El 17 de enero de 1966 chocaron en el aire, encima de territorio español, dos aviones de las Fuerzas Armadas estadounidenses. ¿Su carga? Cuatro bombas nucleares, cada una de ellas mucho más potente que la que arrasó Hiroshima.
El accidente se produjo a las 10:22h. Un B-52 cargado con cuatro bombas termonucleares y un KC-135, de abastecimiento de combustible, chocaron y las bombas se estrellaron sobre la tierra y el mar de Palomares, un pueblo de unos 2000 habitantes de la Costa almeriense. Tres de ellas se localizaron rápidamente en tierra y la cuarta quedó sin localizar durante varios meses. Se vertió contenido radiactivo en suelo almeriense, convirtiendo Palomares en la ciudad más contaminada de la Europa occidental, título que todavía ostenta. Los americanos bautizaron la operación de limpieza y el rescate de la bomba en el mar con el nombre en clave de operación Broken Arrow 29.
Las bases españolas eran de vital importancia para la campaña militar anticomunista de Estados Unidos, enmarcada en la Guerra Fría, y estratégicas para la supervivencia del régimen franquista, y aquel accidente amenazaba los pactos extremadamente favorables para los estadounidenses conseguidos en 1953. Desde el Pentágono se temió que el gobierno de Franco prohibiese el paso de aviones por el espacio aéreo español. Dean Rusk y Robert McNamara (secretarios de Estado y Defensa de EE.UU., respectivamente) habían admitido anteriormente que, sin las bases militares españolas, la Fuerza Aérea americana (USAF) se vería con “serios problemas” para poder atacar a la URSS.
Empezaba una crisis diplomática de alto voltaje entre España y Estados Unidos. La gestión de la información pública sobre la naturaleza del accidente y los riesgos de la contaminación radiactiva para la población de Palomares desempeñaron un papel clave en su resolución. La gestión de la información pública respecto al accidente fue un aspecto extremadamente sensible para ambos países.
Como ha explicado Rafael Moreno en su libro, La Historia Secreta de las Bombas de Palomares, la consigna oficial de los gobiernos estadounidense y español fue dar la menor cantidad de información posible, de acuerdo con el secretismo tradicional de Estados Unidos sobre las armas nucleares, por un lado, y el de la prensa franquista, por el otro. Pero una filtración de la prensa estadounidense sobre la naturaleza nuclear del accidente dio el disparo de salida de la noticia a la palestra mundial. La diplomacia de ambos países debía consensuar una campaña de comunicación.
Efectivamente, Palomares y el accidente aparecieron en la prensa local y nacional españolas. Y mucho. Imágenes a doble página y reportajes monográficos se ocuparon del tema. Pero esta estudiada visibilidad del accidente en los medios formaba parte estratégica de la campaña pública de invisibilización del riesgo asociado a la contaminación radiactiva en la zona.
La prensa local mostró confianza total y acrítica en los efectivos estadounidenses para limpiar la zona y apenas habló de radiación. Pero la naturaleza inofensiva del accidente, defendida en la versión oficial, era difícil de conciliar con el despliegue del ejército estadounidense en Palomares descrito por la prensa francesa y alemana (y presenciado en directo por los lugareños): 800 soldados acampados, una flota de 20 barcos y 2 000 marines y filas de soldados rastreando el área completamente equipados para maniobras nucleares, restricción de cultivo, prohibición de pesca e incineración de gran parte de la cosecha. Los vecinos dejaron de poder vender sus productos de la huerta y ganaderos, ya que los clientes habituales rehusaban comprarlos. Por lo tanto, la campaña de invisibilización del riesgo tenía que ser contundente.
Iconos del cine de estilo hollywoodiense como James Bond, y la iconografía de la publicidad de marcas tan características del capitalismo americano como Pepsi-Cola proporcionaron a los medios españoles las herramientas necesarias para crear un relato sobre el accidente que transportaba al lector al mundo del sueño americano, relegando a un segundo plano, por apelación a un imaginario ya permeado en el subconsciente español, el temor a los riesgos asociados a la contaminación nuclear.
La prensa oficial rebautizó la operación de descontaminación como Operación Trueno, título español de la nueva entrega de la saga James Bond que se había estrenado apenas un mes antes del accidente y donde el agente británico rescataba del mar una bomba atómica de las manos de Spectre. Si en un primer momento la prensa española reconoció algún peligro debido al accidente de Palomares, esta se centró más en la posibilidad del robo de la bomba perdida por parte de los comunistas (muy en línea con el guión de James Bond) que en los peligros para la salud debido a la contaminación radiactiva. La política de comunicación de no comment se achacaba a la necesidad de prudencia para salvaguardar secretos militares vitales para la lucha de occidente en la Guerra Fría. Con la etiqueta de «top secret», a la vez, la prensa justificaba la desinformación pública y evocaba el imaginario del agente 007.
Las páginas de las revistas, bajo el título de «James Bond en Almería», se llenaron de imágenes de todos y cada uno de los submarinos de la flota americana que llegaron a Almería para recuperar la bomba perdida. Se estaba invisibilizando el riesgo nuclear a través de tratar de despertar la fascinación por el despliegue tecnológico americano en Palomares.
No faltaba ningún detalle en la narración: hasta un barco pesquero ruso que había sido avistado cerca de la zona se convirtió en la amenaza comunista de la película. Y hasta se construyó un James Bond nacional: Francisco Simó Orts, el sencillo pescador local que con su modesta y españolísima barca Manuela, señaló, con más precisión que los gadgets americanos de última generación, el lugar donde había visto caer la bomba, cosa que permitió al fin recuperarla.
En definitiva, la evocación de un imaginario ya conocido, una mezcla de sueño americano, fascinación por la tecnología y apelación al orgullo nacional permitieron visibilizar el accidente de Palomares en la esfera pública española invisibilizando, a la vez, el riesgo radiactivo que entrañaba.
Escrito por Clara Florensa, profesora asociada en Escoles Universitàries Gimbernat (EGU), adscritas a la Universidad Autónoma de Barcelona y autora del capítulo «James Bond, Pepsi-Cola y el accidente nuclear de Palomares (1966) incluído en el libro “De la Guerra Fría al calentamiento global Estados Unidos, España y el nuevo orden científico mundial” Lino Camprubí, Xavier Roqué, Francisco Sáez de Adana (eds.)
En la página web del Instituto Franklin-UAH se puede consultar la Biblioteca de Estudios Norteamericanos del Instituto Franklin-UAH, el repositorio de fotografías EEUU-España en el siglo XX y sus publicaciones.
Fotografías acerca de la Bomba de Palomares:
- Imágenes de los buzos de la Marina de los Estados Unidos durante los trabajos de recuperacion de los restos del avión estrellado en Palomares
- Rescate de los restos del avión de combate estrellado en Palomares, España
- Ceremonia de agradecimiento al pescador Francisco Simó Orts por la ayuda prestada en relación a la busqueda y encuentro de los restos de la bomba de Palomares