Salvo que uno quiera hacer una estancia en Purdue University, una universidad norteamericana especializada en agronomía y veterinaria, nada se le ha perdido en Lafayette, Tippecanoe County, Indiana.
El instituto público de Lafayette, la William Henry Harrison High School, lleva el nombre del presidente más efímero de Estados Unidos, uno más de de los que se sucedieron en la que podemos llamar la “era de los presidentes breves”, un período de veinticuatro años en el que, de haberse seguido el doble mandato que había sido la norma más común en los Estados Unidos desde los tiempos de George Washington, hubiera correspondido ejercer la jefatura del Estado a tres presidentes. Por diversas circunstancias de las que me ocuparé en otra ocasión, en esos años se sucedieron las presidencias de ocho, una de las cuales, que duró exactamente un mes, fue la de William Henry Harrison.
Si usted pasa algún tiempo en Lafayette, tarde o temprano alguien le contará la historia del que una vez fue el primer gobernador del Territorio de Indiana y después el inquilino más efímero del 1600 de Pennsylvania Avenue. Ese es el primer hito de la ciudad. El segundo tampoco terminó bien. Lafayette fue el lugar de donde partió el primer correo aéreo de los Estados Unidos, el 17 de agosto de 1859, cuando John Wise pilotó un globo desde esta ciudad rumbo a Nueva York, pero debido a unas desgraciadas razones que no vienen al caso, se vio obligado a aterrizar de mala manera y el correo tuvo que entregarse, entre la rechifla general, por tren.
En el folleto turístico que recojo en la Cámara de Comercio compruebo que la ciudad es la orgullosa cuna de tres ciudadanos ilustres: Axl Rose, vocalista de Guns N’ Roses y de AC/DC; Izzy Stradlin, guitarrista original de Guns N’ Roses; y Sydney Pollack, actor y oscarizado director cinematográfico. No es de la misma opinión un abuelo vestido con una camiseta que reza “America First”, con el que coincido en la máquina de café del Holiday Inn, quien, entre donuts y muffins de cinamón, me recomienda que visite la tumba de un tal Thomas E. McCall, todo un héroe en la Segunda Guerra Mundial en la que también combatió –según me cuenta– mi trumpista interlocutor. A juzgar por su edad y por el chapiri de veterano que lleva embutido entre el cinturón y unas generosas lorzas, no lo pongo en duda.
Sin ser necrófilo, me pasa lo que al escritor Fernando Gómez (La vuelta al mundo en 80 cementerios. Editorial Luciérnaga), y me gusta visitar los cementerios porque un paseo entre las tumbas y los mausoleos de cada lugar revela pequeñas curiosidades y grandes historias escondidas en los camposantos. Así que sin nada mejor que hacer en una aburridísima mañana de domingo (¿habrá alguna mañana divertida en Lafayette?), me doy un paseo hasta el pequeño Spring Vale Cemetery y allí, entre parterres de azaleas y céspedes mimosamente segados y cubiertos en otoño por las hojas marchitas de robles y tulíperos, doy con la tumba, anoto la leyenda de la lápida y la guardo para mejor ocasión, que nunca se sabe.
La ocasión ha llegado. El próximo jueves se cumplirán 75 años, el 17 de enero de 1944 comenzó en Monte Cassino una de las batallas más largas y sangrientas de la campaña italiana de la Segunda Guerra Mundial. Monte Cassino era una antigua abadía benedictina que dominaba la ciudad de Cassino. La batalla de Monte Cassino, a veces llamada la batalla de Roma, consistió en una serie de cuatro asaltos de las fuerzas aliadas contra la línea defensiva alemana, la Gustav. Antes de que las tropas alemanas se retiraran, la sangrienta lucha fue una auténtica masacre que se cobró la vida de 55.000 soldados aliados y 20.000 alemanes, y dejó la monumental abadía hecha unos zorros.
Las fuerzas aliadas, de las que era parte esencial el Quinto Ejército estadounidense del general Mark Wayne Clark, habían desembarcado en la península italiana en septiembre de 1943. Las montañas de los Apeninos dividían la península como una espina dorsal que las tropas aliadas acometieron dividiéndose en dos flancos avanzando a ambos lados de la cordillera. Después de tomar el control de Nápoles (Le Quattro Giornate di Napoli; 27-30 de septiembre de 1943), continuaron el avance hacia Roma. Monte Cassino era la puerta de entrada a Roma. Se alzaba por encima de la ciudad y proporcionaba unas panorámicas despejadas de capital italiana. Las tropas alemanas ocuparon los puestos de observación en las faldas de la montaña, pero decidieron mantenerse fuera de la abadía debido a su importancia histórica. Los preciosos manuscritos y antigüedades depositados en la abadía fueron trasladados a la Ciudad del Vaticano para su custodia, aunque algunas obras de arte fueron robadas por las SS y transportadas hasta Berlín.
La primera fase de la operación comenzó el 17 de enero con un ataque aliado a las posiciones alemanas. En ese ataque se distinguió Thomas E. McCall, un granjero de Indiana, testigo excepcional de la batalla. McCall era sargento en la Compañía F, del 143º Regimiento de Infantería, de la 36ª División americana. El 22 de enero, cerca de San Angelo, dirigió su sección hasta cruzar el río Gari a pesar del intenso fuego alemán. Todos sus hombres murieron o resultaron heridos, pero McCall por sí solo destruyó dos posiciones de ametralladoras enemigas y cargó contra una tercera antes de resultar herido por fuego amigo y ser capturado por los alemanes. Se convirtió en un prisionero de guerra y pasó los siguientes 18 meses en hospitales improvisados. «Ni siquiera tenían una aspirina para administrarte. No había anestésicos ni para los alemanes ni para nosotros. El cirujano tenía un puñado de herramientas y dos o tres hombres te sujetaban mientras te operaba». McCall finalmente fue liberado y se convirtió en uno de los pocos receptores de la Medalla de Honor del Congreso que vivieron para contarlo.
A principios de febrero, los aliados llegaron a una colina justo debajo de la abadía. Algunos informes de inteligencia sugirieron que Alemania podría estar usando la abadía como un punto de observación de artillería, lo que trajo como inevitable efecto colateral que se decidiera arrasarla. El 15 de febrero fue machacada por aviones estadounidenses B-17, B-25 y B-26, que dejaron caer 2.500 toneladas de bombas sobre el edificio, reduciéndolo a escombros. Rápidamente, los paracaidistas alemanes tomaron posiciones en las ruinas, utilizando su privilegiado punto de vista para evitar el avance aliado.
En marzo comenzó una tercera ofensiva con fuertes ataques aliados, pero las fuerzas alemanas mantuvieron tenazmente su posición. El cuarto y último asalto, conocido como Operación Diadema, comenzó el 11 de mayo e incluyó ataques de tropas estadounidenses con la ayuda de aliados británicos, indios, franceses, marroquíes y polacos. El 18 de mayo, las fuerzas polacas capturaron la abadía. Poco después, el 4 de junio de 1944, las fuerzas aliadas liberaron Roma. Meses después, los cuerpos fusilados de Benito Mussolini y Claretta Petacci colgaban de los pies en una gasolinera de Milán.