Según el Antiguo Testamento, cuando Moisés bajó del Monte Sinaí sorprendió a su pueblo adorando al becerro de oro y, enfurecido, rompió las Tablas de la Ley. Afortunadamente la Biblia nos relata cómo Dios perdonó a su pueblo y le fueron entregadas de nuevo las Tablas, renovándose una duradera alianza. Han transcurrido varios siglos desde entonces, pero probablemente si Moisés bajase ahora del Monte Sinaí volvería a romper las Tablas. Su pueblo, no solo se ha entregado frenéticamente a la adoración del becerro de oro, sino que, al hacerlo, ha envenenado el agua de los ríos, el aire y los pastos donde se alimentan sus corderos.
Ya de vuelta a la actualidad, el Día Mundial del Medio Ambiente establecido en 1972 por la ONU pretende contrarrestar la degradación del medio ambiente y concienciar acerca de la necesidad de un desarrollo sostenible. Desde entonces los avances en la conservación del medio ambiente no han dejado de sucederse al mismo ritmo que los problemas se han intensificado. El resultado final de esta escalada es incierto, pero podemos identificar tres frentes esenciales que determinarán en qué sentido se inclina la balanza.
Por un lado, la ciencia nos alerta del deterioro medioambiental. Iniciativas como los Ecosistema del Milenio (2005) o los límites planetarios de Rockström y Steffen (2009) han contextualizado la relación entre medio ambiente y bienestar humano (salud, seguridad alimentaria, etc.), incluyendo la existencia de límites que marcarían un punto de no retorno. El IPCC, nos informa sobre uno de estos límites –el de la estabilidad climática– y proyecta los posibles impactos según diferentes escenarios socioeconómicos. A pesar de estos avances, la ecología es una ciencia incipiente. Se necesita seguir avanzando en teorías bien contrastadas con modelos y predicciones robustos para cuantificar los límites planetarios, los umbrales de la resiliencia o relaciones causa-efecto entre el medio ambiente y la salud. Solo a través de evidencias sólidas podremos informar a los responsables de las tomas de decisiones de los riesgos y beneficios ambientales de cada acción.
En segundo lugar, está la geopolítica. De nada sirven las evidencias científicas si no se traducen en acciones. A menudo el medio ambiente y la salud son efectos colaterales de la geopolítica. Durante el siglo XX el PIB de China y la India ha crecido a la par que se deterioraba la calidad su aire, agua y suelos. Los países occidentales pensaban que el desarrollo de estas potencias se ralentizaría debido a los costes ambientales. Es decir, nadie quiere ser rico pero vivir en un estercolero. Según esta visión, la hegemonía mundial pasaría por el liderazgo de la transición ecológica. Es un nuevo orden mundial basado en la cooperación y la orquestación mundial en donde, según Ostrom, la sostenibilidad es posible a través de reglas consensuadas entre los implicados; o a través de mecanismos de mercado orientados al control global de emisiones como plantea Nordhaus. La transición ecológica, no obstante, es un órdago en toda regla y parte del supuesto de que otros países seguirán ese rumbo. Pero, si otras potencias –como de hecho está ocurriendo– desertan, el frente de batalla puede desplazarse hacia otros lares; p. ej. hacia el reforzamiento tecnológico y militar. En definitiva, la vuelta a un orden mundial basado en la fuerza como el del siglo XX.
El tercer frente es la ética. Las sociedades humanas, ya sean naciones, empresas o clubes de fútbol se aglutinan en torno a principios morales, creencias, mitos o intereses comunes. La ética estudia la moral y cómo deben actuar los miembros de una sociedad. Si la ciencia nos muestra que el deterioro ambiental es una amenaza, ¿no debería establecerse una moral que incite a los humanos a actuar según unas reglas que preserven el medio ambiente? Existen numerosas iniciativas en esta dirección; desde el activismo de Greta Thunberg al empoderamiento de los consumidores –desde la bolsa del supermercado a los grandes fondos de inversión– o la encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco. Para ganar en este frente “moral” los estados-nación, las multinacionales, los partidos políticos y las religiones necesitarán conseguir adeptos. Surgirán nuevos conflictos y falsos dilemas: los veganos frente a los productores de pollo, los cazadores frente a los animalistas… empleo o contaminación… ¿Seguirán siendo los millonarios referentes morales o pasarán a ser los villanos que destruyeron el planeta? Sin duda este frente anticipa una guerra despiadada por la veracidad y el resurgir de grandes rebaños de becerros dorados.
En definitiva, el siglo XXI plantea un escenario inédito para la humanidad con elevados riesgos ambientales pero una gran capacidad tecnológica. Pero, paradójicamente, los humanos permanecemos atrapados en la misma jaula de condicionamientos tribales que posiblemente enfrentaron a egipcios e israelitas. A diferencia de entonces, ahora sabemos con certeza que no hay una Tierra Prometida. Y si el profeta enfurecido rompiese de nuevo las Tablas de la Ley, ¿habría una tercera oportunidad?
Escrito por Miguel Ángel de Zavala, doctor por la Universidad de Princeton, es catedrático de la Universidad de Alcalá en el departamento de Ciencias de la Vida y subdirector del Instituto Franklin-UAH. Su área de especialidad es la ecología matemática y computacional, como herramienta para comprender el funcionamiento de los socio-ecosistemas y diseñar soluciones sostenibles a conflictos ambientales y sociales actuales.