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Trump contra Correos

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          La campaña de Donald Trump contra el voto por correo le ha llevado a presionar para que el Servicio Postal (USPS) se quede sin financiación dentro del paquete de ayudas contra la pandemia. Si logra su propósito, sería la segunda vez en toda su historia que el correo federal deje sin servicio a una parte del país.

       Durante la Guerra de Secesión, Montgomery Blair, Postmaster del presidente Lincoln, suspendió el servicio en la Confederación y con el dinero ahorrado actualizó el sistema de Correos de la Unión. Amplió el Railway Mail Service, autorizó los primeros giros postales, comenzó las entregas a domicilio –hasta entonces los efectos postales se depositaban en las oficinas postales de municipios y condados–, y convirtió al correo en la institución que dio más empleo a mujeres y afroamericanos.

        De 1753 a 1774, cuando supervisaba el servicio de correo colonial, Benjamin Franklin transformó un anticuado sistema de mensajería que conectaba de mala manera las trece colonias en una eficiente organización que redujo las entregas entre Filadelfia y Nueva York a solo 33 horas. Los viajes de Franklin a lo largo de los caminos postales inspirarían su visión revolucionaria de cómo una nueva nación podría prosperar independizándose de Gran Bretaña. Pero ni siquiera Franklin imaginó el papel fundamental que jugaría el correo en la creación de la República.

          A principios de la década de 1770, los patriotas habían organizado redes clandestinas, los Committees of Correspondence y luego el Constitutional Post, que permitieron que sus comunicaciones escaparan a la censura británica. En 1775, el Congreso Continental convirtió el Constitutional Post en el Departamento de Correos (Post Office of the United States), cuyo primer Postmaster fue el propio Franklin, y cuyas operaciones se convirtieron en la primera función –y para muchos ciudadanos, la más importante como cohesionadora social– del nuevo Gobierno.

    El presidente Washington vio el Departamento de Correos como una forma de cultivar ciudadanos estadounidenses comprometidos, impulsar el incipiente sistema democrático y cohesionar al federalismo. En otras palabras, era una herramienta de nacionalismo que Madison y los federalistas se encargaron de potenciar. En sus primeros años, el Departamento se centró en entregar periódicos destinados a que los estadounidenses estuvieran informados y conectados. Para mantener las suscripciones a periódicos a precios accesibles, actuó a lo Robin Hood: subvencionó su distribución cobrando precios exorbitantes por el envío de cartas, lo que significaba que el coste del correo era soportado en gran medida por empresarios, abogados y comerciantes.

          Las medidas convirtieron Estados Unidos en una superpotencia de comunicaciones a tal velocidad que oscureció la cultura postal europea. Cuando Alexis de Tocqueville viajó por el país en 1831, Estados Unidos contaba con el doble de oficinas de Correos que Gran Bretaña y cinco veces más que Francia. Tocqueville admiró la eficiencia del sistema: «Es difícil imaginar la increíble rapidez con la que el pensamiento circula en medio de estos desiertos». La Constitución otorgó al Gobierno federal el poder de establecer «carreteras de Correos», que en 1823 se extendían en más de 150 000 kilómetros. En 1860, estas carreteras unían 28 000 oficinas de Correos, en las que la gente formaba colas interminables para recoger su correspondencia antes de que se implantara la entrega a domicilio.

           A partir del 1 de julio de 1863, bajo la batuta de Blair, se autorizó la entrega gratuita del correo a domicilio en las ciudades en las que los ingresos locales por gastos de envío costearan todos los costes del servicio. Al cabo de un año, los carteros repartían el correo en 65 ciudades. En 1880, el mismo servicio estaba implantado en 104 ciudades y en 1900, en casi ochocientas. Correos continuó financiando la infraestructura de transporte del país. En el este, los ferrocarriles sustituyeron a los jinetes mensajeros y a las diligencias. Para conectar ambas costas, primero financió barcos de vapor que transportaban los efectos postales por el istmo de Panamá. Luego invirtió en diligencias que recogían el correo en Missouri y Tennessee, hasta donde llegaban los ferrocarriles, y lo llevaban hasta California. En 1869 se completó el gran ferrocarril transcontinental y el correo fue un cordón umbilical que finalmente unió a los colonos occidentales con sus familiares del este del país.

         Las innovaciones que siguieron incluyeron el Rural Free Delivery (1896), que incorporó a los residentes rurales del último rincón del país al reparto domiciliario, y el Parcel Post (1913), que permitió que por primera vez los carteros también repartiesen paquetes. En un momento en que los bancos ignoraban en gran medida las necesidades de los ciudadanos, desde 1911 el Postal Savings System ofreció servicios básicos de préstamo –que en España prestaba la Caja Postal de Ahorros creada en 1909–.

          Cuando la Primera Guerra Mundial asoló Europa, el servicio de Correos reconoció la importancia del transporte aéreo y casi por sí solo apoyó a la industria de la aviación hasta finales de la década de 1920. El auge posterior a la Segunda Guerra Mundial duplicó el volumen de correo a pesar de que el servicio acumuló grandes déficits y enfrentó una crisis de tesorería. Para enmendarla, en 1970 el Congreso transformó el Departamento de Correos en el USPS, un híbrido gobierno-empresa que no se ha subvencionado vía impuestos desde 1982, pero que, sin embargo, sigue sujeto a la supervisión del Congreso.

        Aunque los ataques de Trump han situado al USPS en el centro del debate, en 2019 siguió siendo el servicio federal mejor valorado. En 2020, millones de estadounidenses confinados por la COVID-19 en los lugares más recónditos del país dependen de los 600 000 empleados de un sistema bicentenario que nunca les ha fallado.

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