1. Fundamentos
La “leyenda negra” se construye sobre un conjunto de creencias que existen en todos los pueblos. Según estas, lo propio es lo mejor y lo de los demás es peor, a veces, incluso lo peor. Estos supuestos simples y simplificadores funcionan entre vecinos de un mismo lugar, de pueblos cercanos, entre regiones y, desde luego, aparecen entre naciones, dando lugar a tópicos difíciles de erradicar (Caro Baroja). Sobre esta base, se construyen estereotipos sobre los catalanes a lo largo del Mediterráneo a partir del siglo XIV, conforme avanza el proceso de expansión de la corona aragonesa. Se les acusa de ser mercenarios, de engañar, de estar mezclados con judíos, de buscar a toda costa las ganancias, etc. (Arnoldsson).
Con los Reyes Católicos, se extiende el estereotipo a los castellanos y pronto son los hispanos los que resultan infamados. Especialmente en Italia, se repiten las acusaciones: desde el soldado fanfarrón al comerciante codicioso, el noble inculto o el religioso manchado de sangre judía o mora (Croce). Estos ataques se repiten de unos países a otros sin importar su exageración o falsedad; existen, aunque varían en sus contenidos, de una época a otra.
La leyenda negra representa un salto cualitativo respecto de estos procesos. Lo que la crea y distingue de los procesos que pudieron alimentarla en su origen, son tres peculiaridades (Marías):
- Persistencia a lo largo del tiempo, aunque no siempre se presente con los mismos caracteres o contenidos.
- Consistencia: No importa la verdad de los hechos en los que se asienta. Es más, aunque muchos de ellos se demuestren similares a los de otros países, sean exagerados, resulten infundados o abiertamente falsos, se extienden y mantienen sin que en ningún momento puedan ser erradicados de la opinión generalizada o, lo que es peor, de buena parte de la opinión erudita de cada época histórica.
- Globalidad: Se atribuyen y afectan a la totalidad de los españoles en el pasado, presente y futuro, como formando parte esencial de su existencia en la historia.
2. Materiales
La persistencia guarda relación con el apoyo local a las afirmaciones de la leyenda negra: entrando en juego cierta realimentación, que puede considerarse parte decisiva de esta característica, se produce la circunstancia, quizá única en estos casos, de que parte de las propias críticas tienen su origen y son asumidas por un grupo significativo de los criticados (J. Pérez).
En numerosos casos, este apoyo se ha dado en términos ideológicos: se identificaba la leyenda negra, sobre todo en cuanto tiene que ver con la intolerancia religiosa y de pensamiento, el absolutismo, la Inquisición, etc., como un producto de la España reaccionaria, frente a la que se situaba una España liberal o progresista. El conflicto ideológico dejaba de darse entre un exterior acusador y un interior defensivo, para situarse en el mismo corazón del país. Esta actitud se ha dado a partir sobre todo del siglo XIX y aunque alcanza su culminación en la Guerra Civil española, todavía encuentra algún eco en nuestros días.
Un aspecto no menor de esta persistencia es el apoyo prestado a la leyenda por los escritos de autores españoles: libros como Artes de la Inquisición española, de Reinaldo González Montano, o las Relaciones y Cartas de Antonio Pérez, de tanta influencia en la Europa de su tiempo, se escribieron para hacer mella en las autoridades religiosas o políticas, para defenderse de su persecución. Otras obras no iban acompañadas de esta intención, sino que pretendían corregir injusticias que se estaban dando. Los más famosos escritos de este tipo, aunque no los únicos, donde la leyenda negra encuentra un apoyo esencial, son los del dominico Bartolomé de las Casas (García Cárcel).
Los debates hispanos con protagonismo de Las Casas se producen bajo el gobierno del cardenal Cisneros, Carlos V y Felipe II, es decir, durante más de cincuenta años. En este período tan dilatado, sus obras principales no se publican. Lo que se conoce de él son cartas, memoriales, informes, etc. En su mayor parte son textos oficiales, muchos dirigidos a las autoridades; a veces, como ocurre con la primera redacción de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, escrita a petición de estas. Estos testimonios dan lugar a enfrentamientos: con conquistadores o letrados como Fernández de Oviedo, Gómara, Bernal Díaz del Castillo, Pedro Cieza de León, Agustín de Zárate o Sepúlveda acerca de la conquista, la colonización, la encomienda o el trato dado a los indios; con misioneros como el franciscano Toribio de Benavente o Motolinía, los obispos Marroquín y Vasco de Quiroga o el provincial dominico fray Domingo de Santa María acerca del método de evangelización, de la confesión, y de la exigencia de restitución; y también la posterior consideración por el jesuita José de Acosta, el Inca Garcilaso, Antonio de Herrera, Bernardo de Vargas Machuca, Solórzano, Antonio de Solís y muchos otros implica el cuestionamiento de sus acciones, métodos y propuestas.
Los debates versan, fundamentalmente, sobre la verdad de sus afirmaciones, que no son siempre confirmadas; su extensión, pues tratan a todos los conquistadores e incluso a todos los españoles por igual; la exactitud de sus cifras, exageradas e incluso imposibles de conciliar con la realidad indiana; la validez de sus métodos de pacificación y evangelización, que fracasan en más de una ocasión; el protagonismo del propio Las Casas, al que se acusa de no figurar en primera línea y servirse de otros para hacer el trabajo más penoso.
El dato fundamental por parte de Las Casas y sus seguidores es el cuestionamiento de la conquista, los conquistadores, las posteriores consecuencias en forma de desposesión, encomienda, maltrato y, en definitiva, la injusticia y crueldad hacia los indios. Este proceso es paralelo a la radicalización del dominico, que llega hasta sus últimos días, y que tiene dos efectos: una inversión de los valores e imágenes aplicados a indios y españoles, donde de manera absoluta lo positivo se asocia y encarna en los primeros, mientras que todo lo negativo es identificado en los segundos. Por otra parte, Las Casas, en su última etapa, llega a poner en duda la propia soberanía de los monarcas españoles sobre el Nuevo Mundo.
3. Usos
A partir de 1578, doce años después de la muerte del dominico, todo cambia. Las traducciones de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias a los idiomas europeos más importantes sitúan la discusión no tanto en lo hecho por los conquistadores como por los españoles o los católicos. Las polémicas dejan de ser un asunto interno y se convierten en una permanente acusación externa sobre la ilegitimidad de la conquista, su crueldad y codicia, la tiranía política de los españoles, el oscurantismo inquisitorial y la falsedad de los métodos evangelizadores. Se trata de acusaciones que aparecen por toda Europa, se repiten constantemente, se renuevan con nuevas denuncias y añadidos, y carecen de límite.
Un segundo caso de un uso forzado o interesado de los debates internos españoles para otros fines tiene lugar con los arbitristas del siglo XVII, que pretenden aportar soluciones relevantes para la decadencia española. Luis Ortiz, Sancho de Moncada, Mateo López Bravo, Pedro Fernández Navarrete, González de Cellorigo, Pedro de Valencia, etc., dejan de lado el debate de la justicia de la conquista de América que, un siglo después de su descubrimiento, ya el jesuita José de Acosta había considerado superado, y se plantean la equiparación de España con Florencia, Génova, Milán, los Países Bajos o Francia, esto es, los territorios europeos más prósperos. Se preocupan de la importancia del Nuevo Mundo para la economía española, la aversión al trabajo manual, la afluencia del oro y la plata indianas, la carestía de los productos, el abandono de artes y oficios, la incapacidad para el comercio, el peso de los mayorazgos, la despoblación, etc. Lo interesante de esta literatura arbitrista, de la buena, no de la ridiculizada por Cervantes, Quevedo, Gracián, etc., es que en ella aparecen las causas de los males junto con los posibles remedios, que se consideran fruto de las circunstancias y, por tanto, solucionables si se siguen las propuestas dadas.
Pues bien, esos males serán los que un siglo después, con los escritos de los ilustrados franceses sobre todo, engrosarán la leyenda negra para añadir a los cargos tradicionales de crueldad y codicia que calificaron la conquista una serie de caracteres que se presentan como formando parte de la forma de ser española, la cual, por tanto, carece de remedio.
Conclusiones
La leyenda negra utiliza fuentes españolas pero de manera distinta a su enunciado original, con un significado añadido y, con frecuencia, ajeno y desde luego desfavorable a la imagen de los españoles. Tal vez resida en este rasgo a la vez de familiaridad y extrañeza, el impacto de la leyenda negra entre los propios españoles, que experimentan ante la misma, además de cierto complejo de inferioridad, rechazo y cierta aserción, aunque se localicen en grupos diferenciados. Por último, la leyenda negra es un tema en franca regresión en la mayor parte de los estudiosos de lo hispánico y quizá no tanto en sectores de la opinión pública de muchos países. Sin embargo, sigue siendo objeto de debate en determinados ambientes españoles, más preocupados por responder a imágenes preconcebidas y tópicos, y en usarlo para luchas partidistas, que en comprenderlo desde su época y lugar.
Escrito por Francisco Castilla Urbano, profesor Titular de Filosofía de la Universidad de Alcalá. Sus investigaciones se centran en la metodología de la historia de las ciencias sociales (El análisis social de Julio Caro Baroja: empirismo y subjetividad, 2002), y en el pensamiento moderno, especialmente en relación con América. Ha publicado un libro sobre Erasmo (2015) y es editor de Discursos legitimadores de la conquista y la colonización de América (2014), Visiones de la conquista y la colonización de las Américas (2015) y, en colaboración con Mª. José Villaverde, La sombra de la leyenda negra (2016).