Oiremos hablar de ellas durante los próximos meses hasta las elecciones presidenciales norteamericanas de 2020. Las conocidas como deepfake news son un paso más en el uso del storytelling que está arrasando como estrategia electoral en las redes sociales. Y las deepfake news serán también una de las herramientas más utilizadas por el candidato republicano Donald Trump para renovar su cargo como presidente de los Estados Unidos.
Fake news es un término que nos es familiar. Las conocidas como “noticias falsas” han sido protagonistas en los últimos años gracias al discurso de Donald Trump, que ha acusado sin pudor y abiertamente a varios periodistas de verter mentiras en su contra, y en contra del partido republicano. Trump llegó a tildar a la mismísima CNN de “medio falaz”, durante una rueda de prensa celebrada tras el Súper Martes en la Casa Blanca, el 7 de noviembre de 2018, pero ya antes había iniciado su guerra contra la cadena en la red social Twitter.
Si las fake news se han popularizado durante la presente legislatura a través del contundente discurso de Donald Trump, las deepfake news suponen un paso más como estrategia para las próximas elecciones. Son las noticias falsas construidas a partir de recursos más sofisticados, más avanzados y más difíciles de detectar. Al otro lado, siempre, la audiencia convertida en electorado, preparada para recibir, asimilar y compartir las informaciones que le llegan, con una rapidez difícil de controlar.
El diario El País publicó el 9 de agosto de 2018 un breve artículo dedicado a definir y conceptualizar el término deepfake news. Su autor, Javier Sampedro, califica de “vídeo estafas” este tipo de informaciones, porque en su gran mayoría implican ya el uso del vídeo y de tecnologías muy avanzadas, que abarcan incluso la inteligencia artificial. Son vídeos que llaman la atención de la audiencia por lo impactante de su mensaje, unido a su increíble realismo. La estrategia no es nueva, se llama manipulación y desinformación, pero lo que sí son nuevas son las armas con las que se ejecuta. El desconocimiento de esas armas por parte del gran público, muy inocente aún para entender el verdadero calado de los mensajes, hace que su impacto sea mayor.
Deepfake news es uno de los dos términos que se harán muy familiares durante la próxima campaña presidencial americana. El otro es storytelling, el arte de contar historias, que se ha popularizado especialmente en las redes sociales y concretamente en Instagram a través de las historias. Quince segundos de relato capaces de calar, impregnar y viralizarse entre el electorado, con un contenido que puede ser verdadero o no y estar relacionado estrictamente o no con la política. La política solo es la excusa, pero el objetivo es otro: llegar y marcar a la audiencia. Pero el problema no es el objetivo, sino los medios. Cómo se llega y hasta dónde se está dispuesto a llegar para dejar huella en el electorado.
El periodista norteamericano Joe Andrews, de la cadena CNBC, publicó el pasado 12 de julio un artículo titulado “Fake news is real – A.I. is going to make it much worse”. En él afirma que los avances en inteligencia artificial están allanando el camino a los deepfake videos, que crean contenido mostrando a gente diciendo y haciendo cosas que nunca dijeron ni hicieron. ¿Cómo saber si ese contenido es real? Ese será uno de los grandes retos de la próxima campaña electoral norteamericana ¿Quién dice la verdad? ¿Cómo contrastar la información que nos llega desde y a través de los propios candidatos? ¿Cómo regular, en definitiva, los bulos en internet? Especialmente aquellos que están fabricados con herramientas y métodos tan sofisticados.
El 10 de enero de este mismo año, el diario digital Público afirmó que los “señores mayores fueron los que más bulos compartieron en Facebook en la campaña de Trump”, según un estudio reciente. Las mentiras con apariencia de verdad cocinadas desde los propios gabinetes de comunicación de los partidos políticos son tan peligrosas que, mucho antes de que podamos contrastarlas, ya se están moviendo con absoluta libertad por las redes sociales.
Pero la clave no son las noticias falsas, sino los datos que se recogen con ellas. Hace tan solo unos días, Facebook se convertía en noticia por la multa histórica que tendrá que pagar, y que asciende a 5.000 millones de dólares, por dejar al descubierto los datos personales de millones de usuarios de la red y por las reiteradas violaciones de privacidad en las que ha incurrido. ¿A dónde fueron todos esos datos? O, mejor dicho, ¿para qué servirán todos esos datos? Tras el escándalo de Cambridge Analytica hemos sabido que muchos de los datos robados fueron usados en la campaña electoral de Donald Trump, la que le convirtió en presidente de los Estados Unidos.
¿A quién se ataca con las deepfake news y con qué fin? ¿Tiene cada target su tipo de información o desinformación ideal y cocinada al efecto? Esto solo es el principio… lo que en un inicio fue el eslogan de Donald Trump, durante su primera legislatura, con su denuncia contra las fake news en las redes sociales, se ha convertido ahora en una auténtica amenaza por la evolución y sofisticación de sus formas ¿Seremos capaces de distinguirlas? Seguiremos informando. Como digo, esto es tan solo el principio.