Antes de Waco (1993) y Heaven’s Gate (1997), poco después de Jonestown (1978), existió Rajneeshpuram (1981-1987). Rajneeshpuram ha caído en el olvido porque no se documentó ninguna muerte, mucho menos masiva, en esta comuna en Wasco County, Oregón. Pero Rajneeshpuram sí estuvo implicada en un ataque bioterrorista, intentos de asesinato, escuchas ilegales, un escándalo de matrimonios de conveniencia, intento de fraude electoral, e infracción de leyes de extranjería.
Los hermanos Way rescatan la historia de esta comuna en Wild Wild Country (2018), una serie de seis episodios producida por Netflix. El ingente trabajo documental incluye la selección de más de trescientas horas de grabaciones de los 80, entrevistas en la actualidad con residentes de la vecina Antelope (una población de menos de sesenta habitantes), y antiguos pobladores de la comuna.
Wild Wild Country se acerca a la historia de Rajneeshpuram utilizando el género de invasión extraterrestre que dominó la cartelera estadounidense en los 50, con películas como La invasión de los ultracuerpos (1956) o The Blob (La masa devoradora, 1958). Pero en este documental la amenaza no viene desde el espacio exterior, sino desde el espacio interior. En los primeros minutos un extranjero indica a uno de los habitantes de Antelope: “They’re coming”. Efectivamente, llegarían, y en grandes números: el carismático gurú indio Bhagwan Shree Rajneesh, su implacable secretaria Ma Anand Sheela, y un gran número de seguidores, la mayoría jóvenes americanos de clase media y alta, que por el abandono (o más bien donación, a Rajneesh) de sus bienes materiales, se hacían llamar sanniasin (mendicantes).
Wild Wild Country no ahonda en las enseñanzas del controvertido Rajneesh. Tampoco trata los orígenes de su riqueza, según sus detractores resultado de prostitución, contrabando de divisas, distribución de drogas en Europa y Canadá, ni se desarrolla su huida de la India. Se glosan, pero solo en tanto que explica la colección de Rolls Royce de Rajneesh, las donaciones millonarias de sus fieles. Wild Wild Country tampoco denuncia el abandono y posible explotación de los (escasos) niños que nacieron en la comuna. Se trata de documentar un encuentro maldito, visto como invasión por los habitantes de Oregón, entre la paradójica espiritualidad materialista del gurú (mística oriental con ecos del Human Potential Movement de Maslow) y los arraigados valores “tradicionales” de las pequeñas comunidades americanas.
Esta invasión muestra el enfrentamiento entre el sexo libre practicado por los sanniasin y las ideas puritanas prevalentes en la América de Reagan. Es también una crónica de la lucha por el control (o invasión) de algo tan americano como el derecho al espacio propio. La invasión es también ideológica: ¿cómo pudieron los habitantes de Rajneeshpuram, muchos de ellos jóvenes americanos, prestarse a “invadir” a su propio pueblo?
En Wild Wild Country, como en otras series documentales recientes (The Jinx, Making a Murderer, ambas de 2015) el uso de mecanismos de ficción permite la manipulación de las emociones del espectador, lo que hace que cambie, incluso dentro de un mismo episodio, la percepción de quiénes fueran héroes y quiénes villanos. El espectador asiste a la cara amable de la invasión (que enfatiza sonrisas extasiadas, bailes liberadores, los característicos ropajes naranja de los sanniasin) y la mirada sorprendida pero aún no hostil de los habitantes de Antelope ante el desfile de Rajneesh en sus Rolls Royce. Pero pronto la narración entra en una espiral de violencia cada vez menos soterrada, en lo que parece un argumento de ficción demasiado complicado para ser real. Se alternan sanniasin paseándose con rifles de asalto para proteger a Rajneesh, el mayor ataque bioterrorista documentado en EE.UU. (más de 750 afectados) mediante la distribución en restaurantes de cepas de salmonela producidas en la comuna, el ataque con explosivos contra el Rajneesh Hotel en Portland, el intento fallido de asesinato del médico personal de Rajneesh por parte de miembros de la comuna, y la conspiración para asesinar al fiscal federal del distrito de Oregón. También asistimos al uso de tranquilizantes para “domar” a vagabundos traídos a la comuna para manipular elecciones, a las afirmaciones de los lugareños de que ha llegado el momento de “abrir la veda” contra la comuna, al descubrimiento de grabaciones ilegales realizadas por la secretaria de Rajneesh de los aposentos de éste, a un fraude masivo (más de 400 casos) de matrimonios de conveniencia, y al descubrimiento de graves infracciones de leyes de extranjería por parte de Rajneesh, que acabó siendo expulsado del país tras una breve estancia en prisión (durante la que, según sus seguidores, fue envenenado, lo que causaría su muerte años después).
Como si fueran personajes de ficción, también nuestra percepción de los protagonistas del documental cambia. ¿Cómo catalogar a Sheela, un personaje que alterna aparente fragilidad y sorprendente serenidad, caústico sentido del humor e implacable sinceridad a la hora de hablar de cómo el fin justificaba los medios a la hora de difundir las enseñanzas de Rajneesh? ¿Cómo ver a Jane Stork (Ma Shanti B), que llegó a intentar asesinar, aparentemente manipulada por Sheela, al médico personal de Rajneesh? ¿Cómo entender a Swami Prem Niren (Philip J. Toelkes), sanniasin y abogado de Rajneesh, que aún en el presente continúa seducido por sus enseñanzas? El documental, que enfatiza el carisma de Rajneesh y la inocencia de sus seguidores, pero también la estrechez de miras de los habitantes de Antelope, no proporciona respuestas sencillas.
La resolución narrativa no tiene lugar con el enfrentamiento físico que podría esperarse del uso inicial del género de la narrativa de invasión. Wild Wild Country acaba con otro género de ficción típicamente americano: el del enfrentamiento legal, en este caso del estado de Oregón contra Rajneeshpuram, por no respetar la separación de Iglesia y Estado garantizada por la Primera Enmienda. La victoria por parte del estado propició una de las pocas ocasiones en las que se ha dado la negación, no la creación, de una religión, con la quema de más de 5000 copias de The Book of Rajneeshim (un gesto simbólico de abandono de las enseñanzas de Rajneesh), y su cambio de nombre, de Rajneesh a Osho.
Wild Wild Country es una historia sobre dos visiones de América que no celebra ninguna de ellas. Se enfatiza el esfuerzo de los sanniasin, capaces de crear una ciudad, con su propio aeropuerto y central eléctrica, en un entorno hostil, pese a su obvia inocencia y abandono de su voluntad a la figura de su líder. Se presenta a los habitantes de Antelope como convencidos del derecho a su propio territorio, pero también como fanáticos e intransigentes, capaces de sublimar sus deseos de emplear violencia física contra los sanniasin (a los que acusan de encontrar huecos en la ley para crear su ciudad) utilizando recovecos legales para expulsarles. El necesariamente anticlimático final de Rajneeshpuram y de Wild Wild Country pasa por la afirmación del sistema legal estadounidense, que consigue el castigo (cárcel y expulsión) para los invasores y la recuperación del espacio para los habitantes originales. El último episodio documenta el declive de la comuna, atrapada en un largo proceso legal y ya abandonada por Rajneesh y casi todos sus fieles. Los hermanos Way no presentan esta victoria legal de los habitantes de Antelope como un plácido regreso al statu quo, sino que dejan entrever lo positivo que se perdió en el fallido experimento comunal. Se señala incluso que la raíz del conflicto pudiera encontrarse en la xenofobia e intolerancia religiosa de los habitantes de Oregón, hostiles a un estilo de vida promovido por un gurú extranjero que atentaría contra valores “tradicionales“ americanos, algo que adquiere nuevas resonancias en la América de Trump en un entorno rural y predominantemente blanco como Wasco County.
Wild Wild Country nos deja una reflexión incómoda que lleva al origen mismo del mito fundacional estadounidense. Rajneesh y sus seguidores llegaron a América buscando la tierra prometida, escapando de lo que percibían como una persecución religiosa, y trataron de crear un paraíso en un lugar escasamente habitado, pero claramente hostil. Algo parecido a lo que un hiciera un grupo de peregrinos en 1620 a bordo del Mayflower.
Escrito por Carmen Méndez García, profesora de la Universidad Complutense de Madrid y coordinadora del Máster en Estudios Norteamericanos (conjunto UAH-UCM). Miembro del proyecto “Troubling Houses: Dwellings, Materiality, and the Self in American Literature (Ref. FFI2017-82692-P), plan Nacional de I+D+i, Ministerio de Ciencia e Innovación, 2018-2020. Sus líneas de investigación giran en torno a la ficción contemporánea de los EE.UU. (s. XX y XXI); estudios de género; la contracultura en los EE.UU., y la literatura de minorías en los EE.UU.