La Agencia Central de Inteligencia apuesta por expandir su capacidad de ciber-espionaje como parte de una profunda reestructuración de la forma en que durante décadas ha organizado su trabajo.
A la entrada del edificio principal del campus de la CIA en Langley, Virginia, hay un muro de mármol blanco cubierto por más de un centenar de estrellas. Cada una de esas estrellas de cinco puntas representa a un funcionario de la Agencia Central de Inteligencia caído en acto de servicio. Los visitantes también pueden contemplar una vitrina con un libro encuadernado en cuero negro que identifica con nombres y apellidos a más de la mitad de esos muertos. El resto son héroes silenciosos cuya identidad se mantiene en secreto.
El muro con las estrellas forma parte de todas esas cosas inmutables en la CIA desde su fundación en 1947 durante el arranque de la Guerra Fría en tiempos de la Administración Truman. El resto de la «compañía» está supeditado a toda esa geografía variable propia de una institución en necesidad de constantes reinvenciones. Y ahí es donde se explican los planes, avanzados por el Washington Post, por los cuales la CIA piensa apostar por todo lo relacionado con la seguridad digital de Estados Unidos.
Hasta ahora, la CIA ha funcionado con una estructura basada en dos grandes y separados directorios: análisis de inteligencia y operaciones clandestinas. La idea es crear un tercer gran directorio dedicado a la innovación digital. Su objetivo será aprovechar todos los avances en tecnología informática y comunicaciones que pueden ser una gran ventaja pero también un peligro para la agencia. Sus amplias responsabilidades abarcarán desde supervisar misiones de ciber-espionaje y sabotaje hasta la vigilancia de contenidos diseminados por redes sociales.
James Woolsey, director de la CIA al comienzo de la Administración Clinton, alcanzó cierta notoriedad al explicar con ayuda de una parábola el gran reto que representaba el final de la Guerra Fría para los servicios de inteligencia de Estados Unidos. A tenor de aquel símil entre selvático y mitológico de Woolsey: «Durante 45 años hemos estado luchando con un enorme dragón, lo hemos eliminado, y ahora nos encontramos en mitad de un jungla llena de serpientes venenosas. El problema es que las serpientes son mucho más difíciles de detectar que el dragón. Y no podemos limitarnos únicamente a pensar en lo probable».
Para intentar ser más efectivos en esa búsqueda de serpientes, la CIA se ha comprometido a cambiar la forma en que ha venido trabajando desde décadas. De acuerdo a los detalles confirmados el pasado viernes por su actual director, John Brennan, la «compañía» se estructurará en diez nuevos centros de misión que, combinando analistas y agentes secretos, se concentrarán en terrorismo, proliferación de armas, Oriente Medio y otras áreas. La reforma aspira a lograr una colaboración mayor entre los diferente talentos y recursos de la agencia y una mayor efectividad ante diversos retos de seguridad y amenazas.
Estos nuevos departamentos híbridos seguirán el modelo de funcionamiento interdisciplinar establecido por el Centro de Contraterrorismo (CTC) de la CIA, establecido en 1986 y que se ha convertido en un gigante dentro de la agencia tras el 11-S. A tenor de las limitadas explicaciones ofrecidas por Brennan, estos cambios tan profundos «forman parte de la evolución natural de una agencia de inteligencia» y aspiran sobre todo a eliminar esas «costuras» institucionales que provocaban confusión a la hora de repartir tanto responsabilidades como trabajo.
Como no podría ser de otra forma, estos cambios vienen acompañados de sus roces y polémicas. Recientemente, el responsable del servicio clandestino de la CIA ha decidido jubilarse de forma inesperada por no estar de acuerdo con las nuevas líneas de autoridad sobre las operaciones secretas en el extranjero. Otras voces críticas apuntan a que la nueva orientación de la agencia se va a concentrar demasiado en objetivos a muy corto plazo, arrinconando la necesidad de actuar como una reserva intelectual estratégica. Y tampoco faltan advertencias sobre previsibles conflictos con la National Security Agency, la entidad dominante en el espionaje electrónico de Estados Unidos.
Para el director Brennan, todas estas reformas son casi obligatorias si se quiere garantizar la viabilidad de la agencia entre tantos cambios radicales. Incluso ha recurrido al argumento de que la CIA debe evitar convertirse en una nueva Kodak, es decir una empresa incapaz de predecir el impacto de la tecnología digital en su negocio. En el fondo, se estaría reconociendo que la aproximación tradicional al espionaje tiene sus límites en un mundo donde las serpientes utilizan cada vez más smartphones, redes sociales y otras tecnologías.
Escrito por Pedro Rodríguez, profesor asociado de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid y de Periodismo en el Centro Universitario Villanueva.