Viajando por la estatal 421 en dirección oeste desde Winston-Salem, Carolina del Norte, hacia el Cherokee National Forest, me detengo a poner gasolina en Yadkinville, uno de esos pueblos que son apenas más que una calle-carretera que tanto abundan en Estados Unidos. Cerca de la gasolinera, una placa histórica recuerda a Thomas Clingman (1812-1897), senador y general confederado, nacido muy cerca de allí, en Huntsville, donde debiera haberse erigido con mayor precisión topográfica el hito, si no fuera por el pequeño detalle de que por Huntsville no pasa nadie que no viva allí, en mitad del olvido. La placa, sobra decirlo, no dice nada del lado oscuro de Clingman, cuyo equivocado empecinamiento provocó la muerte de uno de los primeros geólogos humboldtianos de Estados Unidos, Elisha Mitchell (1793-1857).
En La invención de la naturaleza, Andrea Wulf reveló el año pasado la extraordinaria vida del visionario naturalista alemán Alexander von Humboldt (1769-1859), un intrépido explorador y científico que creó una nueva forma de entender la naturaleza. La visita que realizó en 1804 Humboldt a los Estados Unidos del presidente Jefferson marcó a una generación de adolescentes que quedaron impresionados por la presencia en su recién nacido país del hombre al que Ralph Waldo Emerson, en una carta dirigida a John F. Heath, consideró «el hombre más famoso del mundo después de Napoleón». Y es que, para mucha gente, Humboldt era sencillamente, como había dicho el rey Federico Guillermo de Prusia, «el hombre más grande desde el Diluvio». Era imposible conocer las aventuras de Humboldt y su capacidad como explorador científico, sin contraer la fiebre de Humboldt, sin volverse humboldtiano.
Una de las grandes innovaciones de Humboldt fue su método para medir la altura de las montañas, una especialidad que había perfeccionado midiendo algunos de los volcanes más famosos del mundo, como el Teide o el Chimborazo. Si algo no faltaba en Estados Unidos eran picos que medir. Toda una generación de geólogos y topógrafos norteamericanos se puso manos a la obra. Elisha Mitchell fue uno de los científicos que aplicaron la pasión que Humboldt había desarrollado con vocación cosmopolita a sus respectivos territorios de investigación.
Así con esta historia comienza en 1828 con la agudeza visual de un hombre y su pasión por la ciencia. Elisha Mitchell observó que una montaña en la cordillera Black del oeste de Carolina del Norte parecía más alta que la Grandfather, considerada la más elevada de ese estado, e incluso –pensó- de mayor altitud que Monte Washington en la cordillera White de New Hampshire, tenido por entonces como el pico más alto del Este de Estados Unidos. Durante los siguientes treinta años, Mitchell dedicó sus esfuerzos a recopilar pruebas que apoyaran su hipótesis. Finalmente, la tenacidad por confirmar sus mediciones, por certificar que el pico más alto al este del río Misisipi estaba realmente en el condado de Yancey, le costó la vida.
Mitchell nació el 19 de agosto de 1793, en Washington, Connecticut. A lo largo de su vida, fue educador, geólogo, ministro presbiteriano y explorador. Después de graduarse en Yale, en 1818, comenzó a enseñar en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill. Enseñó química, geología y mineralogía durante treinta y dos años. Mientras trabajaba en un estudio geológico de Carolina del Norte en 1828, comenzó a medir la altura del pico más alto de la cordillera Black. Estaba seguro de que sus observaciones, realizadas con el método de Humboldt, es decir, mediante el empleo del barómetro y el termómetro, habían identificado correctamente el punto más alto del este de los Estados Unidos. No se contentó con estas primeras mediciones. Infatigable y tenaz, regresó a la cordillera en 1835 y de nuevo en 1838, recopilando datos y observaciones para apoyar su hipótesis. En 1844 hizo el que planeó iba a ser su último viaje a las Black.
El 5 de julio de 1844 Elisha escribió a su esposa Maria Sybil North: «Mañana espero ascender por última vez a las Black. Probablemente ahora llegue a la cumbre más alta». El 14 de julio Mitchell informó a su esposa en otra carta de que su ascenso el 8 de julio había sido «el día más duro de trabajo que he realizado jamás».
En aquellos tiempos, y en aquellas casi despobladas tierras, escalar montañas, por no hablar de viajar, no era ni mucho menos una tarea fácil. Mitchell, viajando en una carreta tirada por un solo caballo y durmiendo al raso, tardó una semana en recorrer las 167 millas que separan Chapel Hill de Morganton, una distancia que, ajustándome a las limitaciones de velocidad, he recorrido en automóvil en apenas dos horas y media. El terreno escarpado y la maleza densa impedían a los caballos subir a las montañas. Mitchell tenía que ascender andando y a veces gateando en las zonas más accidentadas. Los únicos senderos que existían eran los que trazaban los animales, y Mitchell usaba el que dejaban lo osos. En un día, un viaje de ida y vuelta a la montaña suponía caminar penosamente entre treinta y cincuenta kilómetros. Además de comida, agua y otros suministros necesarios para la supervivencia, Mitchell llevaba con él armas para defenderse de las fieras y el frágil equipo barométrico.
Durante su viaje de 1835, Mitchell estableció Morganton como estación base y realizó varias observaciones barométricas durante algún tiempo. Mientras tomaba lecturas en las cumbres de las montañas, al mismo tiempo un ayudante hacía lo mismo en Morganton. Usando una fórmula matemática compleja, la diferencia entre los conjuntos de lecturas podía ser usada para estimar las alturas de las cimas de las montañas. Mitchell calculó que la altura del pico más alto era de 6 672 pies: ¡tan solo doce pies menos que lo calculados con métodos modernos!
Su viaje de 1844, que realizó con instrumentos mejorados le sirvió para ajustar su medida de 1835. Estableció la cumbre en 2044 metros, 76 más que el Monte Washington. Para entonces los contados habitantes de los alrededores se referían al pico como el Monte Mitchell. Todos, menos Thomas Clingman. Clingman, que había sido alumno de Mitchell en Chapel Hill, denunció en 1855 que Mitchell se había equivocado y había pasado por alto otro pico, que él mismo había subido y medido, y cuya altura cifraba en 2115 metros. Como resultado del debate que siguió, convenientemente aireado en la prensa estatal, Mitchell, que ya tenía 64 años y siete hijos, volvió a la cordillera Black en 1857 en un intento final de probar que Clingman estaba equivocado y de justificar sus propias mediciones anteriores.
El 27 de junio decidió salir solo, sin sus guías, quedó atrapado en una tormenta, cayó por una cascada, quedó inconsciente y se ahogó en la poza de abajo. Una expedición encontró su cadáver tres días después. Fue enterrado primero en Asheville el 10 de julio de 1857. El 16 de junio de 1858, sus restos fueron enterrados en el pico.
Hoy, su tumba está marcada por una placa conmemorativa y una torre de observación; el área circundante se ha establecido como un parque estatal que lleva su nombre: Mount Mitchell. Allí, los visitantes podemos comprobar que, con sus 2037 metros, Mount Mitchell sigue siendo el punto más alto al este del río Misisipi.