Resulta imposible sobrestimar la labor de los medios de comunicación como agentes del poder blando. En una época en la que se especula con que el gigante asiático ponga en jaque el liderazgo global de los Estados Unidos, el país de las barras y estrellas tiene en la fuerza de su industria cultural una de sus más potentes herramientas para prolongar su posición hegemónica. Por sí sola, esta circunstancia justifica la continuidad del creciente interés público, crítico y académico en la cadena HBO.
La dedicación de HBO en la plasmación de diferentes visiones de la historia y la cultura estadounidenses es fácilmente demostrable. El público interesado podría comenzar su viaje con John Adams, para así asomarse al complejo proceso de gestación nacional por el que trece colonias con notables diferencias políticas, religiosas o geográficas se convierten en trece relojes en hora –usando la metáfora del propio Adams; continuar con la expansión hacia el oeste a lo largo del subcontinente norteamericano tal como la dibuja, con toda su crudeza y suciedad física, moral y lingüística, Deadwood; hacer una parada, de la mano de Boardwalk Empire, en el espejismo de la fiesta nacional –con una lista de invitados estrictamente controlada– de los locos años 20, encaminada hacia el desastre del 29; y finalizar entre los áridos paisajes de la Gran Depresión, recorridos por Okies y freaks en Carnivàle.
Sin embargo, no se trataría de un viaje exento de complicaciones. ¿Qué implica que siglo y medio de historia de un país autodenominado crisol de culturas pueda ejemplificarse con recursos audiovisuales con protagonismo casi exclusivo de figuras masculinas, heterosexuales, de ascendencia europea? Estamos tan acostumbrados a ello que la mayoría de las veces no reparamos en el peso de estos discursos hegemónicos. Un insigne modelo para combatir esta ceguera lo propone la premio Nobel Toni Morrison, quien lleva a primer plano la negritud silenciada (y no obstante, presente y sentida) en obras de autores canónicos estadounidenses, de Poe a Hemingway. Quizás sea esta una buena puerta de entrada al análisis de las series históricas de HBO.
Otras muchas dudas pueden asaltar a quien se acerque a estos textos de entretenimiento y consumo masivo con ganas de instruirse: ¿Qué consecuencias tiene utilizar productos de ficción para aprender sobre historia? ¿Qué hace que los programas de HBO sean diferentes (si lo son)? ¿Merecen un trato de privilegio respecto a los de otras compañías? Cuestiones, todas ellas, para discutir largo y tendido.
Y a pesar de estos problemas, no dudaría en otorgar a las series mencionadas un valor positivo. Acercarse con mirada crítica no implica obviar la calidad de la producción propia de HBO; al contrario, se le hace el servicio último de reconocer la multiplicidad de interpretaciones que pone a disposición de la audiencia, con independencia de que esta se siente ante la pantalla para descubrir cosas nuevas, pasar el rato, o ambas cosas.
Desde sus diferentes perspectivas, las cuatro series ofrecen una experiencia de verosimilitud, diríase que de “verdad”, que transciende la mera contingencia del acontecimiento histórico. Ahí radican tanto su poder como su responsabilidad, dentro y fuera de sus fronteras: en el hecho de que, para la inmensa mayoría de televidentes tailandeses que han seguido John Adams a través de HBO Asia, esta miniserie signifique su principal, posiblemente único, acercamiento a la figura del segundo presidente de los Estados Unidos. O que la (mayoría de la minoritaria) audiencia de Carnivàle en España, a través del canal de pago Dark Teuve/Buzz—obviando otros métodos de acceso menos legales—se acerque a esta serie sin un conocimiento previo sobre FDR o el New Deal o los encargos fotoperiodísticos de la FSA. Si bien las series históricas de HBO ni pueden ni pretenden suplantar el trabajo de sociólogos o historiadores, a buen seguro ofrecen suficientes atractivos para seducir a quienes se interesan por la realidad presente y pasada de la gente y la cultura estadounidenses.
Escrito por Rubén Peinado Abarrio, doctor en Filología Inglesa y adjudicatario de la ayuda Washington Irving del Instituto Franklin-UAH y la Asociación SAAS en su edición de 2015.