La aparición de lobos solitarios ejecutando actos de terrorismo aislados a ambos lados del Atlántico en los últimos días hace resurgir la necesidad de abordar políticas antiterroristas a escala global. Los países occidentales están viendo amenazado su bienestar, basado en un estado de seguridad y paz idílicas, en otros Estados no muy lejanos. La deslocalización de conflictos externos a través del terrorismo internacional en cualquiera de sus formas, yihadista o no, no deja de articularse en actos violentos contra una sociedad civil inocente, ajena y despreocupada de la problemática terrorista. Esta ignorancia de las consecuencias que suponen no afrontar el problema del terrorismo global en la que estamos sumidos es aún más peligrosa que la aparición de distintos lobos solitarios. En el caso de España -país que ha sufrido el terrorismo durante décadas-, sorprende la rapidez con la que su sociedad ha olvidado lo que significa el terror.
El terrorismo interno español ejecutado por la banda terrorista ETA ha sido poco entendido por nuestros vecinos europeos, que incluso en algunos casos llegaban a justificar estos actos terroristas utilizando la misma argumentación de su politización. España se enfrentó a esta problemática de manera aislada durante años y no fue hasta que recibió ayuda de sus aliados cuando se consiguió combatir este tipo de terrorismo. Irónicamente no serían los Estados europeos los que prestarían a priori la tan necesaria ayuda, sino Estados Unidos. Fue en enero de 2001 a través de la firma de una Declaración Conjunta, cuando la administración Clinton se comprometió a ofrecer ayuda en materia antiterrorista al gobierno de Aznar, basado fundamentalmente en el intercambio de información entre las policías secretas. Entonces, en tan solo un año, se duplicó el número de detenciones de terroristas.
Unos meses más tarde, el 11S cambió el escenario internacional hasta entonces conocido, originando una oleada de solidaridad de todos los Estados occidentales, y no occidentales, hacia Estados Unidos. En este momento, se materializó la cooperación antiterrorista en políticas -ahora sí- europeas y transatlánticas (La alianza americana). Desde ese momento, por ejemplo, Francia ejerció su papel de aliado indispensable en materia antiterrorista de forma ejecutiva y política.
Por otro lado, la administración de George W. Bush y su núcleo neocon entendieron el entonces conocido como terrorismo internacional relacionándolo con contextos anteriores de la Guerra Fría y diseñaron una estrategia antiterrorista -la Guerra contra el Terror- que tuvo como consecuencia directa dos guerras localizadas en Afganistán e Irak, así como numerosas manifestaciones de protesta en todo el mundo contrarios a esta política; además del resurgimiento de otros grupos terroristas cuyos efectos estamos viviendo hoy. Es cierto que la administración norteamericana afrontó el problema, sin embargo, lo hizo a través de una estrategia con escasos apoyos políticos, y sobre todo, sin alianzas transnacionales y una comunicación activa a la sociedad.
Hoy, el terrorismo se ha convertido en una problemática sin una solución concreta y de urgencia inmediata, que no puede contar con acciones unilateralistas ni ataques localizados. Tampoco existe una conciencia en la sociedad occidental de la envergadura de estos ataques a nuestra seguridad y bienestar. Solo a través de un conocimiento del horror del terrorismo seremos capaces de afrontar una problemática global. La unión y la necesidad de una estrategia global contra el terrorismo deben trascender entendimientos políticos pues se trata, repito, de actos que nada se acercan a ideologías o religiones, sino a la ausencia de ellas..
Esperemos que no tengamos que ver llegar nuevas tragedias y sobre todo, esperemos que las alianzas transatlánticas se materialicen pronto.