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¿Para qué sirve FLOTUS?

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A falta de atribuciones formales, las Primeras Damas de Estados Unidos disponen de toda clase de oportunidades para ejercer “poder blando”.

La Constitución de 1787, que dicta desde hace más de dos siglos las reglas del juego político en la democracia americana, no habla para nada de FLOTUS (First Lady of the United States). Esa falta de definición formal no debe interpretarse como que el desempeño de Primera Dama de Estados Unidos sea simplemente un estado conyugal con pretensiones. Se trata más bien de una oportunidad para ejercer una enorme influencia positiva dentro y fuera de la Casa Blanca. En retrospectiva, por supuesto, todo depende de las actitudes de las mujeres que han acompañado a sus maridos hasta la presidencia y cómo han aprovechado su íntima proximidad a la cúpula del poder ejecutivo para ejercer un constructivo “poder blando”.

De hecho, algunas de las mujeres americanas más valiosas, relevantes y brillantes en la historia de esta democracia han ocupado esa privilegiada posición. Basta leer la increíble correspondencia que mantuvo Abigail Adams con su esposo, John Adams, el segundo presidente de Estados Unidos y primer ocupante de la Casa Blanca. Las cartas escritas por ella dejan en evidencia el injusto desperdicio que supuso no reconocer desde un principio derechos políticos a las mujeres en la nueva democracia gestada por los Founding Fathers.

La definición del puesto, y el mismo título de Primera Dama, fue ganado con ejemplaridad por Dolley Madison al implicarse en diferentes causas sociales y utilizar sus conexiones para respaldar la carrera política de su marido, el cuarto presidente de Estados Unidos. No hay que olvidar en el caso de Dolley su legendaria y patriótica responsabilidad a la hora de salvar el gran retrato de George Washington ante el implacable avance británico sobre la capital federal en 1814, que culminaría con la quema de la Casa Blanca.

Con la evolución de la presidencia de Estados Unidos, dentro de la consiguiente espiral ascendente de influencia y prestigio para los ocupantes del despacho oval, las primeras damas han tenido papeles cada vez más decisivos. Edith Wilson hizo posible que, tras el infarto cerebral sufrido por su marido, la maquinaria del gobierno de Woodrow Wilson siguiera funcionando. Eleanor Roosevelt ofreció a FDR las piernas que él no podía mover por la polio y un nivel de activismo político hasta entonces nunca visto.

Algunas de ellas, como Betty Ford, han ayudado a introducir cuestiones “desagradables” como la adicción al alcohol en la normalidad de una sociedad que tiende a buscar perfección absoluta en los ocupantes de la Casa Blanca. Otras han ejercido una formidable influencia sobre sus maridos, desde Nancy Reagan a Michel Obama, sin olvidar a las esposas de los dos presidentes Bush. Hasta llegar al peculiar caso de Hillary Clinton que, tras las públicas humillaciones de su esposo, utilizó el trampolín de FLOTUS para arrancar su propia carrera política.

Jacqueline Lee Bouvier Kennedy, la esposa de JFK resucitada ahora por Hollywood en la producción dirigida por Pablo Larraín, fue a pesar de las apariencias una mezcla de estilo pero también de sustancia políglota. Su marido bromeaba que él era tan solo el hombre que acompañó a Jackie a París. Como First Lady se entregó a la restauración histórica de la Casa Blanca pero sobre todo elevó el listón de sofisticación y refinamiento en un país caricaturizado por su carencia de maneras. Y tras el magnicidio de Dallas, no dejó de ofrecer también una lección de dignidad ante el dramático desenlace de Camelot.

Más allá de la posibilidad frustrada de Bill Clinton como primer caballero de Estados Unidos, toda esta tradición de FLOTUS llega ahora hasta la reluctante Melania Trump. La ex modelo nacida en Eslovenia ha entrado en escena con el bochornoso ridículo que supuso su discurso plagiado ante la convención nacional del Partido Republicano. Desde las elecciones del 8 de noviembre, sus reiteradas ausencias, sus incómodos silencios y la visible falta de cortesía por parte de su marido han generado un movimiento digital de rescate bajo la etiqueta de #FreeMelania. Su gran problema es que las primeras damas de Estados Unidos tienen sobre todo el poder de inspirar pero, de momento, ella solo suscita lástima.

 

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