Nixon en Caracas

La violenta crispación que amenazó al vicepresidente Richard Nixon durante su visita a Caracas en la primavera de 1958 ilustra la complicada relación entre Estados Unidos y Venezuela.

Cinco meses después del derrocamiento del general Marcos Pérez Jiménez, una dictadura favorecida por Estados Unidos, el entonces vicepresidente Richard Nixon visitó Caracas como parte de un goodwill tour por América Latina organizada con cierta premura por la Casa Blanca en la primavera de 1958. La ofensiva diplomática debía durar un total de 18 días (del 27 de abril al 15 de mayo) e incluía inicialmente visitas a ocho países del hemisferio occidental.

Ya en su segundo mandato, la Administración Eisenhower estaba interesada en demostrar su compromiso y respaldo para con los vecinos del sur. Latinoamérica, en aquellos momentos, se encontraba implicada y afectada por las polarizas tensiones destiladas por la Guerra Fría, objeto de un creciente interés soviético por la región y sufridora de un descalabro económico por el retroceso de los precios de sus materias primas.

Aunque en las paradas de la gira en Montevideo y Lima también se registraron crecientes protestas, nada en comparación a la violenta crispación que acechaba en Caracas a Nixon. Desde la misma llegada al aeropuerto de Maiquetía, la comitiva del vicepresidente de Estados Unidos fue hostigada con una creciente violencia: insultos, salivazos, huevos y pedradas. A los gritos de «¡Muera Nixon!», una multitud se abalanzó sobre los vehículos oficiales.

En sus memorias tituladas Six Crises, el propio Nixon reconoció el impacto que le causó la animosidad y la juventud de sus atacantes: «Me puse prácticamente enfermo al ver la furia en los ojos de los adolescentes, chicos y chicas, que eran poco mayores que mi hija de doce años». El ministro de Exteriores de Venezuela, Óscar García Velutini, que formaba parte de la comitiva se puso «casi histérico» según el testimonio de Nixon. Aunque pudo llegar a explicar al vicepresidente que la falta de protección policial se debía a que los agitadores comunistas que protestaban habían ayudado al derrocamiento de Pérez Jiménez y se intentaba llegar a un entendimiento político con ellos.

Los doce agentes del servicio secreto que formaban la escolta de Nixon –acompañado por su esposa Pat y su fiel secretaria Rose Mary Woods– se vieron desbordados y sin el respaldo de fuerzas de seguridad locales. De hecho, cuando finalmente lograron llegar hasta la fortificada sede diplomática estadounidense en Caracas, los vehículos oficiales presentaban múltiples destrozos en sus lunas supuestamente reforzadas, neumáticos y carrocerías; imágenes más propias de una violenta huelga de taxistas que de una visita diplomática.

Richard Nixon, acompañado por el recurrente militar americano Vernon Walters como traductor, mantuvo el tipo durante la tensa situación. Con la prioridad de evitar un enfrentamiento con múltiples víctimas mortales, el vicepresidente ordenó a los escoltas no recurrir a sus armas de fuego contra la enardecida multitud. Tras un cuarto de hora bloqueados, los vehículos pudieron finalmente abrirse paso gracias según el vicepresidente al camión que trasportaba a los fotógrafos y cámaras de prensa. Con un tremendo susto y algunos cortes por cristales, la delegación oficial pudo llegar hasta la seguridad de la fortificada Embajada de Estados Unidos en Caracas.

El almirante Wolfgang Larrazábal, líder de la junta encargada de pilotar una transición democrática para Venezuela y que alimentaba sus propias ambiciones políticas, reconoció que de haber podido él mismo se habría se habría unido a la emboscada callejera contra Nixon. A pesar del respaldo electoral de los comunistas, Larrazábal perdió las elecciones ante el candidato de centro-izquierda Rómulo Betancourt.

A la vista de lo ocurrido y llegando a temer por la seguridad del vicepresidente de Estados Unidos y sus acompañantes, el Pentágono desplegó efectivos aerotransportados en sus bases de Puerto Rico y Guantánamo, además de movilizar en el Caribe una flotilla de rescate compuesta por el portaaviones USS Tarawa, ocho destructores y dos buques de asalto anfibio: Despliegue etiquetado con el embarazoso nombre de Operation Poor Richard.

Con cierto tono hiperbólico, los noticieros de Pathé News llegaron a describir lo ocurrido como «el más violento ataque jamás perpetrado contra un alto funcionario de Estados Unidos en suelo extranjero». En contraste, la revista The New Republic publicó que el ataque había sido fake, nada más que un montaje de manipulación política para favorecer la candidatura de Richard Nixon de cara a las elecciones presidenciales de 1960.

Cuando el vicepresidente retornó a Washington se había convertido en un héroe con su popularidad multiplicada. Al aeropuerto le fue a recibir el propio Eisenhower y la comitiva hasta la Casa Blanca, en contraste con lo ocurrido en Caracas, fue vitoreada por miles de personas. A petición del vicepresidente, sus doce escoltas fueron condecorados por Ike. Y durante semanas, Nixon recibió ovaciones cada vez que aparecía en actos oficiales por el agravio sufrido.

La Administración Eisenhower intentó con una mayor implicación revertir las deterioradas relaciones con América Latina. Sin embargo, la gravedad de la situación quedaría en evidencia con el inminente triunfo revolucionario de Fidel Castro en Cuba, recibido posteriormente con enorme entusiasmo en Venezuela. Desde entonces, Nixon mantuvo que la mayoría de los vecinos hacia el sur del continente americano eran demasiado propensos a «la violencia y la irracionalidad». Además de carecer de la madurez política requerida para vivir en democracia.

Referencias

  • Farrell, J. (2018). Richard Nixon: The Life. New York, NY: Vintage Books.
  • Friedman, M. (2012). Rethinking Anti-Americanism. New York, NY: Cambridge University Press.
  • Johnson, G. (1958, May 26). The Nomination of Slippery Dick. The New Republic.
  • Nixon, R. (1990). Six Crises. New York, NY: Simon & Schuster.
  • Perlstein, R. (2008). Nixoland: The Rise of a President and the Fracturing of America. New York, NY: Scribner.

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