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Los cuatro apagones de Nueva York

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Durante la tarde del pasado 28 de abril, cuando la falta de luz iluminaba la memoria, recordé los grandes apagones que ha sufrido Nueva York, de los cuales el más conocido —que no el más prolongado— fue el de 1977, que pasó a la historia con el título de la “Noche del terror”, con el que lo denominó la revista Time.

El apagón reveló en una sola noche el devastador efecto de una recesión económica que estaba afectando a los barrios más pobres de la ciudad, especialmente a las comunidades afroamericanas y puertorriqueñas. A las 21:21 de una calurosa y húmeda noche de julio, cayeron cuatro rayos que, uno tras otro, impactaron en algunas de las líneas eléctricas vitales de la venerable Con Edison, la compañía que, en 1882, comenzó a entregar electricidad a 59 millonarios del bajo Manhattan. En cuestión de minutos, la luz desapareció en cinco distritos de Nueva York y la delincuencia se desató en varias zonas de Harlem, Brooklyn y el sur del Bronx.

Al comienzo de la década de los setenta la ciudad de Nueva York parecía más sucia y peligrosa que nunca. Mientras en las calles de Harlem estallaba una guerra abierta entre el Ejército Negro de Liberación y la policía estatal, entre ladrones, gánsteres y policías corruptos, los neoyorquinos intentaban mantenerse alejados de los negocios turbios y ser unos honrados padres de familia. Pero no era sencillo.

Debido a la interrupción del suministro de petróleo extranjero y al aumento de la inflación, Estados Unidos había entrado en recesión económica durante la década de 1970. Como ahora hace Trump, Washington reaccionó aplicando una terapia de choque, el Nixon Shock, que, situando al pueblo estadounidense como el gran perjudicado por el abuso de sus socios, no dudó en aplicar aranceles a las importaciones.

Nixon hundió el dólar y la economía estadounidense entró en una temible estanflación. El alcalde Abraham Beame, que enfrentó la peor crisis fiscal en la historia de Nueva York y pasó buena parte de su mandato (1973-1977) tratando de evitar la bancarrota municipal, se vio obligado a recortar la financiación de muchos de los servicios sociales, lo que aumentó la presión sobre las familias que dependían de ellos. A medida que aumentaba el desempleo, también comenzaron a incrementarse los delitos.

La frustración social y económica acumulada se hizo evidente en la oscura noche del 13 de julio de 1977, cuando los neoyorquinos, además de enfrentar una severa crisis financiera, estaban aterrorizados con los asesinatos del homicida autodenominado “Hijo de Sam”. Los saqueadores invadieron las calles sumidas en la oscuridad, rompieron escaparates y asaltaron tiendas y supermercados.

Además de los saqueos, en esa noche, toda una repetición de los incendios nocturnos que narra Colson Whitehead en Manifiesto criminal, los bomberos combatieron más de mil incendios y lidiaron con el doble de la cantidad habitual de falsas alarmas y con unos habitantes que sobrevivían día a día con deportividad y buen humor combatiendo al racismo, la corrupción, las bombas incendiarias, palizas, muertes, Panteras Negras, y otros accidentes con resultado de defunción o bancarrota.

Los sucesos de la “Noche del Terror”, dramatizados en el tercer episodio de la primera temporada de la serie de Netflix The Get Down, pusieron de manifiesto los dramáticos efectos que las dificultades económicas pueden tener en el comportamiento humano y contrastaron enormemente con el “apagón del noreste” ocurrido una década antes.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos disfrutaba de una era de prosperidad en la que el uso de las nuevas tecnologías comenzó a dominar la vida doméstica. A medida que las familias comenzaron a integrar el uso de electrodomésticos en sus hogares, las nuevas y eficientes formas de generar energía se convirtieron en una necesidad. Llegada la década de 1960, la electricidad se había vuelto asequible y el consumo eléctrico se había cuadriplicado después de la guerra.

Este drástico aumento del consumo se acompañó del diseño de una compleja red eléctrica en el noreste, donde las centrales eléctricas en varios puntos clave estaban interconectadas mediante una compleja red de alta tensión que permitía que la electricidad fluyera por todas partes, incluso durante las horas de demanda punta.

Cuando pasadas las 5 de la tarde del 9 de noviembre de 1965 se produjo un corte de electricidad en todo en el noreste, el territorio comprendido entre Ontario y la frontera oriental de Nuevo Hampshire se detuvo por completo durante 14 horas. Los semáforos dejaron de funcionar, lo que dificultó enormemente los viajes en coche y autobús. Los trenes de pasajeros quedaron atrapados en túneles y los ascensores encerraron a miles de personas en la ciudad de los rascacielos. Turistas y pasajeros se vieron obligados a buscar refugios improvisados.

Las compañías eléctricas anunciaron que habían aprendido muchas lecciones importantes de ese apagón, entre ellas la importancia de las medidas correctivas para evitar que se repitieran. Se crearon dos organizaciones reguladoras, el Consejo de Confiabilidad y el Pool Energético de Nueva York, cuya función era garantizar que la calidad de los equipos se mantuviera a la altura de los estándares en todas las centrales eléctricas.

No lo consiguieron: como resultado de la insaciable voracidad energética de la ciudad, el castillo de naipes normativo falló, primero en 1977 y otras dos veces en la primera década del tercer milenio.

Cuando el jueves 14 de agosto de 2003, en plena ola de calor, los 11.600 semáforos urbanos dejaron de funcionar y 400.000 personas quedaron varadas en los vagones del metro, el alcalde Bloomberg movilizó al Departamento de Bomberos y a más de 40.000 policías para mantener la paz y el orden durante las 29 horas que duró el apagón. Hasta el día siguiente no se restableció el suministro eléctrico en toda la ciudad.

Los dos millones y medio de habitantes del condado de Queens, el más grande de los cinco distritos que desde 1898 componen la ciudad de Nueva York, los únicos que se habían librado del apagón de 1977, sufrieron en 2006 el más prolongado que haya azotado Nueva York. Comenzó el 17 de julio y se prolongó durante ocho días hasta que se restableció el suministro eléctrico.

El apagón sirvió para algo: puso de relieve los fallos de Con Edison. Tras una inspección, se descubrió que la mayoría de los equipos averiados tenían piezas de entre 30 y 70 años de antigüedad. Desde entonces, la compañía distribuidora ha mejorado sus procedimientos operativos e invertido unos 5.000 millones de dólares en la modernización de equipos antiguos y la mejora de la maquinaria.

Todo irá bien… hasta el próximo e inevitable apagón, porque la huella ecológica, la voracidad depredadora de las megápolis, está sujeta a los desplomes inevitables del ecosistema energético que las alimenta y, como la ciudad de los espejos de Cien años de soledad, serán arrasadas por el viento y exiliadas de la memoria de los hombres para siempre.

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