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Hillary, entre lo público y lo privado

860x520 20 Oct Hillary, entre lo público y lo privado

Con bastante más transparencia que Donald Trump, las finanzas de Hillary Clinton y su fundación familiar demuestran la recurrente dificultad a la hora de separar intereses particulares y cargos públicos.

Gracias a un voluntario ejercicio de transparencia que desde 1976 lleva a que los candidatos a la Casa Blanca publiquen por lo menos su última declaración de impuestos antes de las elecciones, sabemos que Hillary Clinton y su esposo –el ex presidente Bill Clinton– tuvieron unos ingresos brutos en 2015 de 10,6 millones de dólares. Esta cifra supone un significativo retroceso con respecto a ejercicios anteriores mucho más rentables, como por ejemplo los 27,9 millones de dólares declarados en 2014. Con todo, su envidiable nivel de renta coloca a la pareja entre el 0,1 por ciento de los hogares de Estados Unidos más privilegiados. Entre 2007 y 2015, los Clinton han llegado a declarar un total de 149 millones de dólares.

En contraste con la sospechosa opacidad fiscal demostrada por Donald Trump, se sabe que en 2015 los Clinton pagaron 3,6 millones de dólares en impuestos federales. Un tipo impositivo que equivale al 34,2 por ciento de sus ingresos. Si a este porcentaje se suman impuestos estatales y locales, la tasa efectiva aplicada a los Clinton ha resultado del 43,2 por ciento, bastante alejada de esa “creatividad contable” que permite aliviar la carga fiscal de otros muchos multimillonarios americanos. Además, la pareja donó para causas filantrópicas 1.042.000 dólares (el equivalente a un 9,8 por ciento de sus ingresos). Aunque la mayor parte de su generosidad estuvo destinada a la Clinton Family Foundation, este detalle caritativo siempre es valorado como virtud cívica en Estados Unidos.

De acuerdo a su declaración de renta conjunta, Hillary Clinton ingresó 3 millones de dólares por su libro Hard Choices, las memorias como secretario de Estado durante el primer mandato de la Administración Obama. Sin embargo, más de la mitad de todo el dinero ganado por los Clinton durante 2015 estuvo relacionado con la altísima cotización alcanzada por la pareja dentro del lucrativo circuito de los discursos pagados. Aunque la concentración requerida por su candidatura presidencial ha limitado la frecuencia de este tipo de “bolos” para Hillary.

La mayor parte de los bien pagados discursos ofrecidos por la candidata del Partido Demócrata ha tenido como destinatarios a la élite de Wall Street. Su contenido, como es habitual en este tipo de speaking engagements, no era público pero WikiLeaks ha puesto fin a toda esa pactada confidencialidad. De acuerdo al material divulgado a través de Internet, Hillary demuestra en su oratorio de pago bastante compresión hacia los titanes empresariales, cree en el libre comercio y es partidaria de contener la sangría de números rojos en las arcas federales, incluso con recortes en Seguridad Social.

Como explica el New York Times, el tono y el lenguaje de esos discursos ante Wall Street contrasta de forma significativa con el viraje más hacia la izquierda que la candidatura de Hillary Clinton tuvo que realizar durante las primarias demócratas por la presión de su rival Bernie Sanders. Al reflexionar sobre el resentimiento anti-establishment generado por la crisis financiera de 2008, la candidata llega a reconocer incluso que la riqueza acumulada por su familia la colocan “en cierta manera muy alejada” de las penalidades que sufre la menguante clase media en Estados Unidos.

Aunque quizá lo más devastador de estas alocuciones para Wall Street, tal y como se encargó de utilizar Donald Trump en el segundo debate presidencial, es la afirmación de que los políticos necesitan tener “tanto una posición pública como privada” ante cuestiones especialmente contenciosas. Un razonamiento que habría estado inspirado por la película Lincoln de Steven Spielberg, pero que en la práctica ha servido para reforzar todas esas percepciones de desconfianza y falta de honestidad que arrastra la candidatura de Hillary Clinton. Por mucho que ella haya insistido en que se refería a las tácticas utilizadas por el presidente Abraham Lincoln para lograr la abolición de la esclavitud a través de la Enmienda número 13 de la Constitución de Estados Unidos.

En estos discursos filtrados, y cuya veracidad no ha sido cuestionada por la campaña de Hillary Clinton, la candidata llega a indicar que “existe una gran parcialidad contra la gente que ha tenido vidas exitosas o complicadas”. A su juicio, la presión para que aspirantes vendan o retiren inversiones para servir en puestos públicos se ha convertido en algo “muy oneroso e innecesario”. En una intervención ante empleados de Goldman Sachs, la candidata demócrata llega a calificar como “una sobre simplificación” el culpar a la banca de Estados Unidos por el crash financiero de 2008 y la consiguiente crisis global.

Con todo, este no ha sido el único dilema entre lo público y lo privado que ha salpicado a Hillary Clinton durante esta campaña tan excepcional. Una de las remesas publicadas de correos electrónicos pertenecientes a su etapa como secretaria de Estado, ilustra la recurrente dificultad a la hora de separar intereses particulares y cargos públicos. Sobre todo, porque el análisis de esos emails plantea toda una serie de cuestiones sobre intereses entrecruzados entre la financiación de la Fundación Clinton y los cuatro años que sirvió en el puesto equivalente a ministro de Exteriores.

Estos documentos, obtenidos por el grupo Judicial Watch a través de un procedimiento amparado por la Freedom of Information Act, han dado nuevo impulso a conocidas acusaciones de pay to play. Es decir, el intercambio de acceso e influencia ante el Departamento de Estado para aquellos interesados que previamente habían realizado multimillonarias donaciones a la Fundación Clinton, fundada en 1997, y con una agenda filantrópica cada vez más ambiciosa al igual que su financiación internacional.

Tras casi dos años de controversia sobre el servidor particular que utilizó para canalizar una parte de sus correos durante su etapa en el gobierno, la campaña de Hillary insiste en que no se puede cuestionar su honestidad o los méritos de la Fundación Clinton, donde su hija Chelsea ocupa el dinástico cargo de vicepresidenta. Y, de hecho, a modo de damage control, Bill Clinton ha indicado que si su mujer gana las elecciones, él se retirará de la fundación y no aceptará donativos extranjeros o de empresas privadas.

El gran problema es que cuando Hillary defiende sus finanzas familiares, los votantes no saben si la candidata está ejerciendo la duplicidad que ella misma ha identificado como estrategia necesaria para triunfar en política. Como argumentaba The Economist, tras revisar la fortuna de los Clinton, se encuentran simultáneamente cosas preocupantes y cosas dignas de admiración.

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