Pocos no se habrán enterado de que el fin de semana pasado se realizó la entrega de los Oscars en Hollywood. La concesión de estos premios fue, como es habitual, un acontecimiento multitudinariamente seguido, con un gran presentador del que, pese a todo, se esperaba más, y con una película ganadora, Birdman, con marcado acento latino.
La semana pasada, Cristina Crespo nos hablaba desde esta misma tribuna sobre el estreno de la adaptación cinematográfica de 50 Sombras de Grey. Partiendo desde mi desconocimiento, pues no he visto el metraje, aunque he de confesar que, como todos, por curiosidad, leí la novela, dudo mucho que el año que viene esa cinta esté nominada para alguna categoría de la fiesta grande del cine estadounidense. Quizás en los famosos premios Razzies sí que la película pueda recoger algún galardón. Pero está claro que un film, por muy blockbuster que sea, no tiene asegurado un sitio en el Hall of Fame de los Premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas. La ceremonia de los “Oscars” se ha convertido, como ya expliqué con la “Superbowl” o “el día de la marmota”, en un nuevo ejemplo de la influencia cultural estadounidense más allá de sus fronteras. Y tanto su seguimiento, como su repercusión mediática fuera de Estados Unidos dan muestras claras de ello.
A pesar de lo anodino de la ceremonia, una de las menos valoradas de las últimas realizadas, cerca de 37 millones de personas siguieron las tres largas horas que duró el evento. Los expertos coinciden en que la gala se fue desinflando al mismo tiempo que lo hacía su presentador, el actor de How I Met Your Mother, Neil Patrick Harris. Está claro que Harris lo tenía bastante difícil si quería superar a la ingeniosa Ellen DeGeneres (presentadora en 2014 y 2007), y al incombustible Billy Crystal (presentador durante nueve ediciones, la última en 2012). El entretenimiento durante tanto tiempo y de tanta gente es, en sí mismo, un verdadero acto interpretativo. Muchos nos preguntamos cuándo la Academia le dará la oportunidad de conducir esta fiesta del cine estadounidense (por no decir mundial) al irreverente actor británico Ricky Gervais. Aunque pensándolo bien, quizás la Academia no esté preparada para Gervais… ¡o viceversa!
Hablando de lo “Brits”, este año los Oscars han tenido dos marcados acentos internacionales. Es un hecho constatable que cada vez más actores británicos son utilizados para interpretar personajes estadounidenses, incluso históricos. Como ejemplo, el ganador del Oscar al mejor actor en 2012 por su increíble actuación como presidente Lincoln, Daniel Day-Lewis. Este año la estatuilla ha ido a la joven promesa del cine británico Eddie Redmayne por su interpretación del científico inglés Stephen Hawking en The Theory of Everything. Redmayne arrebató el premio al consagrado Michael Keaton, protagonista de la ganadora de cuatro Oscars, Birdman. Y aquí está el segundo acento internacional: el español. A pesar de ser un metraje estadounidense, Birdman está dirigida por el mexicano Alejandro González Iñárritu, ganador del premio al mejor director. Además, la película fue premiada por su fotografía, bajo la magistral dirección del mexicano Emmanuel Lubezki, y por su guion original, escrito por Iñárritu, el estadounidense Alexander Dinelaris Jr. y los argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobone. La gala hubiera pasado sin pena ni gloria si al díscolo Sean Penn no se le hubiera ocurrido hacer una desafortunada y malentendida broma sobre el estatus legal del director mexicano. Aunque ambos son amigos desde que trabajaran juntos en la película 21 Grams, la chanza sobraba. No en vano, hasta el desaparecido Harris terminó su presentación de la gala con un “hasta siempre” en español. Los acentos en los Oscars también cambian.