Hace algún tiempo escuché hablar de la posverdad. Ese concepto nuevo, un poco ‘chic’, que se puso de moda de forma totalmente involuntaria y que ha pasado de ser una mera “palabra moderna”, sin más, a cobrar todo el valor que su significado tiene, incluido el peligro que conlleva su implantación y normalización en el mundo del Periodismo y la difusión de la información.
Según define Fundéu BBVA, Posverdad es un neologismo que define la distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales. Se trata de una realidad manipulada, espectacularizada y jaleada en tribunas desde las que se llega a una audiencia masiva.
El concepto, en realidad, no es nuevo. A inicios del siglo XX, el hombre conoció el poder de los Medios, y la Segunda Guerra Mundial confirmó ese potencial. Tan sólo un dato nos da la clave. En 1933 la Alemania nazi creó el Ministerio de Propaganda, que estuvo en vigor hasta 1945. Con Joseph Goebbels al frente, se encargó de regular la prensa, la literatura, el cine, el teatro, la música y la radiodifusión. El poder de controlar el tiempo y la palabra: el cuándo y el cómo decir las cosas a una audiencia masiva. El momento escogido y las palabras para construir el mensaje nunca fueron casuales, al igual que hoy en día tampoco lo son.
La objetividad está, ahora, más amenazada que nunca. Su existencia ya era una quimera, pero a día de hoy, la objetividad es un imposible en el mundo del Periodismo. Lo que hoy conocemos como Fake News, en español Noticias Falsas, es la forma más sofisticada que existe de devolver al panorama comunicativo la más pura y antigua manipulación que existe: la mentira hecha verdad.
No me preocupa su existencia, me preocupa que llega en un momento de paz contextual. El ser humano está más alerta, en cualquier sentido, cuando existe un conflicto de por medio. Al no haberlo, no hay peligro. El relax del día a día, el hecho de no estar en guardia, permite a las Fake News entrar en nuestras vidas a través del canal que más utilizamos actualmente: Internet.
Internet se ha convertido en el nuevo campo de batalla informativo, y las Fake News en el arma arrojadiza utilizada, especialmente por la clase política, para manipular a la audiencia, y por extensión al electorado. El mejor ejemplo de esta clara escenificación de la posverdad la encontramos en los discursos del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Sus discursos están llenos de elementos cinematográficos: focos, micros, una audiencia multitudinaria, un texto pleno de palabras hirientes y desprovistas de cualquier moral. “La prensa”, según dice, “es el enemigo del pueblo” o «la CNN apesta». Su retórica incendiaria mueve de su sitio a una audiencia dispuesta a hacer suya esa violencia y a pasar de las palabras a los hechos. Ataques fanáticos, paquetes bomba que llegan a medios de comunicación, tiroteos enarbolando el odio al extranjero…
Ya lo contó el periodista español Manu Leguineche en su libro Yo pondré la guerra, sobre la estrategia de invenciones y manipulación orquestada por el magnate de los medios de comunicación William Randolf Hearst allá por 1898, sobre el supuesto conflicto que existía en la Cuba colonia española, con incipiente sed de independencia. Según Hearst, en Cuba se libraba una batalla entre los cubanos que querían seguir siendo españoles y aquellos que ya no. Hearst envió al dibujante del New York Journal para ilustrar la supuesta batalla que se libraba allá. Este, al no encontrar nada, pidió volver… a lo cual Hearst respondió: “Tú haz los dibujos, que yo pondré la guerra” “Yo hago las noticias”, le dijo el magnate. Y así fue. Creó el escenario, le puso focos y altavoz, lo difundió y generó la noticia posterior. Así se inició el conflicto armado entre EEUU y España, que desembocó en el fin de la hegemonía española en Cuba.
Fue la primera vez que se demostró públicamente el poder de la prensa. Más tarde, la Segunda Guerra Mundial se libró en el campo de batalla, pero especialmente en los medios de comunicación. Los posters, los mensajes, los titulares, la manipulación de la realidad, los escenarios grandiosos, las demostraciones de poder ante los medios… ante el mundo en definitiva. El alcance y el poder de un imperio se medían en su impacto ante la audiencia. ¡Bienvenidos a las guerras contemporáneas! Luces. Cámara ¡Acción! Guerras televisadas. Mensajes cruzados. Mentiras revestidas de verdad y en medio un electorado, una audiencia capaz de creer todas y cada una de las informaciones que los medios de comunicación les cuentan, a través de los líderes de opinión, y en “prime time”.
No me preocupan las mentiras, me preocupa que el escenario de no conflicto encuentre a la audiencia relajada y predispuesta a creer. Me preocupa que las Fake News encuentren al lector leyendo, al oyente escuchando y al espectador viendo. Tranquilo, receptivo, desarmado e indefenso.
Según Harold Laswell, padre del primer paradigma comunicativo, el efecto de la comunicación es el último elemento del proceso. Hoy en día, ese elemento se llamaría Feedback y es posible que sea la parte más importante del proceso, aquella capaz de cambiar y mover el mundo con sus respuestas. ¿Qué ocurre cuando el estímulo es una mentira?
En nuestro canal del Instituto Franklin-UAH puedes ver un resumen de la intervención de Alicia Ors en la mesa redonda “Comunicación y desinformación: las RRSS y las fake news” celebrada en el V Seminario sobre relaciones Hispano-Norteamericanas «Participación y movilización política y social» que organizaron el Instituto Franklin-UAH y Casa de América el martes 6 de noviembre de 2018