La campaña presidencial norteamericana parece ofrecernos una sorpresa cada semana. Si la última ha sido el desvanecimiento de Hillary Clinton en los actos conmemorativos por las víctimas del 11-S, la sorpresa anterior tuvo que ver con el repentino viaje de Donald Trump a México –el pasado 31 de agosto– para entrevistarse con el presidente Enrique Peña Nieto. Fue el mandatario mexicano quien cursó la invitación a los dos contendientes a la Casa Blanca y la rapidez de la aceptación de Trump sorprendió a propios y extraños. Incluso me atrevería a asegurar que el primer sorprendido pudiera ser el propio Peña Nieto, quien tal vez esperara la aceptación de Hillary Clinton –declinó amablemente la propuesta unos días después– como forma de incrementar sus bajísimos porcentajes de popularidad, y no la de Trump que hasta entonces había mostrado una innegable animadversión con todo aquello relativo o relacionado con México. Tras la inicial perplejidad, las autoridades mexicanas manifestaron que «puede ser beneficioso para México y fortalecer la rectificación que ha emprendido Trump en su discurso». En el encuentro se trataron cuatro puntos: el muro que Trump piensa construir en la frontera entre las dos naciones, la emigración ilegal, el tráfico de drogas, y las relaciones comerciales derivadas de NAFTA (North America Free Trade Agreement) y según ambas partes la reunión transcurrió en total cordialidad.
Pocas horas más tarde, de regreso en Estados Unidos, Donald Trump pronunciaba en Phoenix, Arizona, uno de sus discursos más esperados, el relativo a la emigración en el que volvía a su tradicional línea argumental en lo relativo a la emigración: construcción del muro que debe ser pagado por México, cuestionamiento de los beneficios de NAFTA, repatriación de los emigrantes ilegales, represión de la emigración mexicana… Parecía emular Trump la popular novela de Stevenson sobre el Doctor Jekyll y Mr. Hyde, aunque pese a lo grotesco la trascendencia del asunto tenga poco de novelesco.
Con su visita “relámpago” a México el aspirante republicano, además de lograr un golpe efectista ha logrado “suavizar” su beligerante imagen ante todo lo mexicano. ¿Logrará atraer el voto hispano que hasta ahora le había dado claramente la espalda? Lo dudo. Sus propuestas de repatriación junto a calificativos de “criminales y asesinos” al referirse a los inmigrantes ilegales llegados de México no se olvidan con una visita de cortesía. Pero el asunto se antoja de mayor trascendencia. ¿A quién pretendía seducir Trump con su visita a México? Indudablemente la emigración será –ya está siendo– uno de los puntos más calientes de la campaña electoral; uno de los “mayores desafíos” en palabras del presidenciable. Todo indica que ningún candidato ganará las elecciones si no logra al menos el 40% del voto hispano, lo que parece inalcanzable para el republicano. Tal vez su jugada tenga que ver con un pormenorizado análisis del panorama electoral teniendo en cuanta el singular recuento de delegados –el ganador de un estado se lleva todos los votos–. La población de origen mexicano se concentra en estados que normalmente votan demócrata como California y Nueva York –que daría por perdidos– que junto a Texas –republicano– tienen un gran número de delegados. Bien pudiera ser que el mensaje del candidato vaya dirigido a la población blanca masculina que se sientan atraídos por las propuestas de Trump pero a quienes algunas de sus propuestas resulten un tanto radicales y extremistas. La apuesta es tan osada como arriesgada, sacrificar el voto hispano para conseguir el de los varones blancos que pueden darle la victoria en los “swing states”. En definitiva, se estaría jugando todo a una carta… y hasta ahora no le ha salido mal.