Cuentos para Greta: La COP25

COP25

¿Tragedia de los comunes o comedia de los ausentes?

El cambio climático antropogénico se ha asimilado a una «Tragedia de los Comunes», según Garrett Hardin, ya que ante un problema global ningún actor implicado es capaz de acceder a una posición de consenso por el bien común. Ante el reto de una reducción de emisiones cabe esperar que, en gran medida, los países se posicionen políticamente de acuerdo con su estrategia de seguridad energética a largo plazo. Dos hechos incontrovertibles, uno científico y otro económico, condicionan esta dinámica. El primero –el científico– consiste en que el planeta se está calentando, probablemente debido, por lo que sabemos en la actualidad del funcionamiento del sistema climático, a un aumento relativamente rápido –en términos de tiempo geológico– de gases de efecto invernadero y en especial del CO2 atmosférico provocado por la quema de combustibles fósiles para la actividad industrial. Ahora bien, ¿cuál es el efecto de este calentamiento para la vida humana y no humana en el planeta? Todo parece indicar que es incierto. “Un grandioso experimento”, dijo el climatólogo Roger Revelle. A lo que cabría replicar, en clave netamente española, que “los experimentos mejor con gaseosa”.

Con el segundo –el económico– nuestra sociedad globalizada y post-industrial va camino de descarbonizarse paulatinamente debido, entre otras razones, a los costes ambientales y a la previsión de la escasez del recurso. Esto quiere decir que para seguir creciendo económicamente la intensidad de carbono (cantidad de CO2 emitido por unidad de energía producida) necesario para generar crecimiento económico tendería a disminuir si, como todo indica, la productividad aparece ligada a avances tecnológicos como la robotización, internet y dinámicas comerciales y productivas relacionadas con una economía globalizada. Esta tendencia, por otro lado, no implica que las emisiones decrezcan globalmente a corto y medio plazo ya que, mientras algunos países entran en la era tecnológica, otros están en plena fase de industrialización y otros incluso colapsan y vuelven, aunque sea por un breve espacio de tiempo, a la era preindustrial con su consecuente reducción de huella de carbono (sirva el ejemplo de múltiples repúblicas exsoviéticas tras la caída de la URRS).

Ante este escenario, ¿podemos decir que no existe una tragedia sino más bien una transición de una era carbonizada a una era tecnológica? El desarrollo económico de nuestra civilización global cada vez depende menos de los combustibles fósiles que nos han transportado hasta el presente pero, hasta que lleguemos a ese futuro destino tecnológico, seguiremos necesitando de los mismos. Por lo tanto, tal y como argumentan sus defensores, los combustibles fósiles con menor intensidad de carbono y baratos (p.ej. petróleo de Oriente Medio, gas natural norteamericano) seguirán siendo paradójicamente una de las luces al final del túnel de la “transición ecológica”, ya que a medida que el mix energético global se diversifique con el desarrollo de las renovables en Europa y la nuclear en China seguirá existiendo una demanda para estos combustibles fósiles de calidad menos contaminantes, con una menor intensidad de carbono en su extracción y refino y, en consecuencia, más baratos. Además la consolidación de mercados de derechos de emisiones apoyará su mantenimiento.

No obstante, mientras tanto, cabe preguntarse: ¿a quién interesa un acuerdo internacional sobre limitación de emisiones de gases de efecto invernadero? Frente a esta realidad emergente cabe esperar que los países se posicionen estratégicamente de tres maneras en función de sus intereses políticos energéticos. Por un lado, están los países que no tienen reservas importantes de combustibles fósiles baratos y una menor intensidad de carbono; es el caso de parte del norte y sur de la Unión Europea, China, Japón, una gran parte de África y América Latina. Este grupo claramente podría apoyar e incluso competir por liderar la transición hacia la descarbonización mediante acuerdos internacionales. En un segundo grupo se encuentran los que tienen acceso, o podrían acceder a reservas a las que no tienen acceso el primer grupo, como Rusia, Oriente Medio, Polonia, parte de Asia Central, y algún que otro territorio. Obviamente este grupo estará interesado en que la economía del carbono siga jugando un papel importante en el futuro. Finalmente están aquellos países entre los que podríamos incluir a EE. UU., Australia, Noruega y Canadá, que tienen reservas explotables de combustibles fósiles baratos o relativamente menos contaminantes y que además podrían ser capaces de acceder a otras reservas no fácilmente explotables por el primer grupo. Es a este grupo a los que podría irles igual de bien en cualquiera de las dos posiciones, o mejor incluso, formando parte simultáneamente, de ambas posiciones, siempre y cuando, claro está, se sepa jugar bien al despiste (por ejemplo alternancia o coexistencia de los puntos de vista de los conservadores y de los demócratas en la estrategia negociadora climática de EE. UU. o discursos y acciones contradictorias al estilo Trudeau en Canadá).

Ante este escenario y contexto geoestratégico más propio de una comedia que de una tragedia, ¿qué cabe esperar de esta cumbre? Una apuesta sería pensar que España luzca su papel de perfecta anfitriona y que China y parte de Europa se repartan los papeles de co-líderes de una “nueva civilización ecológica”, Xi Jinping dixit, mientras EE. UU. y los otros jueguen, según convenga, a aquello de lo de “una de cal y otra de arena” que puede ser un buen negocio para los ausentes, algunos de ellos con acreditada experiencia en la comedia.

Seguiremos informando…

 

Escrito por Francisco Seijo y Miguel Ángel de Zavala.

Francisco Seijo, doctor por la Universidad de Columbia, es profesor de la IE de Política Ambiental y experto en política del cambio climático. Su trabajo sobre estos temas ha aparecido en numerosas revistas académicas especializadas, así como en diferentes medios de comunicación. Ha trabajado como consultor para varias organizaciones internacionales gubernamentales y no gubernamentales y actualmente se desempeña como vicepresidente de la “Association for fire ecology”.

Miguel Ángel de Zavala, doctor por la Universidad de Princeton, es catedrático de la Universidad de Alcalá en el departamento de Ciencias de la Vida y subdirector del Instituto Franklin-UAH. Su área de especialidad es la ecología matemática y computacional, como herramienta para comprender el funcionamiento de los socio-ecosistemas y diseñar soluciones sostenibles a conflictos ambientales y sociales actuales.

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