Una vez que el presidente electo de los Estados Unidos cumplimenta lo previsto en el Artículo II, Sección Primera, Clausula 8 de la Constitución, desde ese mismo instante, y durante todo su mandato, un oficial de las fuerzas armadas, armado y portando en todo momento un maletín negro, se convertirá en su sombra allá donde esté, salvo en el interior de la Casa Blanca. Resulta lógica está proximidad cuasi-siamesa, pues ese maletín es la manifestación física del «poder nuclear» que, en exclusiva, ostenta el presidente de los Estados Unidos (POTUS) desde su investidura ¿Cuál es el protocolo previsto para iniciar un ataque con armas nucleares en los Estados Unidos? ¿Es una decisión unilateral del POTUS o exige un acuerdo colegiado? ¿Existen vetos frente a decisiones palmariamente irrazonables? ¿Qué ocurre en caso de quiebra de la línea de mando?
Como primera premisa en un terreno especialmente vulnerable a la mitología política, debe señalarse que no existe ningún «botón rojo» como tal, cuya mera interrupción por el presidente desencadene el Armagedón. No lo hay, ni lo ha habido nunca. Lo que existe es un complicado sistema de verificaciones, códigos, comunicaciones blindadas y cadena de mando milimétricamente diseñado y estandarizado. Comenzando por el factor humano, y de conformidad con el Artículo II, Sección 2, Clausula 1 de la Constitución de los Estados Unidos, POTUS es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y única persona autorizada para ordenar un ataque con armas nucleares. Esa exclusividad ejecutiva no obsta para que el sistema requiera, ineluctablemente, la intervención inmediata y mediata de dos individuos más: el Secretario de Estado de Defensa (SecDef) y el Jefe del Estado Mayor Conjunto de los Estados Unidos (CJCS).
En cuanto a los organismos encargados de articular, verificar e implementar la decisión, deben citarse aquí a la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), la Autoridad del Mando Nacional (NCA), el Centro Nacional de Mando Militar (NMCC), el Estado Mayor Conjunto (JCS), el Mando Estratégico de los Estados Unidos (USSC) y el Take Charge and Move Out (TACAMO).
Y finalmente, los instrumentos y medios materiales necesarios para adoptar y transmitir la orden de ataque: la Cartera de Emergencia del Presidente (con su umbilical portador) y los Códigos Dorados.
Empecemos por estos últimos. La decisión de que POTUS disponga en todo momento de los mecanismos técnicos –salvo cuando se encuentre en la Casa Blanca, donde operaría desde la JFK Conference Room del sótano del Ala Oeste, en la Joint War Room del Pentágono, o en el Site R de Raven Rock– que le permitan iniciar un ataque nuclear data de la presidencia de Eisenhower y, para ello, se dispuso un maletín –«Nuclear Football», así llamado por el término Dropkick (tipo de jugada del futbol americano,) nombre en clave del plan de guerra nuclear diseñado por el SecDef en la administración Kennedy, Robert S. Macnamara–, en cuyo interior consta un sistema de comunicaciones presumiblemente vía satélite, un libro negro de páginas impresas en negro y rojo que contienen las opciones de represalia y sus códigos, un cuaderno con un listado de localizaciones donde POTUS puede acudir en situación de emergencia, una carpeta con ocho o diez páginas grapadas que contienen instrucciones para el Sistema de Alerta de Emergencia y una tarjeta tamaño aproximado DIN A4 con códigos de autenticación.
Como se indicaba más arriba, ese maletín es la extensión del brazo de un oficial de cada una de las cinco ramas de servicio (Army, Navy, Air Force, Coast Guard y Marine Corps) con rango mínimo de major -comandante-, que irá rotando en una secuencia calificada de alto secreto, y cuya selección ha sido precedida del más riguroso, exigente y exhaustivo protocolo de investigación y verificación de antecedentes de toda la Administración, el conocido como Yankee White en su categoría 1. Junto al maletín, POTUS recibirá inmediatamente antes de su toma de posesión un dosier secreto sobre el contenido del referido Black Book y en el mismo Inauguration Day, el menú de opciones del plan de guerra nuclear y una tarjeta del tamaño de una American Express, denominada coloquialmente biscuit, protegida por una cubierta de plástico opaca que debe romperse en dos para poder leer los Golden Codes o códigos de lanzamiento de un ataque nuclear generados por la NSA y que se distribuye a la Casa Blanca, al Pentágono, al USSC y a TACAMO.
Bien, el presidente dispone ya de los medios técnicos y de los códigos de validación, ¿cuál es el protocolo previsto? En primer lugar, obviamente, instar a su asistente militar a que abra el maletín mediante la oportuna combinación secreta. Ello generará automáticamente una señal de alerta que será recibida en la JCS. A continuación, POTUS revisará con su ayudante las opciones de represalia preestablecidos en el OPLAN 8010 y, aunque el presidente es el único individuo legalmente autorizado para ordenar el uso de armas nucleares, sin embargo, en este caso se aplica la «Regla de los Dos Hombres», con la asistencia del SecDef quien, junto con POTUS, configuran la NCA, última fuente legal de órdenes militares. Ambos deben autenticar conjuntamente la orden al CJCS a través del NMCC. Una vez verificada la identidad del ordenante, el CJS trasmitirá la orden a través del teléfono de color amarillo de la Red de Alerta de JCS, que vincula directamente al NMCC con el Cuartel General del USSC en la Base Aérea de Offutt en Nebraska, desde donde se impartirán las ordenes de lanzamiento a la unidad más apropiada para el despliegue nuclear.
Adviértase que el SecDef debe intervenir en la verificación de la orden, pero carece de derecho de veto de la misma, ¿esto significa que POTUS ostenta la absoluta soberanía sobre el mal llamado botón rojo? Puede decirse que casi en su totalidad. No obstante, el siempre ponderado sistema constitucional norteamericano, trufado de pesos y contrapesos, deja un resquicio abierto en la Sección 4 de la 25ª Enmienda de la Constitución, que habilita al vicepresidente, junto con la mayoría de los miembros del gabinete o del Congreso, a declarar al POTUS incapacitado para cumplir con sus deberes.
En conclusión, debe rechazarse por caricaturesca esa imagen de un POTUS con los pies sobre la mesa del Despacho Oval y un joystick en la mano, sopesando lanzar o no un ataque nuclear. La cosa es mucho más compleja y, afortunadamente, sujeta a severísimos protocolos absolutamente inmunes al temperamento más o menos estable de su comandante en jefe.