Ayer martes se celebró en Estados Unidos una de las citas claves para las primarias republicanas: el Super Tuesday. Jornada en la que 10 estados votaron para elegir al candidato republicano que se enfrentará a Obama en noviembre. Pero lejos de despejar dudas sobre quién es el favorito de los ciudadanos, los resultados mantienen a los tres principales candidatos con la esperanza de ganar la carrera.
Mitt Romney fue el ganador en términos globales. Ganó en seis estados: Massachussets, Virginia, Vermont, Idaho, Alaska y Ohio. Con estos resultados se sitúa con más de 400 delegados hacia su nominación. Sin embargo, a pesar de ser el vencedor, no lo ha sido por una victoria aplastante (sobre todo en Ohio donde le han separado del segundo sólo 12.000 votos), lo que deja ver que le falta generar ilusión entre la base conservadora. Un aspecto clave para las futuras votaciones en los estados conservadores del sur que tantos delegados ponen en juego.
Rick Santorum ganó en tres estados: Oklahoma, Tennessee y Dakota del Norte. Estados muy conservadores que le llevan a superar los 160 delegados. Con estos resultados Santorum sigue en plena carrera, y sabe que cuenta con los ciudadanos de la América rural y conservadora que le están apoyando desde el inicio de las primarias. Además, su escasa diferencia con Romney en Ohio le impulsa como posible candidato para el resto de votaciones.
El tercer candidato, Newt Gingrich, ganó el estado que ya sabía con plena certeza que iba a ganar: Georgia. Su tierra natal y región que representó en el Congreso durante más de 20 años, le ha otorgado 46 delegados más, llegando a más de 100 en el cómputo total hasta ahora.
Con los resultados globales y la estrecha diferencia entre Romney y Santorum en Ohio, los candidatos ya tienen la mirada en la próxima cita de este sábado. Todavía quedan 34 estados por votar hasta la última elección en Utah el día 26 de junio. Y, por ahora, ninguno de los candidatos tiene una clara ventaja hacia los 1.144 delegados que necesitan para ser nominados. Una fragmentación del partido republicano que, de momento, tiene un claro beneficiario: el propio Obama.