En 1861 estalló en Estados Unidos la guerra de Secesión, que enfrentó a los estados del Sur, confederados, y a los del Norte, unionistas. La primera batalla de la guerra, ganada por la Confederación, comenzó en Manassas, Virginia, en julio de 1861. Agotados los recursos de la Confederación, la última y definitiva batalla tuvo lugar en una pequeña aldea del sur de Virginia. Un civil, Wilmer McLean, fue el único testigo del alfa y el omega de la guerra civil norteamericana.
Entre los campos de maíz y los prados de siega del condado Prince William, Virginia, hubo una vez una gran plantación conocida como Yorkshire. Completamente ignorantes de los acontecimientos que tendrían lugar en su finca poco después del comienzo de la Guerra Civil, Wilmer McLean y su esposa, Virginia Beverly Hooe Mason, se mudaron allí en enero de 1853. Durante la primera batalla de Manassas, la casa de McLean fue utilizada como sede del Estado Mayor del general P.G.T. Beauregard, comandante en jefe del Ejército confederado del Potomac. Edward Poner Alexander, un pariente de Wilmer McLean y oficial de señales de Beauregard, fue el observador artillero desde el patio de McLean. El granero fue utilizado como hospital militar y de prisión para los soldados capturados a la Unión. Una chimenea de la casa principal voló por los aires cuando fue alcanzada por fuego de la artillería de la Unión el 18 de julio de 1861. Un obús atravesó las paredes de la cocina, explosionó y cubrió de potaje mezclado con barro a Beauregard y a los oficiales confederados que estaban cenando allí.
McLean, preocupado por la seguridad de su familia, se la llevó lejos de Yorkshire antes del comienzo de la batalla, aunque él regresó a su casa cuando finalizó la lucha. Permaneció en Manassas y trabajó como proveedor para la intendencia confederada hasta el 28 de febrero de 1862. En la primavera de ese año reagrupó a su familia en la finca. Cuando el ejército confederado evacuó el área de Manassas en marzo de 1862, las oportunidades comerciales de McLean disminuyeron. Él y su familia salieron de Yorkshire y, después de vagar buscando el lugar apropiado, a finales de 1863 se establecieron provisionalmente unos 200 kilómetros al sur de Manassas, en el condado de Appomattox, Virginia, en un polvoriento cruce de caminos en el que se levantaba una pequeña comunidad, Appomattox Court House.
Ese mismo año, mientras que McLean y su familia buscaban un lugar seguro donde vivir, el general unionista William Tecumseh Sherman estaba preparando la campaña a sangre y fuego que pondría final a la contienda. Tras las victorias de la Unión en Gettysburg y Vicksburg, a mediados de 1863 las tropas de la Unión estaban preparadas para lanzar una gran ofensiva desde el estado de Tennessee hasta Georgia, en el centro mismo del territorio de los estados confederados.
Desde mediados de 1864 hasta diciembre del mismo año, tras incendiar Atlanta, Sherman inició su «marcha hacia el mar». Un ejército de 60.000 soldados, seguidos por miles de esclavos negros liberados, atravesaron el estado de Georgia hasta las Carolinas. Junto a ellos, las damas sureñas que escapaban de las plantaciones con sus objetos valiosos y sus sirvientes, los prisioneros y los advenedizos; todo un mundo flotante que se deslizaba arrasando todo a su paso y que fue objeto de una de las novelas más leídas en Estados Unidos, Gone with the wind, de Margaret Mitchell, que después se llevaría al cine en una de las películas más taquilleras de todos los tiempos, Lo que el viento se llevó. La lectura de las sobrias memorias de Sherman (Memoirs of General W.T. Sherman, Appleton & Co., 1889) y de la espléndida novela La gran marcha, de E. L. Doctorow (Roca Editorial, 2005), son el mejor retrato de un acontecimiento histórico que parece extraído de la ficción.
El 10 de diciembre de 1864, el ejército de Sherman alcanzó la costa de Georgia después de haber arrasado un frente de cien kilómetros de ancho que había cumplido sobradamente su objetivo: partir en dos las líneas confederadas, cortar sus suministros por ferrocarril y alcanzar el mar apoderándose del principal puerto de abastecimiento de la Confederación: Savannah. Acuartelado allí, en la mansión que Clint Eastwood utilizó en 1997 para el rodaje de su película Medianoche en el jardín del bien y del mal, una casa de estilo federal que se levanta en un costado de Forsyth Park, el parque en el que Forrest Gump, sentado en un banco, comparaba la vida con una caja de bombones, Sherman aceptó en la primavera de 1865 la rendición de todos los ejércitos confederados de las Carolinas, Georgia y Florida, lo que significó prácticamente el final de la gran guerra civil norteamericana. Faltaba únicamente firmar el acta de defunción del ejército sureño.
Si McLean intentaba escapar de la guerra, no lo consiguió. El 9 de abril de 1865, Robert E. Lee, comandante jefe de la Confederación, que había puesto contra las cuerdas a las tropas de la Unión en las grandes batallas de Manassas, Antietam, Chancellorsville y Fredericksburg, firmó la rendición ante su homólogo unionista el general Ulysses S. Grant, acampado en los altos de Appomattox Court House.
Para formalizar el acto de la rendición, Grant eligió el salón de la casa de Wilmer McLean. Casualidad, llaman los ingenuos al destino.