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El tiempo y la palabra: Lo que la prensa norteamericana pudo hacer por los judíos, pero no hizo.

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«¡Yo culpo a los Americanos!» -dijo el padre de Wladyslaw Szpilman. «Hay muchos judíos americanos ¿Qué hacen por nosotros? -inquirió nervioso mientras recorría su majestuoso salón de arriba para abajo ante la atenta mirada de sus hijos- La gente muere aquí. No tienen nada para comer. Los banqueros judíos deben hacer que Estados Unidos declare la guerra a Alemania.»

Apenas un diálogo en una película, unas líneas en un guión, el de El Pianista, dirigida por Roman Polanski en 2002, nos dan la clave. He de reconocer que antes de meterme de lleno en la investigación acerca del tratamiento que la prensa norteamericana dio al Holocausto durante los años en los que este se llevó a cabo, nunca me había fijado en esas palabras tan reveladoras.

Abandono, incredulidad e impotencia eran los sentimientos de la comunidad judía, ¿qué estaba ocurriendo en la Europa ocupada por los Nazis? Al margen de la guerra, algo más sucedía, algo sin nombre, difícil de creer, difícil de expresar e imposible de castigar en aquel momento. No existía delito, por lo tanto no existía la pena.

La prensa norteamericana más relevante en el periodo comprendido entre 1933 y 1945 no hizo lo suficiente para informar, dar a conocer y denunciar la tragedia vivida por los judíos en Europa a manos de los nazis, y conocida como el Holocausto.

Un titular, la sencilla elección de una página para publicar una noticia, una combinación de palabras o el simple hecho de evitar algunos términos “incómodos” para la clase política, son piezas fundamentales para activar la conciencia social y motivar, al fin, una respuesta política capaz de salvar vidas.

El tiempo, la respuesta a la pregunta ¿cuándo se publicó sobre el Holocausto por primera vez, refiriéndose a él como «masacre» o «exterminio»?; y el léxico, la respuesta a la pregunta ¿con qué palabras, con qué lenguaje se habló sobre el Holocausto? Se convirtieron en dos piezas fundamentales en mi investigación. Son precisamente ambos aspectos: el tiempo y la palabra, los criterios que me guiaron, me ayudaron a filtrar y categorizar, y me permitieron sacar conclusiones acerca del papel que desempeñó la prensa norteamericana en el ejercicio de dar a conocer al mundo el Holocausto.

Los medios de comunicación norteamericanos no se decidieron a publicar algunas de las historias que contaban los judíos acerca de matanzas aisladas y supuestos campos de exterminio hasta bien entrado el año 1942. Para entonces, la mayoría de las atrocidades contra la comunidad judía ya se habían cometido. Por otra parte, el primer informe completo sobre las actividades que los nazis realizaron en Auschwitz no se dio a conocer al ciudadano norteamericano a través de la prensa hasta 1944. Pocos meses después, y viendo el desarrollo y avance de las tropas Aliadas, las unidades especiales de las SS recibieron la orden de afanarse en borrar las huellas del exterminio masivo destruyendo los campos y evacuando a los prisioneros a través de las conocidas como marchas de la muerte.

¿Cómo expresar con palabras lo que apenas existe? ¿Por qué dar credibilidad a un rumor? ¿Por qué dedicar una portada a un grito desesperado sin fundamento?

Nuevamente el tiempo y la palabra, o la ausencia de ella, son piezas fundamentales de mi investigación y constituyen el pilar sobre el que descansa mi libro, La prensa norteamericana ante el Holocausto: ¿Testigo o cómplice?

Estados Unidos, uno de los principales países receptores de emigrantes judíos desde que, en 1933 y hasta octubre de 1941, el gobierno alemán alentara oficialmente la emigración judía, no se preguntaba por qué. Así pues, fue Norteamérica el destino mayoritario de quienes huían de una tragedia incipiente y por lo tanto es desde allí donde se pudo denunciar, condenar y alertar a la comunidad internacional sobre un crimen contra la humanidad, cuando todavía se encontraba en sus primeros momentos.

Estados Unidos fue también el escenario desde el cual el jurista Raphael Lemkin, judío polaco huido de Polonia y conocido como el «padre de la convención sobre el genocidio», luchó para que el genocidio fuera tipificado como delito por el Derecho Internacional.

¿Qué ocurre cuando no hay palabras que expresen un concepto que no existe? La no existencia de una legislación internacional que calificase y declarase los hechos ocurridos en Alemania como un delito pudo provocar que no tuvieran interés para los editores de los periódicos norteamericanos. Si no hay delito, no hay noticia.

¿Por qué no dar valor a un rumor, a un relato o a una declaración sobre lo que supuestamente ocurría en Alemania, y después en la Europa ocupada? ¿Por qué no estirar del hilo, aunque fuera muy fino?

¿Hubo algún tipo de ocultación consciente? ¿Acaso quisieron los judíos residentes en Estados Unidos marcar distancias respecto a aquellos que sufrían en Europa? ¿O quizá muchos de los judíos emigrados a Estados Unidos desde Europa no encontraron lugares físicos de reunión y, por lo tanto, organización de una estrategia conjunta para hacerse oír? El elemento arquitectónico pudo jugar en contra de una comunidad acostumbrada a reunirse en cafés y tertulias cercanas a sus residencias, algo muy distinto a algunas zonas de Estados Unidos.

La prensa norteamericana no supo estar a la altura en aquel momento, como muy probablemente no lo esté tampoco ahora con otros tantos conflictos. Es difícil valorar, en el fragor de la batalla, el calibre de conflictos que, años después, se nos revelan inmensos y plagados de crímenes contra la humanidad.

Las cifras nos dan la clave: la Jewish Telegraphic Agency publicó 635 noticias sobre el Holocausto en el periodo comprendido entre 1942 y 1944, mientras The New York Times publicó 81, Daily Boston Globe 14, Los Ángeles Times 7 y The Seattle Times tan sólo 5. Pocas noticias para tantas víctimas.

El tiempo y la palabra. Quién dice qué y cómo lo dice. Son y serán siempre las claves para informar, conceptualizar y concienciar de que algo inadmisible está ocurriendo.

 

 

El lunes 4 de de marzo a las 19:00 en el Centro Sefarad Israel de Madrid, Luisa Juárez, profesora de la Universidad de Alcalá e investigadora del Instituto Franklin- UAH se presento el libro «La prensa norteamericana ante el Holocausto: ¿testigo o cómplice?» junto a su autora, Alicia Ors Ausín.

 

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