Si nos atenemos al contenido del primer discurso pronunciado por el presidente Donald J. Trump ante la sesión conjunta del Congreso el pasado 28 de febrero, parece que su política de Defensa encaja a la perfección con el celebérrimo adagio latino que nos sirve de título. De hecho, textualmente afirmó lo siguiente: “para mantener a América a salvo debemos proveer a los hombres y mujeres del Ejército de Estados Unidos con las herramientas necesarias para evitar la guerra y –si fuera preciso– para luchar y triunfar”. Según su criterio, la manera de lograr este objetivo pasa por aumentar ostensiblemente el presupuesto destinado a Defensa, eliminando los recortes anteriormente aplicados por la Administración Obama.
De sobra es conocido el malestar en círculos militares que generaron los pasados recortes dentro del programa de contención del déficit que, a partir de la entrada en vigor de la Budget Control Act de 2011, propiciaron un descenso de las partidas destinadas a capítulos de Defensa. Por ello, el nuevo presidente confía en poder granjearse la simpatía de las Fuerzas Armadas apostando por este incremento del gasto. Unos apoyos que no le vendrán nada mal teniendo en cuenta el difícil aterrizaje que está protagonizando su equipo, incluyendo escándalos como la dimisión de Michael Flynn o las dudas que despierta el senador Jeff Sessions en su papel de fiscal general. En realidad, parece que Trump simplemente está haciendo honor a lo prometido en campaña. Según su credo, cuanto más poderoso sea el ejército norteamericano menos riesgos correrán los ciudadanos ya que nadie se atreverá a meterse («mess with us») con la superpotencia. Una asunción, paradójicamente, tan poco convincente como efectiva en términos de campaña, al conectar con el conocido slogan «Let’s Make America Great Again».
Las cifras que se barajan son ciertamente elevadas. El gasto anual de Estados Unidos en Defensa previsto para el año fiscal 2017 está por debajo de los 600.000 millones de dólares, si bien no es fácil precisarlo. Así, el presupuesto del presidente, en función del acuerdo refrendado en la Bipartisan Budget Act de 2015, reservaría unos 583.000 millones de dólares para el departamento de Defensa mientras que el presupuesto base se situaría en los 524.000 millones. La variación esencial radica en si se incluye en el monto total las denominadas operaciones de contingencia en el extranjero (OCO), una partida controvertida pues fue utilizada como un subterfugio para que los departamentos de Defensa y Estado pudieran disponer de fondos extra sin vulnerar las limitaciones presupuestarias. Teniendo estas cifras en cuenta, Donald Trump habría propuesto dedicar unos 54.000 millones adicionales para gasto militar en el próximo presupuesto. En otras palabras, un incremento cercano al 10%.
Fiel a uno de sus recursos retóricos preferidos, Trump no pudo menos que aseverar que su propuesta se traducirá en uno de los mayores aumentos del gasto en Defensa Nacional de toda la historia de Estados Unidos. Una afirmación ciertamente exagerada como ya han demostrado varios analistas. Por más que la comparación con periodos de gasto extraordinario como la Segunda Guerra Mundial pueda desvirtuar los términos del debate, lo cierto es que existen sólidos argumentos para poner en duda tal aserto. Para empezar porque presidentes demócratas o republicanos, como Jimmy Carter o Ronald Reagan, también protagonizaron incrementos relativos de dos cifras. Y lo que puede resultar más llamativo, como ha mencionado el republicano John McCain, en esencia se estaría hablando de un porcentaje levemente superior al 3% del gasto que prospectivamente había calculado la Administración Obama para 2018. En todo caso, este último es un ataque interesado pues no son pocos los que, como ocurre con el senador por Arizona, sostienen que el problema de Trump es que su promesa se queda corta.
En definitiva, una cuestión que, más allá del debate sobre las cifras, sigue planteando muchos interrogantes. Existen aún serias dudas acerca del papel que finalmente la Administración Trump otorgará a la OTAN. Asimismo, es una incógnita cuál será la postura del secretario de Defensa, el singular James Mattis, quien puede llegar a plantear ideas disonantes a las de la Casa Blanca. Pero hay además un último elemento muy problemático: ¿cómo se pretende hacer frente a ese incremento? Hablar en abstracto de recortar en partidas civiles no esenciales, como se ha hecho hasta ahora, apenas aclara nada. Tampoco la voluntad de aumentar la recaudación gracias a la buena marcha de la economía y la bolsa mientras se bajan los impuestos. En suma, habrá que ver finalmente cómo se concretan los nuevos presupuestos pero, sobre todo, merecería la pena reflexionar hasta qué punto una mayor inversión en Defensa, sin especificar en qué ámbitos, puede asegurar la paz y la seguridad de los estadounidenses.
Escrito por Misael Arturo López Zapico, profesor ayudante doctor en el departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid. Su actividad investigadora incluye la publicación de diferentes libros y artículos científicos sobre las relaciones políticas y económicas entre España y EE.UU. en el siglo XX