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El ajedrez geopolítico de Trump: velocidad, riesgos y consecuencias

Chess business success leadership concept  - stock image.

La experiencia de reconocer la derrota es lo que determina el carácter de quien quiere continuar en el juego.

En 1970 George H.W. Bush le dice a su amigo James Baker que se va a presentar como senador y que, a su vez, se presente él al asiento que deja vacante en la Cámara de Representantes. Acepta, pero al poco tiempo diagnostican a su mujer cáncer de mama y se retira de la carrera.

Su mujer fallece ese año y, para que pueda ir superando el duelo, Bush le insiste: si no se presenta, que colabore en su campaña al Senado. Baker acepta, pero Bush pierde. Le rescatan para la campaña de reelección de Nixon y, bueno, estalla Watergate, ve que eso no va a ningún sitio y decide volverse al sector privado.

Nixon dimite, llega Ford y este llama a Baker para ser secretario de Comercio, puesto que abandonará para llevar la campaña de reelección de Ford, que ya saben ustedes cómo terminó. En 1978 se presenta a fiscal general del estado de Texas y pierde. En 1980 lleva la campaña de primarias de su amigo Bush, que se enfrentaba a Reagan por encabezar la candidatura republicana frente a Carter, y pierden.

“Carrerón”, estarán pensando ustedes ahora mismo. Bueno, pues toda esa resistencia le sirvió para algo y fue para que un amigo de los Reagan, Stuart Spencer, les dijera “a quien necesitáis [para ser jefe de Gabinete] es a James Baker”: eficiente, organizado y comprometido. Imaginen qué tipo de influencia tenía Spencer, que también le dijo a Reagan que Bush era su única opción realista como vicepresidente.

Baker, curtido en la complicación, sabía que a un presidente no se le sirve de forma adecuada diciendo sí a todo. Sabía que tenía que ser sincero, decir lo que estaba pensando, fuera a gustar o no. En definitiva, saber hablar al poder.

Tras la victoria de Bush en 1988, es nombrado secretario de Estado. Con ello, llega la hora de consolidar el papel de EE.UU. en el escenario internacional. Primer objetivo: terminar con la Guerra Fría. Una cuidada agenda diplomática, encuentros con Eduard Shevardnadze… pero, de repente, todo puede reventar con la caída del Muro de Berlín.

Como escuché una vez a David Gergen, la política exterior es ajedrez en tres dimensiones. Baker disfrutaba de ese pragmatismo que dominan los que conocen la ingeniería volátil que son las relaciones internacionales. Primero, le dice a Bush que sea prudente y no vaya a Berlín a demostrar júbilo por lo ocurrido. En segundo lugar, con la reunificación, le toca decir a Thatcher y Mitterand (el mismo que dijo “me gusta tanto Alemania que prefiero que haya dos”) que ese era el camino por el que transitaba Europa y sería mejor que lo recorrieran juntos.

Baker vivió la Guerra Fría en su totalidad y ayudó a terminar con ella. Siempre lo hizo con método, tranquilidad, confiando en su conocimiento y en su capacidad de medir riesgos, recopilar y procesar información. Lo hizo a sabiendas de que las dos personalidades para las que trabajó era bien distintas entre sí, pero con ambos era igual de honesto y eficiente.

A estas alturas, entiendo, que saben que va a llegar un paralelismo.

Ya he hablado en alguna ocasión sobre que, desde la época Obama, EE.UU. está mucho más centrada (o, simplemente, “centrada”) en el Eje Pacífico. Europa ha sido sometida a un arrinconamiento progresivo que ha tenido su eclosión con la llegada del segundo mandato de Trump, aunque en el primero ya había avisos meridianos.

Desde mi punto de vista, estamos demasiados centrados en el impacto del cambio, pero no en sus consecuencias. Olvidamos una cosa: es ajedrez en tres dimensiones. Donald Trump ha puesto demasiadas piezas en juego al mismo tiempo y en su partida solo se evidencia un factor que Baker sabía el gestionar: el tiempo.

Trump tiene prisa.

Tuvo prisa por demostrar al pueblo americano la derogación en bloque de los años Biden; tuvo prisa por parar la sangría presupuestaria que le supone la guerra en Ucrania; tiene prisa por abandonar Europa a la suerte de los europeos y la salida más veloz se la da Rusia. Si, encima, Rusia le puede favorecer rápido la relación con China, mejor que mejor.

Tiene prisa porque Israel se quede a cargo de Oriente Medio en reparto con los saudíes; tiene prisa por establecer un nuevo ritmo comercial y la forma más rápida de hacerlo es la amenaza de los aranceles. Dirán que no es una amenaza porque ya los ha ejecutado con Canadá, pero si no ejecuta alguna, se le va a ver que va de farol.

De hecho, es el mismo motivo por el que le pone la presión a Ucrania: porque es más fácil de hacerle sentir el riesgo a Kiev que a Moscú. Repartirlo es mostrar vocación de mediador en una negociación y Trump no quiere eso. Consume demasiado.

Sumen a esto que la más mínima esperanza para Ucrania es una desviación sobre la planificación y, al igual que la esperanza, cualquier alternativa que se ponga en la mesa sobre Ucrania, sobre la OTAN, sobre los aranceles… todo es un retraso en los tiempos esperados. De ahí que esté forzando a ceder el territorio ocupado porque, con la pérdida de Kursk, Ucrania ya no tiene mucho con lo que negociar y ponerse a discutir, estiraría mucho los tiempos.

Lo quiere todo y lo quiere rápido, pero ha puesto demasiadas cosas en juego a la vez y todas por la vía de la inmediatez, lo cual implica que una estabilización en cualquiera de los frentes que tiene abiertos puede suponer el colapso de todo el plan. Entiendo que, por eso, ya avisó a los americanos de que sus políticas comerciales pueden suponer sacrificios al inicio. Les está pidiendo paciencia por si el plan no sale todo lo bien que lo imagina, especialmente en los estados que se van a ver más afectados (Illinois, Iowa, Minnesota, Indiana…).

Esa es la tercera dimensión del ajedrez de Gergen: el tiempo. A cualquier ofensiva le llega una estabilización y esa estabilización actúa como desgaste o como oportunidad para reabastecimiento. Trump confía en la primera impidiendo la oportunidad de la segunda y ha de funcionar rápido porque, en caso contrario y con tantas variables activadas, el desgaste lo va a acabar pagando EE.UU.

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