En julio del 2009 el entonces vicepresidente Joe Biden viajaba a Tiblisi, capital de Georgia, en una de sus más delicadas misiones en política exterior. La guerra ruso-georgiana supuso el primer conflicto armado europeo en el siglo XXI. La Administración Obama, se alineó inequívocamente al lado de “la joven democracia”, en palabras de Biden, en el referido viaje. De poco sirvieron sus promesas y buenas palabras, pues apenas un año más tarde, en un nuevo viaje, Biden debió reconocer que Estados Unidos no les proporcionaría ningún tipo de armamento.
La historia vuelve a repetirse en Ucrania, pero ahora Biden es el presidente de los Estados Unidos y comandante en jefe de su ejército. Pese a las manifestaciones rusas negando cualquier intencionalidad expansionista más allá de sus fronteras, las potencias occidentales se preparan para el peor de los escenarios: aconsejan a sus ciudadanos abandonar el país y distintas naciones, con Estados Unidos a la cabeza, mudan sus embajadas de Kiev a la más alejada Lviv. Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional, ha manifestado que el conflicto puede estallar en cualquier momento, e incluso se especula con que se produzca en las próximas fechas u horas. En la alocución del pasado martes a la nación, Biden manifestó que, pese al “no verificado” repliegue de tropas rusas, la invasión de Ucrania es “perfectamente posible”.
¿Logrará la diplomacia occidental solventar este rompecabezas geopolítico? La crisis de los misiles de octubre de 1962 se ha convertido en ineludible referente. Entonces, la firmeza del presidente Kennedy frente a Nikita Jrushchov y las habilidades diplomáticas de su hermano Bob en negociaciones con el embajador Anatoly Dobrynin solventaron lo que parecía irresoluble. 60 años después, el presidente Biden se enfrenta a una situación similar. Desde distintas cancillerías se ha puesto de manifiesto que estamos asistiendo al peor escenario político desde el final de la Guerra Fría.
Según Daniel Fried, responsable de la crisis ruso-ucraniana en la presidencia de Obama, los documentos aportados ahora por Rusia pueden interpretarse tanto como un intento de intimidación, o como un ultimátum inasumible que sería preludio de la guerra. El presidente Biden, con un nivel de popularidad que bajó a mínimos históricos en un presidente demócrata -en torno a un 40 %- desde la crisis de Afganistán -pese a ser heredada- se enfrenta a una situación extremadamente delicada, y no resulta aventurado escribir que esta crisis bien pudiera marcar el punto de inflexión o de no retorno en su presidencia.
A diferencia de Kennedy en la crisis de los misiles, el presidente Biden, tiene pocas bazas a su favor. El partido republicano, en una nación social y políticamente dividida, interpreta esta crisis como irrenunciable baza política. Donald Trump, que nunca admitió la legitimidad política del presidente, afirma que la debilidad e ineptitud presidencial mostrada en Afganistán ha sido el detonante para el empoderamiento ruso. También hay quien ve en la maniobra de Putin una forma de involucrarse en la política americana, pues el desprestigio de Biden repercutiría en beneficio de Trump.
Las consecuencias de un escenario de conflicto bélico serían nefastas para el presidente. En noviembre de este año se celebran elecciones de medio mandato, y probablemente se sustanciaría el ya latente peligro de perder la mayoría en las cámaras. Otras consecuencias más inmediatas serían la subida del precio de los combustibles y el descenso de la renta variable en bolsa; algo que ya se está produciendo. Estos dos factores se interpretan como indicador del descontento de los votantes y la percepción que se tiene sobre la economía. En estos momentos tan solo el 45 % de los votantes demócratas aprueban que Biden se presente a la reelección frente al 51 % de sus votantes que preferirían otro candidato.
Si, por el contrario, Biden lograra finalmente desactivar la amenaza, recuperaría su popularidad y probablemente cambiaría la negativa espiral que viene caracterizando su presidencia. No es de extrañar que en la referida alocución del pasado martes los “guiños” a Moscú fueran recurrentes. Además de evocar la alianza en la II Guerra Mundial manifestó que “Estados Unidos no es una amenaza para Rusia”. También declaró abiertamente: “No somos vuestros enemigos”. Lo que se está jugando bien pudiera ser su legado histórico como presidente.