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Escaso margen para el optimismo un año después del asalto al Congreso norteamericano

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Si algo han puesto de manifiesto los eventos con motivo del aniversario del asalto al Congreso norteamericano el 6 de enero del pasado 2021, ha sido que la situación continúa estando tan anquilosada, tan gangrenada, como hace 365 días. Un amplísimo número de representantes republicanos evitaron incluso aparecer en público. Pero sin duda fue el enérgico discurso del presidente Biden, en el mismo escenario donde ocurrieron los acontecimientos hacía justamente un año, la muestra más clara, el reflejo más fiel, de la crispada situación que continúa dividiendo a la sociedad norteamericana.

Refiriéndose a Donald Trump como el “expresidente” o el “presidente derrotado”, le acusó de anteponer su ego herido a la democracia, la verdad y los principios; de colocar un puñal en el cuello de la democracia; de forjar una red de mentiras conspiratorias; de seguir por televisión lo que ocurría en el Congreso sin hacer nada para, finalmente, continuar alimentando la locura y la rabia. Afirmó que no se pude amar a los Estados Unidos solo cuando se gana y obedecer la ley solo cuando te conviene. Se preguntaba por último: “¿Vamos a ser una nación que acepta la violencia política como norma? ¿Vamos a permitir que los funcionarios electorales partidistas revoquen la voluntad del pueblo expresada legalmente? ¿Vamos a ser una nación que viva a la sombra de la mentira en lugar de a la luz de la verdad?”

Fuera de pantalla los periodistas preguntaron por la inusitada dureza de su intervención. El presidente respondió que algunos sectores de la población y la opinión pública están banalizando y minusvalorando la auténtica dimensión de la acción perpetrada, y que como presidente debía enfatizar la gravedad y consecuencias de lo acaecido. Trump, por su parte, desconvocó una rueda de prensa y mediante comunicado manifestó que el discurso de Biden había sido un “teatro político” para ocultar sus fracasos como presidente en su “intento por dividir más a Estados Unidos”.

En cualquier caso, necesitaba Biden un golpe de efecto que propiciara la recuperación de su índice de popularidad, en mínimos desde la desastrosa retirada de las tropas de Afganistán. Al menos entre los suyos, pues ni tan siquiera estos contabilizan en su haber la plausible reducción de la tasa de paro por debajo del 4 %. Más allá de a quién dirigiera Biden su discurso, es incuestionable que la fragmentación de la sociedad norteamericana continúa siendo tan abismal como hace un año. La situación incluso puede que haya empeorado. Muchos, entre los que me incluyo, asumimos que el bárbaro asalto al Congreso representaba el canto del cisne para Donald Trump. La democracia más antigua del mundo, el liberalismo modelo para todo occidente, el aparato político más consolidado y estable, pensamos, no consentiría tamaño dislate. El tiempo y las cifras han demostrado lo erróneo de nuestro planteamiento. Donald Trump tiene en estos momentos un control del partido republicano incluso mayor que hace un año; prácticamente todos sus críticos han desaparecido; elementos radicales que asaltaron el Congreso son postulados como republicanos para puestos de representación a nivel local y estatal; la posibilidad de que Trump vuelva a presentarse a las presidenciales de 2024 cobra cada día más fuerza…

El 71 % de los votantes republicanos siguen pensando que Biden no fue el verdadero ganador de las elecciones en contraposición al 21 % que sí admiten su victoria. La gran mayoría de ellos no entienden el asalto al Congreso como lo que fue, sino como una suerte de protesta surgida de una manifestación descontrolada. Afirman que los demócratas están utilizando políticamente lo ocurrido hace un año y exageran deliberadamente cuando hablan de golpe de estado, revolución, o poner en peligro la democracia. El verdadero asalto al Congreso habría tenido lugar, en definitiva, en el fraude perpetrado el día de las elecciones. No en vano el 34 % de los estadounidenses, según reciente encuesta del Washington Post, justificarían acciones violentas contra el gobierno.

El fantasma de la Guerra Civil sobrevoló el discurso de Biden. La posibilidad de una nueva contienda, esta vez en cada estado, se ha convertido en recurrente tema de debates periodísticos, columnas de opinión y análisis. La revista TIME, en su edición del día 6, incluso señalaba los 5 pasos que debían darse para evitar tan apocalíptico momento. La situación de crispación está lejos, así quiero opinar, de tal posibilidad; pero un reciente estudio ha puesto de manifiesto que es mayor el porcentaje de estadounidenses que temen una nueva guerra civil que quienes destierran por completo esta contingencia (46 % vs. 43 %). En un país con mayor número de armas en manos de civiles que habitantes la fragmentación sociopolítica puede derivar en sucesos especialmente trágicos.

En este panorama no extraña que Barack Obama publicara con motivo del aniversario un tuit manifestando su preocupación: “nuestra democracia enfrenta un riesgo mayor hoy que entonces [06/01/2021]”. Pocos son los indicios que conducen al optimismo, pero me cuesta asumir que una democracia tan consolidada como la americana pueda sucumbir a los desvaríos, delirios si se prefiere, de un solo hombre por poderoso que sea.

 

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