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Esclavismo en Norteamérica. De la necesidad económica a la justificación moral

ESCLAVISMO-DA-RAUL-CANCIO

A la hora de identificar el origen del sistema esclavista estadounidense, debe acudirse necesariamente al proceso colonizador británico, que optó por asentarse en la Costa Este donde la presencia española y portuguesa era residual. Y es que la creación de las trece colonias en ese litoral no era otra cosa que la manera de satisfacer un interés comercial compartido con la metrópoli: los asentamientos exportarían materias primas baratas a la industria inglesa, que fabricaría productos y los devolvería listos para vender a sus colonias y a otros territorios, obteniendo así notables plusvalías. El extraordinario desarrollo económico de los colonos exportadores, les impulsó a anhelar también una cada vez mayor capacidad de autogobierno, lo que desembocó en la Guerra de Independencia y la ulterior creación de los Estados Unidos de América.

A partir de entonces, el nuevo país acomete una radical transición económica a lomos de su inagotable fuente de materias primas, combinada con la implantación de una potente industria de transformación de sus recursos. El Norte, con una meteorología recia y tierras de baja calidad, optó por la industrialización, mientras que el Sur, con un clima propicio para el cultivo del suelo, se volcó en la agricultura y en el sector primario.

La guerra contra los británicos, las malas cosechas, el proteccionismo económico y los ataques de las tribus nativas mermaron severamente la mano de obra disponible para trabajar el campo y la industria. Además, debe tenerse en cuenta que la mayoría de los trabajadores llegados de Gran Bretaña en la primera mitad del siglo XVII, lo hicieron en calidad de criados en régimen de servidumbre, trabajo con el que satisfacían su pasaje, manutención y formación, normalmente en una granja, pero que, con frecuencia, y en la medida que se liberaban de su contrato de servidumbre, abandonaban las explotaciones. Todos esos factores llevaron a las colonias a importar esclavos de África, fuente casi ilimitada de mano de obra habida cuenta de la dominación allí ejercida por los imperios europeos.

Resulta indiscutible que el fuerte crecimiento económico de Estados Unidos en los siglos XVII y XVIII fue directamente proporcional a la intensificación de la importación de esclavos para trabajar en los cultivos extensivos de tabaco, maíz y trigo del Sur, y en mucha menor medida, en la industria manufacturera del Norte. Lo que en un principio se gestionó desde el punto de vista de las meras necesidades mercantiles, con el tiempo quiso también racionalizarse jurídicamente, al socaire de las tesis constitucionalistas de Locke y Cooper, que proporcionaron una base legal con la que justificar la esclavitud, invocando el derecho natural como legitimación de la dominación sobre la población negra o la particular lectura de la doctrina aristotélica que defendía la estratificación social atendiendo al grado de desarrollo de su esencia que unos seres humanos eran capaces frente a otros. Sobre este sustrato jurídico-filosófico, se legisló desde la mitad del siglo XVII, lo que supuso un incremento exponencial de la población esclava, articulándose un sofisticado sistema de sometimiento de la población negra tendente a eliminar su identidad cultural al tiempo que se hipotrofiaba su individualidad, en una constante zoologización cuando no cosificación del esclavo, para lo que resultó nuclear la intervención de la religión como permanente justificación moral del abuso.

En este sentido, la actitud de la Iglesia del Sur en los meses previos a la Guerra Civil Americana, no se limitó a formular juicios morales fácilmente incardinables en la coyuntura política, sino que de forma explícita encabezó la «cruzada» en pos de la secesión, como única solución purificadora ante el anticristo republicano y en legítima defensa de los Derechos de los Estados, en particular, el de la esclavitud. En 1863, Lincoln aprobó la Proclamación de Emancipación, por la que todos los esclavos de los Estados Confederados quedaban liberados. La esclavitud terminaría con la guerra, pero la situación de la población negra no mejoraría sustancialmente.

Incluso terminada la contienda fratricida, The Lost Cause of the Confederacy, trató de compatibilizar la derrota sufrida con los valores y comportamientos tradicionales de la sociedad sureña, representando la causa confederada como portadora de nobles principios, considerando que la Reconstrucción no era más que un deliberado intento por parte de las élites del Norte de acabar con el estilo de vida sureño. Los publicistas de la Causa Perdida sostenían que la derrota era en realidad un castigo divino por los pecados cometidos, lo que incrementó el fervor religioso de una población que, a falta de un proyecto político del que carecía, construyeron una suerte de credo civil, cargado de rituales y supersticiones, desde el cual defender en el plano cultural y religioso lo que la derrota en 1865 hizo imposible a nivel político, sirviéndoles además como cortafuegos frente a la culpa, la duda y el triunfo del mal.

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