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Indian removal: cartografía de la “gran mudanza” india

25 mayo

Mediante tratados que nunca cumplieron y órdenes ejecutivas de desahucio directo, entre 1776 y 1887 los Estados Unidos se apropiaron de más de 600 millones de hectáreas (12 veces el tamaño de España peninsular) pertenecientes a los pueblos indígenas de Norteamérica. Como nos recuerda el libro del profesor de la Universidad de Georgia Claudio Saunt, ese fue, sin lugar a dudas, el mayor desahucio de la historia.

La historia –escribió Napoleón– es una sencilla fábula que todos hemos aceptado. Al fin y al cabo, no existe la historia; no hay más que la descripción de la vida y esa descripción llega hasta nosotros escrita siempre por los vencedores. Como ha sucedido en todo el mundo, la historia de Estados Unidos se ha descrito desde dos puntos de vista: el complaciente y el crítico. Entre los primeros se cuenta el clásico de Paul Johnson, A history of the American people (publicado en España por Vergara en 2001: Estados Unidos. La historia); entre los segundos, los publicados por el historiador Howard Zinn, cuyo epítome es La otra historia de Estados Unidos. Desde 1492 hasta hoy (Argitaletxe Hiru, 2005). Al situar la centralidad de su narración en los nativos americanos, West of the Revolution: An uncommon history of 1776 (Al oeste de la Revolución: una historia poco frecuente de 1776), el profesor Claudio Saunt se sitúa en el bando de los heterodoxos.

Según las narrativas estándar de la Revolución Americana, que repiten una frase del Concord Hymn de Ralph Waldo Emerson, el camino hacia la independencia comenzó con un «shot heard round the world». Pero el libro de Saunt viene a recordarnos que cuando las trece colonias se unieron contra los británicos y declararon su independencia, la mayor parte del continente apenas se enteró. De hecho, las colonias representaban menos del 4 por ciento de la población total de América del Norte en ese momento; sin embargo, la mayoría de las narraciones del siglo XVIII se fijan en ese minúsculo porcentaje.

El foco de Saunt sobre el período revolucionario contempla a los habitantes de la costa atlántica como una pieza más del abigarrado tablero continental. Es una llamada de atención al extendido discurso histórico popular que considera a los pueblos indígenas como insignificantes en la historia americana hasta que los Estados Unidos los trajeron al redil. Saunt nos recuerda que entre Alaska y los Apalaches había miles de pueblos y aldeas cuyos millones de habitantes hablaban diversos idiomas y pertenecían a una multitud de naciones.

La «mudanza de los indios», eufemismo con el que se ha llamado benevolentemente al despojo practicado sobre los nativos, despejó el territorio entre los montes Apalaches y el Mississippi para que fuera ocupado por los blancos. En su libro The Disinherited (Los desheredados), Dale Van Every resumió lo que significaba la «mudanza» para el indio: «El indio era especialmente sensible a cada atributo sensorial de cada rasgo natural de su entorno. Vivía al aire libre. Conocía cada marisma, claro de bosque, paso de montaña, roca, manantial, cañón, como sólo los conoce el cazador. Nunca había acabado de comprender el principio que guiaba la propiedad privada de la tierra, ni veía que fuera más racional que la propiedad del aire. Pero quería la tierra con una emoción más honda que ningún propietario. Se sentía tan parte de ella como las rocas o los árboles, los animales y los pájaros. Su patria era tierra sagrada, bendecida como la morada de los huesos de sus antepasados y el santuario natural de su religión«.

En nombre del progreso y del Destino Manifiesto se despejó el continente para construir un inmenso imperio anglosajón a escala continental que habría de extenderse desde los Apalaches hasta el Pacífico. El coste en vidas humanas no puede calcularse con exactitud, y en sufrimientos, ni siquiera de forma aproximada. La mayoría de los libros de historia que se estudian en las escuelas norteamericanas pasan de puntillas sobre esta época. Como Zinn y Van Every, Saunt pone su empeño en abrir las ventanas para airear la historia.

Cuando Jefferson llegó a la presidencia en 1800, había 700.000 colonos blancos al oeste de los Apalaches y de las Alleghenies. En 1803, cuando con la compra a Francia del territorio de Luisiana se dobló el tamaño de la nación –extendiendo de esta forma la frontera occidental desde los montes Apalaches, a través del Mississippi, hasta las montañas Rocosas– Jefferson propuso al Congreso que a los indios se les debería de animar a establecerse en territorios más reducidos y dedicarse a la agricultura. «Se consideraron dos medidas urgentes. La primera era la de animarlos a que abandonaran la caza… En segundo lugar, se fomentaron los puestos comerciales entre ellos, llevándoles de esta forma hacia la agricultura, la industria y la civilización…»(Zinn, 2005: 123).

El vocabulario de Jefferson resulta revelador «agricultura […] industria […] civilización». La «mudanza» de los indios era necesaria para el desarrollo de la economía capitalista moderna. Para todo esto, la tierra resultaba indispensable, así que después de la Revolución, los especuladores ricos, incluidos George Washington y Patrick Henry, dos de los más reputados patricios estadounidenses, compraron enormes áreas del territorio.

El secretario de la Guerra, gobernador del territorio de Michigan, embajador en Francia y candidato a la presidencia, Lewis Cass, explicó así la «mudanza» de los indios: «El principio del avance progresivo parece ser un elemento casi inherente de la naturaleza humana. Todos estamos esforzándonos en la carrera de la vida para adquirir las riquezas del honor, o del poder o de algún objeto más, la posesión del cual equivale a realizar los sueños de nuestras imaginaciones y la suma de estos esfuerzos constituye el progreso de la sociedad. Pero hay poco de esto en la constitución de nuestros salvajes» (Lewis Cass Papers).

Todo el legado espiritual indio hablaba en contra de marcharse de sus tierras. En respuesta a las propuestas de marcha hechas por el presidente Monroe, un viejo jefe choctaw había dicho, «Lamento no poder cumplir con el deseo de mi padre. Queremos quedarnos aquí, en la tierra donde hemos crecido como las hierbas del bosque, no queremos que nos trasplanten en otra tierra«. Un jefe seminola dijo a John Quincy Adams «Aquí cortaron nuestros cordones umbilicales y aquí nuestra sangre se hundió en la tierra, haciendo que este país nos sea tan querido« (Memoirs of John Quincy Adams).

Andrew Jackson, séptimo presidente, encontró la fórmula más adecuada para domesticar a los indios. No se podía obligar a los indios a ir hacia el Oeste. Pero si decidían quedarse, tendrían que acomodarse a las leyes estatales, que destruían sus derechos tribales y personales, y los exponía a vejaciones interminables y a la invasión de colonos blancos que deseaban sus tierras. Sin embargo, si se marchaban, el Gobierno federal les daba apoyo económico y les prometía tierras más allá del Mississippi. Las instrucciones de Jackson a un mayor del ejército enviado para hablar con los choctaws y los cherokees, lo contemplaba así: «Decid a los jefes y a los guerreros que soy su amigo, pero deben confiar en mí y marchar de los límites de los estados de Mississippi y Alabama y establecerse en tierras que les ofrezco ahí, más allá de los límites de ningún estado, en posesión de tierra suya, que poseerán mientras crezca la hierba y corra el agua. Seré su amigo y su padre y les protegeré» (Zinn, 2005: 125).

La frase «mientras crezca la hierba y corra el agua» sería recordada con amargura por generaciones de indios en el período que cubre el libro de Claudio Saunt. Este mapa interactivo, elaborado por Saunt para acompañar a su narración, muestra imágenes cronológicas de cómo los nativos norteamericanos fueron perdiendo sus tierras entre 1776 y 1887. Conforme las tierras indias (en azul en el mapa) van desapareciendo, aparecen pequeñas zonas rojas, que significan el asentamiento de nuevas reservas para alojar a los indios despojados de sus ancestrales territorios de caza. Una pestaña muestra en el mapa el tiempo transcurrido en cada uno de los avances de los blancos en su imparable codicia por las tierras de los amerindios.

Los datos de origen del mapa de Saunt son un conjunto de mapas elaborados en 1899 por la Oficina de Etnología Americana (BAE, por sus siglas en inglés), un departamento de investigación del Smithsonian Institute de Washington que publicó y recopiló investigaciones antropológicas, arqueológicas y lingüísticas sobre la cultura de los indios norteamericanos cuando finalizaba el siglo XIX.

En la pestaña «About» del sitio, Saunt aclara que las fronteras que se desplazan hacia el oeste a veces pueden ser vagas. Por ejemplo, cuando se firmó en 1791 el Tratado con los Cherokees mediante el cual estos cedían “graciosamente” las tierras donde actualmente está Knoxville (Tennessee), la descripción del tratado cita topónimos como la “desembocadura del río Duck”, lo que constituye un enfoque amplio que permite una interpretación creativa. Cuando se trata de tribus semi-nómadas, escribe Saunt, los negociadores a veces designaban una pequeña reserva en lugar de describir los límites exactos de la cesión.

El propósito de tales vaguedades está claro: actuar con mayor precisión cartográfica y ajustándose a la legalidad que requiere la cesión de tierras mediante escrituras públicas, habrían hecho imposible incautarse tantos territorios en tan poco tiempo. Como la historia, los tratados los redactaban siempre los vencedores.

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