A estas alturas de la película los partidos deben ser ya conscientes de que los votantes tienen una excesiva facilidad para olvidar lo que los políticos dicen y hacen. Así fue en el caso de Podemos, que pasó de denominar casta al Partido Socialista Obrero Español a proponer un acuerdo de gobierno repartiéndose los ministerios una vez se conocieron los resultados de las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015. Y lo mismo podría decirse del Partido Conservador en el Reino Unido que de la noche a la mañana pasó de defender el remain a abanderar el denominado “hard-Brexit” con uñas y dientes. Theresa May, líder del partido y a la sazón primera ministra, incluso pasó de afirmar que agotaría la legislatura a convocar un adelanto electoral. Desafortunadamente, estos ejemplos demuestran que la política actual está llena de incongruencias, de medias-verdades y, por que no decirlo, de mentiras.
Tal vez por ello, los conservadores, pese a haberse llevado la victoria, han perdido la mayoría absoluta. No olvidemos, además, que la actual primera ministra ni tan siquiera participó en el debate electoral junto al resto de líderes políticos. Y, a todo ello habría que sumarle, como ya había pasado en España en 2004 con los atentados del 11M que cambiaron totalmente el resultado de las elecciones, los recientes actos terroristas de Manchester y Londres, que podrían haber motivado a los electores a dar su apoyo a los laboristas, sobre todo tras las críticas que recibió May al conocerse su plan de recortes en gasto policial y su ataque a la ley de Derechos Humanos.
Sin embargo, la sorpresa de la pasada jornada electoral, no sólo estuvo en la pérdida de la mayoría conservadora, sino también en el colapso del Partido de la Independencia (UKIP). Y es que al contrario de lo que sucediera no hace mucho en los Países Bajos o Francia, donde fuerzas anti-establishment, como el Partido por la Libertad (PVV) o el Frente Nacional (FN), dieron la batalla resultando los segundos partidos más votados; en el Reino Unido su homólogo UKIP, totalmente fuera de contexto desde “su” victoria en el referéndum sobre el Brexit y privado de su mayor activo, el populista Nigel Farage todavía “de vacaciones” en Estrasburgo, ha perdido su único representante en la Cámara de los Comunes después de bajar 11 puntos con respecto a 2015.
Ahora bien, si ponemos en contexto las elecciones británicas y las comparamos con los recientes comicios que han tenido lugar en otros países europeos pareciera que, al contrario de lo que se ha venido defendiendo tanto en los medios de comunicación como en la academia –que la Gran Recesión (2008) ha venido a cambiar el mundo– las pautas de comportamiento electoral han sido más de continuidad que de cambio. Pese a las transformaciones en los partidos tradicionales (ora en su discurso ora en su liderazgo), la emergencia de partidos nuevos y el éxito electoral de formaciones anti-establishment, las últimas elecciones celebradas en el viejo continente (en Países Bajos, Austria, Irlanda, Portugal o España, por citar algunos ejemplos), han puesto de relieve el vigente sex-appeal de las formaciones políticas tradicionales.
De hecho, si lo pensamos bien, en el Reino Unido las aguas parecen haber vuelto a su cauce: muy probablemente el Partido Conservador gobernará en minoría con el apoyo parlamentario de los unionistas norirlandeses. Se podría incluso decir que las elecciones de ayer han revertido los cambios producidos en 2015. El Partido Liberal Demócrata ha mejorado sus pobres resultados consiguiendo 3 diputados más. El Partido Nacionalista Escocés (SNP) ha perdido 19 asientos en Westminster, lo que supone un duro golpe ya no solo en sus ansias independentistas sino también en su anhelo de permanecer dentro de la Unión Europea (UE) después del Brexit. Con ello, y pese a que los resultados de ayer podrían alterar las negociaciones (de desconexión) entre la UE y Reino Unido, dada la pérdida de legitimidad de May, no cabe duda que el bipartidismo británico, entendido como la contienda entre fuerzas conservadoras y socialistas, sigue más vivo que nunca.
Todo esto podría, a su vez, haber perjudicado las previsibles futuras relaciones del Reino Unido con Estados Unidos. Después del “éxito” de Corbyn y con un liderazgo en los conservadores que se prevé inestable, parece más difícil la relación con la Administración Trump. Pese a que otrora los líderes de ambos países caminasen de la mano hoy, no olvidemos también que recientemente se pidió la cancelación de la visita de Donald Trump a la ciudad de Londres, tras cuestionar este unas declaraciones de su alcalde, parece imposible que los Estados Unidos vengan a reemplazar a la UE como futuro aliado, político y económico.
Los partidos nos mienten, es verdad, pero lo hacen todos. También es cierto que sus discursos cambian con frecuencia, pero eso sucede tanto en partidos nuevos como en viejos. Los ciudadanos británicos lo saben, y por eso, pese a haber preferido votar a “malo conocido” (Theresa May) que “bueno por conocer” (Jeremy Corbyn), no han querido fiarse al cien por cien de ninguno de los dos. Pese a que en toda Europa, también en el Reino Unido, la identificación partidista sigue cayendo y se habla de que los partidos políticos están en crisis ─llevan así desde la década de los 70, las elecciones de ayer, donde los dos partidos tradicionales (conservadores y laboristas) han obtenido casi un 83 por ciento de los sufragios, nos demuestran que no debemos entrar en pánico, al menos no todavía. Es más, si bien es cierto que los partidos populistas con un mensaje anti-establishment han venido cosechando recientemente importantes resultados electorales (EE.UU., Holanda, Francia), favorecidos por una de las mayores –sino la mayor– crisis económicas de la historia, el caso británico parece indicar que la tormenta ha pasado y que, pese al maremoto, “la vida sigue igual”.
Escrito por José Rama Caamaño, investigador visitante en la Universidad de Nottingham e investigador doctoral en la Universidad Autónoma de Madrid, y Fernando Casal Bértoa, profesor asistente de Política Comparada en la Universidad de Nottingham.