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La Bestia

DAweb

Cientos de miles de jóvenes centroamericanos y mexicanos tratan de cruzar la frontera que separa su mundo de Estados Unidos. En su búsqueda de un porvenir mejor, los jóvenes emprenden una aventura peligrosa que puede acabar hasta en la muerte. El drama migratorio ha llamado la atención de las autoridades estadounidenses solo para reconocer que esos niños tienen que ser deportados a sus países de origen.

No. La Bestia no es un supervillano de Marvel, ni un gladiador de lucha libre mexicana. Ni siquiera es el apodo que ha recibido alguno de los delanteros que en estos días rompen defensas por los campos de fútbol de Brasil. La Bestia es un tren. Pero no un tren cualquiera. Es un tren en el que, durante los kilómetros que separan sus países de la frontera estadounidense, los pasajeros se juegan la vida por lograr el sueño americano. Sí, esa ilusión que durante decenios atrajo a millones de gentes de todo el planeta y que aún hoy en día, pese a enfrentarse a una de las peores crisis económicas que haya conocido, sigue haciendo de EE.UU. un faro para “los desamparados, revolcados por la tempestad…” Y entre el gentío que se hacina en esa máquina de muerte, una legión de niños centroamericanos cuyos padres, incapaces de alimentarlos, les envían a un futuro incierto, sufriendo las peores vejaciones e injusticias durante el viaje. Cientos de miles de infantes fracasan en su intento de llegar al país de las barras y estrellas. Otros lo consiguen, a pesar de que lo que les espera es la deportación.

En lo que va de año, alrededor de 52.000 niños mexicanos y centroamericanos han sido retenidos al tratar de cruzar la frontera de México con Estados Unidos sin la compañía de sus padres. Se espera que esa cifra se eleve a finales de 2014 a entre 60 y 90 mil. Más inquietante es el dato del próximo año, donde las estadísticas dicen que alrededor de 140.000 niños hondureños, salvadoreños y guatemaltecos podrían tratar de entrar de forma ilegal en los EUA. ¿Pero qué mueve a estos jóvenes –se ha detectado que muchos son niñas menores de 13 años–, a llegar hasta perder la vida en su intento de alcanzar el nuevo “El Dorado”? Huyen de la miseria, de la violencia de las bandas y las maras, y de gobiernos corruptos que se financian con el tráfico de estupefacientes. Esta es la conclusión que el vicepresidente Biden ha expuesto a los dirigentes de México, Honduras, El Salvador y Guatemala en una reciente visita a la zona. Por su parte, los políticos latinoamericanos consideran que el drama de la región se cimienta en la demanda estadounidense de drogas. Y mientras unos y otros se acusan mutuamente, la llegada de esta ingente cantidad de indocumentados se ha convertido en un drama migratorio.

Nadie sabe realmente la magnitud de esta tragedia, pues, aunque hay datos de los infantes capturados, se desconoce el número de los que han podido cruzar la línea divisoria evitando a las patrullas fronterizas. El presidente Obama ya ha advertido que los niños que sean apresados cruzando de forma ilegal la frontera o ya en EE.UU. no podrán tener derecho a un permiso de residencia ni a un aplazamiento de la deportación como hasta ahora ocurría. La mayoría acabarán en centros de acogida establecidos por las autoridades aduaneras y de protección de fronteras estadounidenses esperando a su deportación. Cecilia Muñoz, directora del Consejo de Política Doméstica del presidente Obama, ha sido muy clara: “las fronteras de Estados Unidos no están abiertas, ni tan siquiera a los niños que vienen solos… El proceso de deportación de estos niños comienza nada más llegar, y así será para gran parte de ellos”. Ante esta nueva realidad, qué lejos quedan los versos del poema de Emma Lazarus. Los nuevos migrantes no verán al Coloso levantando su lámpara sobre las puertas doradas que dan acceso al sueño americano; en sus retinas solo guardarán las fauces de La Bestia.

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