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Pim, pam, Trump

860x520 07 Jun Pim, pam, Trump

El pasado mes de abril publiqué en este mismo blog un artículo, «Trump cogió su fusil«, en el que escribía acerca de las medidas que el inquilino del 1600 de Penn Avenue y su «partida de caza negacionista» habían adoptado para desmontar una por una las medidas de lucha contra el cambio climático aprobadas por Barack Obama.

Y no es que el anterior presidente fuera un ecologista de manual, no. Obama llegó tarde al convencimiento de que el cambio climático acelerado por las actividades humanas era una amenaza para el mundo superior al terrorismo. En su particular caída en el camino de Damasco tuvo mucho que ver el informe de 2014 del Military Advisory Board, un grupo asesor del Pentágono, del que me ocupé en otra entrada, en que se afirmaba categóricamente que el cambio climático supone una grave amenaza para la seguridad nacional de los Estados Unidos. También tuvieron mucho que ver con ese giro en su política ambiental los repetidos informes de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos que culminaron con un manifiesto publicado en pleno período electoral para explicar a Trump que estaba equivocado y que darle la espalda al consenso mundial contra el calentamiento global sería una decisión desatinada.

Claro que al presidente Trump eso le traía sin cuidado. Como Alicia detrás del espejo, el presidente de la nación más poderosa del planeta vive en otra dimensión, una suerte de «Trumplandia» en la que, entre otras astracanadas, ejerce de científico a tiempo parcial. Ha dicho que las vacunas infantiles causan autismo, que fumar no provoca cáncer, que los aerogeneradores de los parques eólicos, además de «un aspecto repugnante», son «malos para la salud de la gente» y que eso del cambio climático «era un invento de los chinos para dañar la competitividad los Estados Unidos».

En eso pensaba yo el pasado 1 de junio cuando a las 9 pm (3 pm en Washington) aguardaba la aparición de Trump en el Rose Garden que rodea el Despacho Oval y el Ala Oeste de la Casa Blanca. Poco después el mundo entero se echaba las manos a la cabeza. Como se esperaba, a la vista de un tuit publicado el día anterior, el presidente decidía sacar a Estados Unidos del Acuerdo de París. Una decisión que sentó muy mal a todos aquellos que no estaban interesados en cuestiones tan trascendentales como la final de la Champions (pongo por caso y por no ir más lejos), y que –mire usted por donde, paradojas del destino– alineó a su país con Siria (que tras 9 años de guerra no estaba para más firmas que su propia acta de defunción) y a Nicaragua (que, por puro postureo, no firmó por considerar insuficiente el acuerdo). Con su salida del pacto, acompañado de otra salida, esta de pata de banco, que calificaba al tratado suscrito en París por 196 países ni más ni menos que como un Rorschach Threaty, Trump elevaba a categoría universal su particular y pintoresca hipótesis de que el cambio climático no es más que un trile internacional para estafar a su país.

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Desde que hace un par de años, Aaron James, doctor en Filosofía por Harvard y catedrático de Filosofía en la Universidad de California, Irvine, publicó su libro Assholes: A Theory, se ha convertido en una gran autoridad en el floreciente campo de los que podríamos llamar estudios “imbecilológicos”. En un ensayo publicado en español por Malpaso (Trump: Ensayo sobre la imbecilidad) James ofrece hasta dieciocho argumentos (bastante sólidos, por cierto) sobre lo que Stephen King sentenció con una sola frase en Twitter: «Trump es un imbécil sin idea de cómo funciona un gobierno». Y es que efectivamente, el comportamiento del 45º presidente se ajusta como anillo al dedo a las Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana que el historiador económico italiano Carlo Maria Cipolla recogió en su segundo ensayo de Allegro ma non troppo (Crítica, 1991)

Pero la de Trump no es, ni mucho menos, una postura aislada frente a todos; cuestión distinta es que sus extravagantes maneras, su comportamiento atrabiliario y su falta de sindéresis reflejada en decisiones descabelladas, se nos presenten como anomalías propias de un populista ególatra que el destino ha colocado en el lugar equivocado. El camino hacia la Casa Blanca no puede hacerse en solitario; en una primera etapa son precisos los votos de los propios para llegar a ser candidato. No es verdad que Trump fuera nominado contra el parecer del partido Republicano, porque era notorio desde años atrás que las opciones del Tea party iban ganando posiciones aupadas en el tigre de la radicalización; y en último término son los votos ciudadanos los que decantan la elección de un candidato que, aunque no ganó en votos absolutos, vio su victoria avalada por un sistema que no había sido cuestionado hasta ahora.

En definitiva, que los estadounidenses han situado al mando al Ted Striker de ¡Aterriza como puedas!, que ahora pilota la nave que debemos soportar entre todos. En eso debe consistir la globalización, digo yo. Por suerte, el camino emprendido no tiene retorno. Una encuesta realizada a finales del año pasado por ABC News concluyó que el 63% de los estadounidenses ven el calentamiento global como un «problema serio». Y cinco de cada diez opinan que el Gobierno debe incrementar sus esfuerzos para combatirlo. No parece que esto le importe mucho al magnate, obsesionado con encastillar a su país tirando de recursos propios.

Resta por saber cuándo tomarán conciencia los norteamericanos de que han encomendado su futuro a alguien que quiere devolverlos al pasado, a alguien que ignora que el futuro ya no va de crecimiento para unos pocos, sino de progreso para todos.

God bless impeachment! 

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