Esta década ha sido crucial para el avance de las mujeres en la política estadounidense. Se ha incrementado la representación descriptiva, ocupando cargos clave, y la sustantiva, estableciendo en el debate agendas de género.
En 2016 presenciamos la incursión en el escenario político de la primera candidata presidencial. Hillary Clinton no sólo conquistó el voto popular, sino concretamente el voto de las mujeres, quienes representan gran parte del electorado. Sin embargo, ello no fue suficiente para alcanzar la mayoría en el Colegio Electoral, dándole así la victoria a Donald Trump.
Asimismo, la Corte Suprema cuenta entre sus nueve miembros con tres mujeres, todas ellas defensoras del movimiento feminista. La jueza Sonia Sotomayor, primera persona latina en la historia de la Corte, la jueza Elena Kagan, quien fue la primera mujer en ser nombrada decana de la Escuela de Derecho de la Universidad de Harvard, y la famosa jueza Ruth Bader Gingsburg, abanderada en la lucha por el establecimiento constitucional de la igualdad de género.
A estos dos hechos se suma que el Congreso de Estados Unidos llegó a un récord histórico en la elección de mujeres en 2018. Hoy en día, la tercera persona más poderosa en el Gobierno de Estados Unidos es Nancy Pelosi (D-CA), que se ha convertido en la primera mujer en liderar la Cámara de Representantes. A su vez, la persona más joven de la historia en ser elegida como representante ha sido una mujer, Alexandria Ocasio Cortez (D-NY). Dos ejemplos destacables que se añaden a la larga lista actual de mujeres congresistas procedentes de contextos étnicos, raciales y culturales diversos, representando de este modo la pluralidad de la sociedad estadounidense.
Paradójicamente, frente a estas conquistas, también hemos sido testigos de algunas trabas y retrocesos en el intento por construir una sociedad concienciada con las demandas de género. Prueba de ello es que, aunque Estados Unidos fue uno de los primeros países en legislar en favor de los derechos asociados con la reproducción, ahora estamos presenciando cómo las legislaciones de algunos de sus Estados buscan limitarlos.
Siguiendo esta misma línea, las instituciones han fracasado a la hora de establecer una sociedad libre de acoso y abuso sexual, pese a movimientos sociales como “#MeToo” y “#Time’sUP”. El propio presidente norteamericano, el juez Brett M. Kavanaugh, oficiales, empresarios, cineastas y productores se han enfrentado a denuncias sin apenas consecuencias. Un panorama también caracterizado por el hecho de que las mujeres estadounidenses todavía siguen recibiendo salarios más bajos en todos los niveles laborales que los hombres. De poco ha servido la batalla emprendida por numerosas organizaciones civiles ante dicha discriminación, cuestión incluso denunciada ante la Corte por las campeonas mundiales de fútbol femenino.
En suma, éstas sólo son algunas paradojas, trasladables a otros países, en el proceso de construcción de una sociedad más igualitaria en términos de género. Unas contradicciones que demuestran de qué manera los principales pilares del “techo de cristal”, conformados por barreras tanto ideológicas como estructurales encargadas de frenar las aspiraciones políticas de las mujeres y el avance de todo el colectivo femenino, siguen siendo tan sólidos que aún tienen que ser derribados.
Escrito por Estefanía Cruz Lera, PhD in Politics, Policy and International Relations, Research Fellow, Center for Research on North America (CISAN), National Autonomous University of Mexico (UNAM).