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Los nuevos fenómenos del terrorismo trasnacional y la cooperación antiterrorista

860x520 17 Nov Los nuevos fenómenos del terrorismo trasnacional y la cooperación antiterrorista

La aparición de nuevas formas de terrorismo difieren de las características de la denominada cuarta oleada del terrorismo, que alcanzaría su punto álgido con los atentados contra las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington. El centro de gravedad de las organizaciones terroristas de la citada “cuarta oleada” sería Al Qaeda y sus grupos afiliados, y que se apostaron por un terrorismo global contra el enemigo lejano, es decir EE.UU., Israel y Occidente en general, o “glocal” con un objetivo final global pero una zona de acción local. En esta fase el terrorismo era en sí una estrategia, la forma de alcanzar un objetivo final y lejano que era el establecimiento de un Califato que gobernara todo el mundo musulmán. La forma en que definamos el terrorismo es importante a la hora de aplicar las políticas de lucha contra la lacra terrorista.

Lo cierto es que han aparecido grupos que emplean el terrorismo como herramienta para dominar determinadas zonas, generalmente ricas en recursos, entre los que podemos citar el “Ejercito del Señor”, Boko Haram, AQMI y especialmente el denominado DAESH o Estado islámico, cuyos objetivos son la implantación de un emirato o incluso un califato, lo que implica un cambio radical en el objetivo y, por tanto, en el carácter del terrorismo, que pasa de ser la estrategia principal a ser una herramienta de apoyo a una estrategia insurgente. El pasar de ser una estrategia a ser una táctica supone un cambio radical en la forma de entender el terrorismo, algunos adelantan que se trata ya de una “quinta oleada”.

Este carácter táctico hace buscar unos efectos inmediatos e impactantes sobre los propios objetivos, como pasó en la conquista de Mosul, sobre las minorías que habitan las zonas bajo su control, provocando una masa ingente de desplazados internos y refugiados que huyen hacia una zona de mayor estabilidad y que hoy se encaminan hacia Europa. Por último, la opinión pública mundial es un objetivo de su propaganda, amplificada por los medios de comunicación y basada en el empleo de una violencia desproporcionada y creciente. ISIS es un caso paradigmático, especialmente porque actúa en una zona crítica desde el punto de vista estratégico.

El golfo Pérsico y los países limítrofes como Egipto o Yemen, definen las dos principales líneas de fractura del mundo árabe. La primera línea de fractura es la que separa  a las antiguas repúblicas socialistas árabes (Egipto, Siria, Irak, Yemen, Libia, Argelia…), con un carácter más laico, de las monarquías –particularmente las del Consejo de Cooperación del Golfo– foco de la influencia creciente del rigorismo Wahabí, favorecido por la riqueza (petrodólares) de las citadas monarquías, lideradas por Arabia Saudita. La otra línea de fractura es la que divide a los Chiítas de los Sunitas, ambos musulmanes pero enemigos irreconciliables y donde entran actores musulmanes no árabes como son Turquía por el lado sunita e Irán por el lado chiíta.

Todo ello ocurre en una zona donde se concentra una gran parte de las reservas de petróleo y gas del mundo y que está cerrada por el estrecho de Ormuz. Lo cierto es que los intereses de los EE.UU., la UE, y los de las potencias emergentes como China, India o Rusia son diferentes y a veces incompatibles en la zona. El panorama geopolítico es complejo.

Las políticas antiterroristas tienen que tener en cuenta estos factores, el terrorismo se ha convertido en un “problema perverso”, en el que las soluciones del pasado ya no son válidas para el día de hoy y donde la propia definición del problema afecta significativamente a su resultado. Esta nueva forma de terrorismo requiere una nueva aproximación en las políticas antiterroristas.

El mundo y, en particular, EE.UU., pero también la UE, Rusia y China tienen que adoptar una estrategia ante un futuro incierto. Esta actitud podría ser pasiva, pero no hacer nada no parece ser una actitud válida ante la avalancha de refugiados que sufre Europa; puede ser reactiva,  la política de “apagafuegos” que ha caracterizado a la UE en los últimos años; pero debería ser pre – activa, anticipándose a los cambios. La actitud proactiva, provocar el cambio, solo puede realizarla una potencia hegemónica, como eran los EE.UU, pero los experimentos en este sentido, materializados de forma indirecta –empleando el soft power– en las denominadas “primaveras árabes” o con una intervención más directa, invocando el principio de seguridad humana de la “responsabilidad de proteger”, como se hizo en Libia, parecen dar lugar a efectos no deseados.

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