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Lo que esconde el «Take the Knee»

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Aquellos que crean que la penúltima polémica creada por POTUS a través de Twitter, esta vez a cuenta del hashtag #StandForOurAnthem, no es más que otro calentón de este presidente lenguaraz o una patriótica defensa de los símbolos de la Unión, están muy equivocados. El actual inquilino de la Casa Blanca mantiene una ambivalente relación de amor/odio con la NFL, y ese sentimiento no puede entenderse si se desconocen las vicisitudes del actual presidente y aquella competición que se iniciaron en la década de los ochenta. En la historia del fútbol americano, han sido muchos los intentos de competir con la todopoderosa NFL con la creación de competiciones alternativas. David Dixon, fundador de los New Orleans Saints para la AFL, constructor del Superdome, y promotor del World Champsionshimp Tennis que se disputó entre 1971 y 1989, impulsó uno de ellos al erigirse como principal accionista de la United States Football League (USFL), el proyecto más solvente para ofrecer fútbol profesional durante la off-season de la NFL, sin descartar que ulteriormente pudiera competir directamente con aquella y programar la temporada también en otoño. Una idea que rondaba en la cabeza de Dixon desde la década de los sesenta y que finalmente se materializaría el 11 de mayo de 1982, siendo nombrado como primer comisionado el presidente de la ESPN, Chet Simmons, con cuya cadena y la ABC se firmaron importantes acuerdos de explotación de derechos por importes de 13 y 16 millones de dólares. Y de nuevo la chequera y la búsqueda de prospectos y jugadores que atrajeran la atención de la audiencia. Así, la USFL fue capaz de firmar de manera consecutiva a tres Heisman Trophy: Herschel Walker, Doug Flutie y Mike Rozier. Además, formaron parte de sus franquicias Hall of Famers como Reggie White, Gary Zimmerman, y futuros monstruos siderales del emparrillado como Jim Kelly o Steve Young. Veteranos y talentosos jugadores de la NFL como Chuck Fusina, Cliff Stoudt, Buddy Aydelette o el gran Jim Smith completaron un atractivo cóctel en los rosters de la incipiente liga.

Pues bien, en 1984, el sueño de todo nuevo rico procedente del negocio inmobiliario, como era por entonces Donald Trump, era patronear una franquicia profesional de la NFL… como ahora, vamos. Así que, un arrogante Donald de cuarenta años, se empeñó en adquirir un equipo de la NFL a toda costa y por cualquier medio. La respuesta a esa pretensión por parte de familias de rancio abolengo en el deporte profesional norteamericano como los Rooney, los Mara, los Davis o los Bowlen fue clara: «ese scumbag huckster no tiene categoría para ser propietario».

La humillación sufrida por el joven tiburón neoyorquino fue extraordinaria, y el despechado Trump, ni corto ni perezoso, adquirió una franquicia, los New Jersey Generals, pero no de la NFL, sino de la USFL, la competición rival de la que hablamos al inicio. Desde el primer momento, el objetivo del nuevo propietario fue que la USFL jugara también en otoño, de modo que fuera competencia directa para su odiada NFL y de paso, en un razonamiento delirante, que la NFL absorbiera en un futuro su franquicia de Nueva Jersey.

Lo cierto es que aquella competición fue un absoluto fracaso: falta de asistencia a los estadios, inestabilidad económica de sus franquicias, muchas de ellas embarcadas en flagrantes vulneraciones de los topes salariales convenidos, pésima gestión comercial, mercados copados por equipos y aficiones más asentadas y solventes… En un desesperado intento por no hundirse definitivamente, la USFL, instancias de Trump, interpuso una demanda antimonopolio frente a la NFL, al considerar que ésta había presionado a las grandes compañías televisivas para no emitir partidos de la USFL en otoño. El 29 de julio de 1986, un jurado llegó a la conclusión de que, en efecto, la NFL había mantenido un monopolio de facto en relación con los derechos de retransmisión… pero que la precaria situación financiera de la USFL no era fruto de esa monopolización sino de la pésima gestión de sus administradores, por lo que se condenó a la NFL a pagar a la USFL un dólar, que se triplicó por la Ley antitrust a tres.

No escarmentado con ese fracaso, en 2014 Trump volvió a la carga, esta vez con los Buffalo Bills. Y el resultado, el mismo que veinte años antes. El comisionado de la NFL, Roger Goodell, presionó a Terry Pegula, empresario del gas radicado en Buffalo y propietario también de los Sabres, a que pujara por la propiedad y, así, evitar la entrada de un sujeto declarado non grato en el negocio del fútbol.

Ahora quizá pueda comprenderse mucho mejor el rol de POTUS en toda esta polémica del «Take the Knee». Resentimiento, inquina y despecho de quien siempre fue considerado un advenedizo por la aristocracia del gridiron profesional norteamericano.

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