El próximo domingo día 19 de febrero se celebran los cien años del nacimiento de Carson McCullers. De la misma forma, el 29 de septiembre, se conmemora el cincuenta aniversario de su muerte. En este 2017, los amantes de la literatura norteamericana pasamos por la rutina del doble aniversario de una de las grandes figuras de las letras estadounidenses.
Para la ocasión, la editorial Seix Barral prepara desde hace meses la reedición de todas las novelas y cuentos traducidos al castellano de Carson McCullers, la escritora que nos dejó una breve obra en sus cincuenta años de existencia pero tan profunda y fecunda que aún hoy sigue figurando entre las elegidas damas del llamado “gótico sureño”. En las semanas que siguen a esta entrada verán la luz la reedición de Reloj sin manecillas (Clock Without Hands, 1961), El aliento del cielo, volumen en el que se recogen la totalidad de sus cuentos incluyendo las tres novelas cortas, Frankie y la boda (The Member of the Wedding, 1946), Reflejos en un ojo dorado (Reflections in a Golden Eye, 1941) y La balada del café triste (The Ballad of the Sad Café, 1951); estas dos últimas también reeditadas por separado con prólogos actualizados y nuevo diseño.
Carson McCullers (1917-1967) había nacido en Columbus, Georgia, y desde muy temprano se sintió inspirada por la música y el deseo de convertirse en pianista. Con tal motivo, se traslada en 1937 a New York donde sufrirá su primera frustración al no acabar por convertirse en concertista y, gracias a una serie de cursos de escritura creativa en la universidad de Columbia, dedicar su talento a la escritura. En 1940, con apenas 23 años, publica su primera novela El corazón es un cazador solitario (The Heart Is a Lonely Hunter), que se convirtió inmediatamente en un clásico de la novela contemporánea.
En el mundo actual estamos acostumbrados a poner etiquetas a todo y es muy habitual que en cualquier artículo o entrada acerca de la literatura del sur de los Estados Unidos aparezcan los habituales nombres de la tríada del “gótico sureño” («Southern Gothic») en su versión masculina William Faulkner, Tennessee Williams y Truman Capote (a veces se incorpora a Cormac McCarthy como representante actual del género); y a Flannery O’Connor, Eudora Welty y la propia McCullers en su versión femenina. No obstante, sería injusto catalogar a McCullers como una versión femenina del monstruo Faulkner o sólo destacar en ella, a través de su convulsa y breve biografía, la particularidad de su obra y las diferencias en cuanto a estilo y tratamiento de los personajes con respecto a sus compañeros de generación.
Si por “gótico sureño” entendemos un estilo de escritura (tal y como lo define la enciclopedia británica) propio del sur de los Estados Unidos caracterizado por una violencia en los hechos, grotesco en las formas y muy racial en las descripciones, McCullers encaja en esa definición. Sin embargo, la literatura del Sur va más allá de un estilo y ahonda en la descripción de un mundo con una idiosincrasia propia. Es una literatura que da voz a una región, la de los antiguos Estados Confederados del Sur de los Estados Unidos, que se siente olvidada y retrasada con respecto al Norte. McCullers escribe como forma de reivindicación de la cruda realidad de ese espacio que, hasta el momento, no tenía voz y que se la otorgan estos autores autóctonos en escritos que retratan la crudeza de las relaciones humanas, el dolor de la existencia y la enorme profundidad de los sentimientos. Una escritura de terruño que huele a alcohol de taberna y aceite de motores desvencijados; a sudor de cadenas de presos bajo el sol; a sangre de manos inocentes que matan por salir de su realidad; de outsiders que debido a su condición de desplazados buscan un sentimiento de pertenencia, una redención en el grupo, en la religión, en las supersticiones más demoníacas. Tierra de predicadores y charlatanes, de jorobados, viragos, tullidos, deformes y sordomudos. Personajes que se rompen y, en su ruptura, manifiestan la intensidad del dolor, la angustia y el miedo. Apunta Rodrigo Fresán en la magnífica introducción a El aliento del cielo que no se puede catalogar a McCullers más que en la de los escritores «raros» (freaks), que tienen una visión muy particular de su mundo, que lo escriben y describen con precisión y llevan a una legión de seguidores tras esa visión de la que no habían reparado hasta entonces pero que está por todas partes. Tal vez ese es el motivo por el que McCullers nunca ha dejado de ser una autora presente en los estantes de las librerías. Nos descubre un mundo que ignorábamos pero al cual regresamos una y otra vez en nuestro quehacer cotidiano, en “esto es como McCullers”.
Son muchos los que han extraído de las novelas y cuentos de McCullers paralelismos con su propia biografía. El matrimonio con Reeves McCullers, un aspirante a escritor frustrado que pronto quedó eclipsado por el precoz talento de Carson, llevó a la pareja a una infernal vida conyugal salteada con momentos de felicidad que eran seguidos por continuas recaídas en la desesperación. La enfermedad de Carson, que en 1941 le paralizó el lado izquierdo del cuerpo, dos ataques más en 1947, un intento de suicidio en 1948 y el suicidio de Reeves en 1953 regado todo esto con un alcoholismo creciente nos dejan ver el grave deterioro físico y psicológico al que Carson McCullers estuvo sometida durante su vida. La joven y alegre que sonríe en las fotografías de Louise Dahl-Wolfe en 1940 se transforma en una anciana prematura que se apoya en su bastón con la cara desfigurada por la parálisis en sus fotografías finales. Juan Bonilla cita a Modern Drunkard donde se destaca que «la dieta Carson McCullers tiene tres ingredientes: ginebra, cigarrillos y desesperación«; elementos que la etiquetan entre los escritores alcohólicos junto a Hemingway o Bukowski. La dulce niña de póster de Columbus sacia su angustia con alcohol y cigarrillos buscando la iluminación y el fulgor nocturno que le lleven a escribir sus contradicciones internas. Tras un ataque al corazón que le paralizará el lado derecho (el bueno), escribe al dictado sus memorias que llevarán precisamente el título Iluminacion y fulgor nocturno (Illumination and Night Glare, 1999), publicada en español en 2001; una suerte de autobiografía inacabada, muestra a todos la fuerza de una escritora que necesita escribir “en la salud o en la enfermedad” a pesar de la soledad de su corazón o de lo triste del café donde beben los perdedores.
Enamorada de la MacCullers de flequillo y cigarrillo entre el índice y el anular que fotografió Henri Cartier-Bresson en 1947, la compositora Suzanne Vega transforma su angelical imagen de “Luka” (1984) en un remedo aceptable de chaqueta, blusa blanca, flequillo y cigarrillo para rendir un homenaje a Carson MacCullers en su último trabajo “Lover, Beloved: Songs from an Evening With Carson McCullers” que vio la luz el pasado mes de octubre. El título hace referencia a un pasaje célebre de “La balada del café triste”, donde se expone la contradicción del amante y el amado, la lucha continua entre el amor recibido y el amor entregado. Al final del texto, un relato de apenas tres párrafos donde se describe una cadena de presos golpeando la tierra con el pico. Comienzan a cantar y la música parece no proceder de los hombres sino “de la tierra misma o del ancho firmamento”. Doce mortales (“Twelve mortal mens”), siete negros y cinco blancos, que están juntos, que cantan entre el éxtasis y el miedo. Es el Gran Sur, es la belleza contradictoria de una tierra ingrata donde “nadie viene y nadie se va”.
El sur de los falsos predicadores que llevan tatuados “LOVE” y “HATE” en los nudillos de los dedos como Harry Powell en La noche del Cazador (The Night of the Hunter, 1953), de los bebedores solitarios, de los monstruos crueles y piadosos, contradictorios. La tierra literaria de Carson McCullers; la Dama del Sur.