El 5 de noviembre de 2024, el presidente Donald Trump obtuvo su segundo mandato. Esta victoria trae nuevas incógnitas sobre el futuro de su política exterior, en especial hacia el Próximo Oriente, una región clave durante los mandatos de presidentes como George W. Bush y Barack Obama, marcados respectivamente por la Guerra contra el Terror y la Primavera Árabe. Sin embargo, su importancia descendió durante el primer mandato de Donald Trump y el de Joe Biden.
En el caso de Donald Trump, convertido Estados Unidos en autosuficiente desde un punto de vista energético, el objetivo inicial fue acabar con el Estado Islámico. Más tarde, inició un proceso de acercamiento a Arabia Saudí e Israel, cuyos dirigentes rechazaban el acuerdo nuclear con Irán. La postura pro-israelí de la Administración se reflejaría en decisiones como el traslado de la Embajada de EE.UU. a Jerusalén.
Pese a las reticencias de importantes miembros de su Administración, se puso fin al acuerdo nuclear con Irán y se inició una estrategia de “máxima presión”. Esta estrategia fue anunciada por el secretario de Estado, Mike Pompeo. Con ella se endureció el régimen de sanciones, incluyendo como objetivo no solo el fin del programa nuclear iraní, sino también el de misiles balísticos o su participación en los principales conflictos regionales.
En 2020 se formularon los Acuerdos de Abraham, que conllevarían el reconocimiento por Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Sudán y Marruecos del Estado de Israel. Por supuesto, estos acuerdos implicaban que el problema palestino se había convertido en un asunto estratégico secundario para las partes.
Joe Biden no cambió las líneas principales de la política exterior de Trump, más allá de amagar con la recuperación del acuerdo nuclear con Irán. Su focalización en China y, especialmente, en el conflicto de Ucrania, hizo que el Próximo Oriente no fuera una prioridad para esta Administración. Asimismo, se mantuvo el apoyo a los Acuerdos de Abraham. Incluso sus promesas de principios, como convertir al príncipe heredero saudí Ben Salman en un paria por el asesinato de Khamal Khassoggi, cedieron ante las realidades de la política energética derivadas de la confrontación con Rusia.
Cuando el 7 de octubre se produjo el ataque de Hamás contra civiles israelíes y la consiguiente reacción de Israel, la Administración Biden ofreció a su aliado un apoyo cerrado traducido en cobertura diplomática, dinero y armas pese a las divisiones internas en el Partido Demócrata, a la pérdida de prestigio en el Sur Global, y al potencial coste electoral en estados clave como Michigan. Biden y su vicepresidenta tan solo otorgaron algunas concesiones retóricas relativas a la protección de la población civil y la vaga promesa de un alto el fuego.
Con estos precedentes y teniendo en cuenta los acontecimientos de su primer mandato, no parece que la nueva Administración Trump realice cambios considerables a esta política. Por un lado, es difícil tener una política más pro-israelí que la de Biden, salvo que este incluyese un potencial enfrentamiento con Irán. A este respecto, la información del New York Times sobre la reunión de Elon Musk con el embajador iraní en Naciones Unidas indicaría que este choque no es buscado por ninguna de las partes. Punto positivo, teniendo en cuenta que el asesinato del general Soleimani supuso el momento más cercano a un conflicto no heredado que hubo en el primer mandato de Trump, además de enfriar su relación con Netanyahu, quien se distanció de esta acción. Cuestión diferente es la posibilidad de volver a la política de “máxima presión”, que es muy real.
Además, la presencia de decisores pro-israelíes como Marco Rubio en el rol de secretario de Estado o Elise Stefanik como embajadora en Naciones Unidas, nos inducen a pensar que la política regional de la Administración pasará por un apoyo aún más decidido a las decisiones y acciones del gobierno israelí. De los potenciales nominados, tan solo Tulsi Gabbard podría tener una posición más crítica y, en cualquier caso, las decisiones principales dependerán del presidente Trump, cuya línea ideológica jacksoniana o populista no ha desaparecido. Sí parece factible, igual que en su primer mandato, un acercamiento a aliados regionales clave como Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos.
A pesar de que no cabe esperar grandes cambios, no hemos de perder de vista que los intereses vitales estadounidenses ahora mismo están más focalizados en el indo-pacífico y en la competición con China, lo que hace que la posición de esta región en el orden de prioridades estadounidense sea claramente subalterna, salvo en caso de que esta se incorporarse a la dinámica de rivalidad entre grandes potencias. Con todo, su capacidad para marcar los debates de la política exterior estadounidense no ha desaparecido, y esa constante se mantendrá durante el segundo mandato del presidente Trump.
Escrito por Juan Tovar Ruiz, profesor titular de Relaciones Internacionales de la Universidad de Burgos. Es el autor de La política internacional de las grandes potencias (Síntesis). La doctrina en la política exterior de Estados Unidos. De Truman a Trump (Catarata) y La política exterior de Estados Unidos y la expansión de la democracia 1989-2009 (Tirant lo Blanch).