando un grupo de estudiantes, activistas nativos americanos, ocuparon el abandonado penal de Alcatraz. Lo eligieron porque, ironizaban, al igual que muchas reservas indígenas, Alcatraz era prácticamente inhabitable. Su eslogan pasó a la historia de Estados Unidos. “Alcatraz no es una isla”, decían. Porque esa ocupación no era la simple toma de un peñón frente a la bahía de San Francisco. Era una lucha por los derechos de su comunidad. Uno de esos activistas, Richard Oakes, fue quien concretó la cita de da título a este artículo: Alcatraz era una idea.

Aunque no consiguieran el objetivo maximalista, lograron mucho más de la Administración Nixon que en varias décadas anteriores. Los fondos para la comunidad nativa aumentaron un 250%. Hubo medio centenar de medidas legislativas enfocadas a los nativos americanos. Convirtieron Alcatraz en un icono de resistencia y lucha popular. Una nueva vida para un enclave que, hasta entonces, era un símbolo de “mano dura”.

Alcatraz es el anglicismo de Alcatraces, en nombre que el español Manuel de Ayala, el primer explorador en navegar lo que hoy se conoce como bahía de San Francisco, le puso a una de las tres islas que allí vio en 1775. 75 años después se convirtió en una fortificación militar por su localización estratégica y después, Estados Unidos la transformó en una cárcel militar.

No fue hasta los años 30 del siglo XX cuando se traspasó al Departamento de Justicia, que la convirtió en una prisión de máxima seguridad para mandar allí a los internos más incorregibles del país. Alcatraz encarnaba la “guerra contra el crimen”. Allí los presos solo tenían cuatro derechos: comida, ropa, alojamiento y atención médica. El resto, había que ganárselo. Allí trasladaron a los peores criminales del país. El más famoso, el mafioso Al Capone.

A esa iconografía carcelaria hacía referencia Trump. “Es un símbolo triste, pero es el símbolo de la ley y el orden”. Así argumenta su decisión de reabrir y ampliar la prisión de Alcatraz. Quiere llevar allí, dice, a los peores criminales y vincula la idea a las trabas de algunos jueces a sus deportaciones masivas. Pero hay una teoría aún más jugosa sobre por qué se le ocurrió esa idea.

“Podías oír la ciudad, pero no podías alcanzarla”.

Sábado noche. La WLRN, una filial de la PBS, la tele pública estadounidense, programa en prime time la película Fuga de Alcatraz. Emite para el sur de Florida. Es la que se ve en Palm Beach… y en Mar a Lago. Repiten la emisión el domingo por la mañana. Esa misma noche Trump publica en Truth Social su intención de reabrir y ampliar el penal “para albergar a los delincuentes más despiadados y violentos de Estados Unidos”.

Nunca sabremos si fue una coincidencia. Tratándose de Trump, resulta verosímil que ver justo ese día la película le inspirase la idea. No sería la primera vez que tuitea (o postea en Truth Social) en función de lo que ve en televisión, y la película es una de las más icónicas sobre la prisión de Alcatraz. Un clásico protagonizado por Clint Eastwood que retrata la fuga de dos presos de la cárcel que, hasta entonces, parecía imposible. En realidad, jamás se supo si esos presos habían sobrevivido, pero la película alimentó la leyenda.

“La Roca”, como la llamaban, era vista hasta entonces como una fortaleza inexpugnable. Su posición geográfica, su iconografía y que fuera el lugar donde encerraban a los criminales más peligrosos le garantizó un lugar privilegiado en el imaginario popular y en el hollywoodiense: El hombre de Alcatraz (1962), La Roca (1995), A quemarropa (1967), Homicidio en primer grado (1995)… Son solo algunos de los títulos en los que la prisión tiene un papel central. También aparece en cintas como X-Men: La decisión final (2006) y ha inspirado otros penales en la ficción, como el tenebroso Azkaban de la saga de Harry Potter. Aquí quienes garantizaban que el escape no sea posible eran los dementores, que sorbían el alma a los presos con su beso mortal. En Alcatraz era la geografía, las fuertes corriente y la fauna marina.

Dicen quienes estuvieron allí encerrados que era una tortura ver San Francisco tan cerca y saberlo tan lejos. “Podías oír la ciudad, pero no podías alcanzarla”, recordaba uno de ellos. “Allí solo las gaviotas eran libres”, relataba otro. Frank Weatherman pasaría a la historia como el último preso que entró en Alcatraz, donde era AZ-1576. También fue el último en abandonar el penal en 1964. Cuando le preguntaron por su experiencia allí, contestó a los periodistas la cita que pasó a la Historia: “Alcatraz nunca fue bueno para nadie”. Poco parece importarle a Trump. En su lucha contra los migrantes y por la imagen, cuanto peor, mejor.

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