Como otros muchos bachilleres de mi época, estuve fascinado por la hipótesis que sostenía que los primeros pobladores americanos migraron desde Eurasia siguiendo el puente de Beringia, un corredor libre de hielos que conectaba las tierras boreales de Alaska y Siberia, separadas hoy por el estrecho de Bering. Un artículo publicado en la revista Science certificaba que cada vez aparecen más pruebas que desacreditan esa hipótesis.
Hasta hace bien poco, las costas de América del Norte y sus ricos ecosistemas marinos, costeros, fluviales y terrestres eran escenarios secundarios en el fascinante relato de cómo y cuándo las Américas fueron colonizadas por humanos que caminaban por valles rodeados de glaciares mientras cazaban mamuts, mastodontes y se defendían de los ataques de terribles tigres con dientes de sable. Nuevos descubrimientos emplazados a lo largo del Pacífico americano están revelando que los fértiles hábitats costeros estuvieron poblados desde muy antiguo y proporcionaron una rica diversidad de medios de subsistencia y recursos tecnológicos para los cazadores-recolectores del Nuevo Mundo.
Durante gran parte del siglo XX, la mayoría de los arqueólogos creían que los humanos colonizaron América hace unos 13.500 años a través de una ruta terrestre que cruzó Beringia y siguió un corredor largo y angosto, desprovisto de hielo, hacia las vastas llanuras del centro de Norteamérica. Allí, los pueblos de la cultura Clovis y sus descendientes cazaron grandes animales y se extendieron rápidamente por el Nuevo Mundo. Los descubrimientos durante el siglo XX de distintos artefactos clovis, algunos asociados con yacimientos de mamuts o mastodontes, respaldaron el modelo “Clovis” que sostenía que esta cultura, procedente de Europa, era la más antigua de Norteamérica.
La confianza en el modelo Clovis comenzó a desmoronarse a finales de la década de 1980, cuando empezaron a acumularse pruebas arqueológicas de que durante el Pleistoceno tardío hubo una colonización por vía marítima de varias islas del este de Asia (islas Ryukyu y archipiélago de Bismarck). A principios de la década de 2000, la hipótesis Clovis se desplomó después de que un consenso académico generalizado sostuviera que en la localidad Monte Verde, próxima a la costa central del Pacífico chileno, estuvo ocupada por humanos hace al menos 14.500 años (y posiblemente entre 16.000 y 18.000 años), una colonización que superaba a los clovis en un milenio o más, y de la existencia de un corredor transitable libre de hielo hace unos 13.500 años. Los arqueólogos aceptaron la existencia de varios yacimientos anteriores a Clovis en el interior de Norteamérica, datados hace entre 14.000 y 16.000 años, además de unas posibles evidencias de presencia humana en el este de Beringia hace unos 24.000 años.
Hoy, la mayoría de los arqueólogos piensa que los primeros norteamericanos llegaron navegando a través de una vía migratoria que conectaba las costas del Pacífico desde el noreste de Asia hasta Beringia y las Américas siguiendo una ruta conocida como la de “los sargazos”, nombre que alude a las grandes algas laminariales que pueblan los mares de ambas costas. Según esa hipótesis, la desaparición de los glaciares en la costa exterior del noroeste del Pacífico americano hace 17.000 años creó un posible corredor de dispersión rico en recursos acuáticos y terrestres a lo largo de la costa, con ricas poblaciones de organismos ligados a los “bosques” de sargazos y a los estuarios, y carente a nivel del mar de barreras orográficas, habida cuenta de que las cordilleras litorales siguen una orientación norte-sur. Esos recursos de la ruta de los sargazos se extendieron hasta Baja California y, tras superar una brecha en América Central rica en comunidades ligadas a los productivos manglares y a otros hábitats acuáticos, reaparecían de nuevo en el norte de Perú, donde las aguas frías y ricas en nutrientes de la corriente de Humboldt mantenían frondosas comunidades de sargazos extendidas hasta el sur de la Tierra del Fuego.
Pero encontrar pruebas de esas rutas migratorias sigue siendo una misión complicada. Las evidencias arqueológicas de actividades humanas costeras han ido apareciendo en varias áreas a lo largo de la costa del Pacífico norteamericano, incluidos los yacimientos humanos de Arlington Man, de unos 13.000 años de antigüedad, situados en la isla Santa Rosa de California. Pero más allá de eso, no existen yacimientos anteriores a Clovis que estén bien documentados en las costas de América del Norte.
Probar la hipótesis de la ruta de los sargazos es un desafío complicado porque gran parte de las evidencias arqueológicas se habrían visto sumergidas con el aumento del nivel del mar desde el último máximo glacial hace unos 26.500 años. Cuanto antes se produjera la migración, a mayor profundidad podrían encontrarse evidencias de la misma, ampliando a la plataforma continental sumergida las ya de por sí enormes áreas de búsqueda arqueológica potencial. Aunque todavía no ha aparecido una evidencia directa de una migración marítima anterior a Clovis, descubrimientos recientes confirman que es más que probable que los yacimientos arqueológicos del Pleistoceno tardío se encuentren sumergidos.
Con el desplome de la hipótesis Clovis, el debate se centra ahora en si la colonización ocurrió mucho antes de la última desglaciación (hace más de 25.000 años) o después de ella. Actualmente, la mayoría de los datos arqueológicos y genéticos sugieren que las Américas fueron colonizadas por humanos anatómicamente modernos (Homo sapiens) hace entre 25.000 y 15.000 años), probablemente en la segunda mitad de ese período, que siguieron un corredor costero del Pacífico desde el noreste de Asia hasta el Nuevo Mundo.
Figura. Descubrimientos arqueológicos recientes sugieren que seres humanos anteriores a la cultura clovis llegaron a América hace más de 13.500 años gracias a una ruta a lo largo de la costa del Pacífico. El aumento del nivel del mar hace muy difícil encontrar yacimientos arqueológicos. Fuente: Modificada a partir de Science.
Las respuestas a las preguntas sobre cómo, cuándo y dónde los humanos llegaron a ambas Américas siguen siendo especulaciones. La pequeña muestra de sitios anteriores a Clovis todavía tiene que producir un apoyo que contrarreste el amplio patrón geográfico de Clovis, sostenido por pruebas manufacturadas que los arqueólogos utilizaron para rastrear la propagación de los paleoindios en una ruta coherente a través de América. Esa hoja de ruta falta para conectar los sitios anteriores a Clovis. Diversos artefactos en forma de puntas de flecha y arpones de hueso encontrados en Japón, noreste de Asia, oeste de América del Norte y América del Sur (Figura) se han propuesto como indicadores potenciales de una dispersión costera pre-Clovis que parece consistente con los datos genómicos que sugieren un origen norasiático para los antepasados nativos americanos que tuvo lugar en algún momento de los últimos 20.000 años. Pero se necesitan más datos para cerrar las grandes brechas espaciales y temporales que existen entre esos hallazgos y para rastrear una ruta de dispersión desde Asia hasta América, un trabajo científico en el que se ocupan actualmente equipos de arqueólogos que trabajan en localidades costeras a lo largo de la costa del Pacífico desde Alaska hasta Chile, que está comenzando a dar frutos.
Si los primeros estadounidenses siguieron una ruta costera desde Asia hasta América, encontrar evidencias de sus primeros asentamientos requerirá una minuciosa evaluación de los efectos del aumento del nivel del mar y de la evolución del paisaje costero en los yacimientos arqueológicos locales y regionales. En todo el mundo, las evidencias de ocupaciones costeras entre hace 50.000 y 15.000 años son muy raras debido a los efectos del aumento del nivel del mar postglaciar, a la erosión marina y a línea costera que ha migrado decenas o incluso cientos de kilómetros desde sus posiciones en el último máximo glaciar. Superar estos obstáculos requiere una investigación interdisciplinaria centrada en áreas costeras con batimetría relativamente escarpada, áreas anteriormente glaciares donde las antiguas costas no se han desplazado tan drásticamente, o en los paisajes sumergidos que son una de las últimas fronteras arqueológicas americanas.
Los avances metodológicos y analíticos nos están acercando más que nunca a la comprensión de cuándo, cómo y por qué los seres humanos colonizaron por primera vez América. Las regiones costeras resultan esenciales para iluminar el debate.